lunes, 22 de noviembre de 2010

El elefante rosado en la sala


Hay algo acerca de este mes que me vuelve loca (casi-literalmente). Creo que es un efecto de primavera tardío; de repente es la luz del sol o que el año está a punto de acabar pero todavía queda un poquito. La verdad no sé, la cosa es que es Noviembre y, bueno... parece Noviembre.

El primer síntoma es la urgencia de escribir. Escribo y escribo y escribo y no quiero parar. Hay tantas cosas que quiero decir pero no tengo destinatario. Todas las personas que me rodean están plenamente enteradas de mi status actual así que busco a conocidos lejanos para comentarles mi vida, lo quieran o no. Felizmente este año opté por publicar posts; no tengo ningún mail inapropiado de qué avergorzarme todavía; todavía no puedo perdonarme esa biblia muy bien redactada y muy mal enviada a un ex-amigo que ya tenía suficientes razones para considerar adecuado el no tener tanto contacto conmigo.

Después de satisfacer esa urgencia primaria literaria lo que viene es un desasosiego aburrido, antipático, insatisfecho. No sé qué hacer, no sé qué quiero, más o menos lo intuyo pero rendirme a las tentaciones se siente mucho más autodestructivo que el lidiar con ellas, tomar aire, botarlo lentamente, sentirme mal en una manera tranquila y conocida. La tentación de entregarme a los brazos de alguien (de preferencia un ex) y perderme en mi propia sopa de sentimientos y pensamientos, endosarle por lo menos la mitad de la responsabilidad mía a otro... suena magnífica, la verdad. Pero no puedo hacerlo; el autosabotaje no me da para tanto. Lo soporto entonces, consciente que dentro de poco va a pasar algo que le va a poner nombre a todo lo anterior y, generalmente de una manera muy poco discreta, va a revelar el elefante rosado que ha ido creciendo en la sala.

Ya lo hizo. Y como siempre me torturo bastante con el convencimiento de que, si yo realmente lo hubiera querido, nada habría pasado. Pero igual ya pasó y creo que estoy más tranquila. Si bien sé que estaba en perfecta capacidad de decir "no", no lo hice. A veces rendirse es la única forma de ganar.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Rabo de Nube

Si me dijeran, pide un deseo
preferiría un rabo de nube.
Un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube
un barredor de tristezas
un aguacero en venganza
que cuando escampe, parezca nuestra esperanza.




Yo sé que el pasado ya pasó y que aunque algún físico cuántico encuentre la fórmula esos momentos nunca van a regresar. Porque pasan cosas y nacen personas y mueren otras. Porque las calles donde un par de enamorados se besaron se convierten en avenidas y veces en callejones. Que a veces un "te quiero" dicho con los ojos no es lo mismo que un "te quiero" de verdad. Y pasan los años y las madrugadas y el café con azúcar y la sopa con demasiada sal.

Y los unicornios se pierden y los rabos de nube se convierten en lluvia. Las gotas de rocío se evaporan con el sol de una mañana que nunca puede ser tan dulce como el alba que la concibió.

Pero siguen ahí muy dentro, las noches en la sala con Whitney Houston sonando en el equipo. La lámpara de madera con pantalla de yute, las almohaditas que huelen a grasita y a duty free. El amor infinito de tres, los tres en la cama comiendo pizza de Aurelia con mostaza, seguros que en todo el mundo no existe un lugar mejor.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Dietadeunagordita Reloaded

Extraño la dietadeunagordita. Y, esta vez (en vez de quejarme) voy a empezarla de nuevo, de una forma mucho más saludable (y si se puede, divertida). Después del frenesí catártico de inicios de semana volví a encontrarme con esa innegable verdad que los Arctic Monkeys sentencian: "the day after a triumph is as hollow as the day after a tragedy"

(Como nunca sobra una canción excelente, aquí está:)


Mi papá siempre dice, "En todo, la actitud es todo". Y aunque hace tiempo que acepté que tiene razón (porque la tiene), nunca lo he puesto en práctica. Culpo a la rebeldía adolescente de la que desafortunadamente no adolesco, al frío húmedo del invierno en el Malecón y al color panza de burro de Lima. Ah, también al dolor de depilarme las piernas.

Pero ahora que está saliendo sol, que puedo broncearme con ganas (en horas no dermatológicamente adecuadas), ahora que hace calorcito y el cielo es celeste y la tortura de deshacerme de vellitos que pueblan mis piernas ya pasó, la cuestión actitudinal suena mucho más asequible para mi renovado idealismo de primavera tardía. Ser cínica en verano es muy difícil, la verdad. Y quejarse de la estética reinante es abrumadoramente fútil enfrentándome con la verdad del bikini y el espejo.

Declaro así iniciada mi dietadeunagordita versión 2.0. Intentaré controlar mi compulsión literaria (que ha sufrido una explosión comparable a la explosión cámbrica) a... bueno, intentaré controlarla, no prometo nada.

¿Saben lo que me más me gusta de esto? Hacía tiempo que no respiraba bien, sin disneas. Voy a hacer esto porque quiero, no porque debo. Ayer otro granito explotó (sin corte de pelo de por medio).

Ahorita no extraño ser feliz. Lo soy.

martes, 2 de noviembre de 2010

Fue una noche de enero



Ich habe dich nicht gebeten zu bleiben, doch du bist geblieben.

Yo lo sabía. Hacía tiempo.

Era extraño sentir que la pelota rebotaba a la misma altura que la mía; saber que leer lo que yo decía era igual de importante para él como para mí era leer lo que él escribía. Yo sabía que no era normal eso que sentía, eso que quería. Era deliciosamente sospechoso, como la promesa hecha sonrisa del galán que me ignoraba.

Peligroso, como la marcha de un borracho cruzando la avenida.

Era dolorosamente honesto, genial, inapropiado. Sí, él estaba herido, sí, estaba quiñado, manido, maltratado, sí, yo sabía todo eso. Lo quería así, así lo adoraba. Era entusiasta por la vida. Quería salvar al mundo como Superman; no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo, pero para eso estaba yo. Para abrazarlo cuando se cayera, para ser cómplice de sus crímenes, para ayudarlo a arreglar su casa. Yo iba a estar ahí para cocinarle, abrirle la cerveza, putearlo de vez en cuando. Yo iba a estar ahí cuando nadie más quisiese verlo; yo iba a estar ahí consolándolo cuando no mereciese consuelo.

El sabía que yo buscaba alguien para volar. Sabía que para mí la vida no tenía mucho sentido estando sola, aún cuando ese estar sola fuera más un esfuerzo humano que un castigo divino. Él supo que, en cierta manera, yo creé todo. Que yo fui la arquitecta del sueño. Igual le gustaba pensar que era el destino lo que nos había unido. Yo planeaba pararme al costado de las vías del tren con una pashmina amarilla.

Era amor, no era enamoramiento amanerado ni soledad de bolsillo. Era amor con sus cuatro letras, rebeldía negándose a hablar bonito, desafiante, achorada, impertinente, maleducada. Era el amor lo que me daba sentido, el oxígeno que me hacía respirar, que me mantenía viva. Porque yo estaba viva, onerosa y exhuberantemente viva.

Yo sabía que nuestro dolor no era el mismo. Él ha caminado infiernos que yo sólo he sobrevolado. Así lo amaba. Tal vez así todavía lo amo. Mis amigos lo detestan... mis padres aún más. Todos tienen razón. Pero no es por lo que ellos creen, no... no es porque él me vaya a dar más problemas. Es porque prometió, confesó y declaró. Es porque al final, me dejó.

Que tenía que aprender a volar sola, sí, tiene razón. Que nunca nunca nunca iba a volver a enamorarse de mí, mentira. Remember Avatar? I see you. Que yo había sido la palanca que lo había sacado del pozo, me alegro. Igual no cambia nada. Lo único que afirma es que no tiene palabra, ni derecho, ni perdón. Aunque me duela y me desgarre y me arrepienta.

La respuesta era D, Pon Pon. Tú no la marcaste, esa es otra cosa.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Fue una noche de Junio

Fue una noche de Junio, en el malecón, en la realidad, con miedo más que nada a la soledad. Habíamos estado conversando muy bien, mucho rato, y yo ya tenía bastante claro cuál era el siguiente paso que iba a dar. Tenía que ser rápido, efectivo, brutal. Empezó esa noche, mis alas de mentira a punto de ser construidas, Ícaro listo y preparado para volar.

Nos besamos largamente, con una pasión que hacía años no sentía y hasta había temido no volver a visitar. Tenía que plantar mi semilla profundamente, convencerlo a él, convencerme a mí misma. Pon Pon no iba a ser más el dueño de mis sonrisas, no tenía derecho a mis ilusiones, ni me iba a dejar cayendo en el abismo sin posibilidades de volar. Me gustaba gustarle a Ícaro, me gustaba besarlo, me gustaba abrazarlo y olvidar. Dos semanas después él era mi enamorado y yo estaba triste pero segura en la panza de un avión que me iba a regresar al Bosque una vez más.

No regresaba a Rivendel sino a Lorien, a hacer cardio, a estudiar Medicina, a vivir mi verdad. Conocí a otros estudiantes, me gustó uno, extrañé a Ícaro y a mi malecón, paseé, lloré, sentí, caminé. Estaba sola, muy sola, pero sabía que al otro lado del mundo tenía a alguien con quien volar. Alguien mío, alguien que me quería y que yo quería también. Regresé a Rivendel y recogí mi corazón, corriendo en la noche con mi Elfo, en silencio, con frío y estrellas en el cielo del bosque. Paseamos por Lorien, despidiéndonos de cerca y de lejos, perdiéndonos, encontrándonos, riéndonos. Mi Elfo con Lentes y yo fuimos felices, todo lo felices que dos niños hechos adultos (enamorados hechos amigos) pueden ser.

Regresé al malecón con la miel de los recuerdos todavía en los labios y le di un abrazo a Ícaro con todo un mes acumulado de cariño. Lorien se había acabado y yo tenía un amor en mi malecón. Todo parecía mejor.

Fui feliz, muy feliz. Me gustaba cómo olía, cómo besaba, cómo sentía, cómo dormía. Me gustaba encerrarnos en su carro en la universidad, encerrarnos en mi cuarto, encerrarnos en nosotros dos, secretos, deseados, coquetos, adorados. Pero duró poco. Nos fuimos al carajo metódica y sistemáticamente entre silencios cada vez más fríos y largos. Me costó bastante aceptar que aunque fue mi enamorado yo realmente nunca lo conocí bien. No quise conocerlo, tampoco. Fue mi culpa, su culpa, fue mi gran culpa.

Cuando terminó sentí dolor, dolor que hacía tiempo no sentía, dolor que había decidido no volver a sentir. Dejó un hueco bien grande y visible, casi como una pesadilla, como una verdad que prefería tratar como una mentira. No sólo era él, lo sabía. Era otro dolor también. El dolor que yo había intentado tapar con su presencia. Lo sentía, lo vivía.

Pon Pon estaba cerca. El ICQ estaba prendido. Fue cuestión de tiempo, corto tiempo. Nuestra historia estaba lejos de acabar, lejos de estar terminada. Yo quería y sabía que podía volver a empezar.

Fue una noche de Julio

Fue una noche de Julio en Rivendel, un Lunes la verdad. Estaba con mi elfo, de camino al cumpleaños de una elfa de la que sólo había escuchado hablar, nerviosísima por ser el primer día en dos años y medio que había visto mi Elfo con Lentes. Ya me había dado cuenta, pero todavía no quería ver. Maxim Gurki, se llamaba esa elfa. La llegué a conocer muy bien.

Era verano, muy frío, muy verde y con muchas estrellas. El Bosque sonaba a cuentos y los elfos conversaban en Quenya. Había un elfo alto, muy alto y muy guapo, casi como una escultura del renacimiento; se parecía al David de Miguel Ángel, y cuando fui a Florencia decidí que era él. Fue muy bueno conmigo, muy amable, demasiado. Detestaba cómo su trato contrastaba con la frialdad polar de mi Elfo.


Las cosas fueron de mal en peor, por mi culpa, por su culpa, por la gran culpa de los dos. En un momento me preguntó qué quería y yo le dije que nada, a lo que me respondió que le parecía muy bien porque nada me podía dar. Decidí que David iba a ser mi premio consuelo y nos dimos un perfectísimo beso detrás del estrado de un fest, en una banquita donde me sentí feliz, tranquila, una igual. No duró más que un par de horas, pero me dejó un dolor mucho más manejable que el horroroso dolor que era estar en el otro lado del mundo a sabiendas que la razón por la que había ido no me quería ver más.

Maxim Gurki apareció con su risa y su pelo y sus muchas ganas de hablar. Me hizo sonreír, bailar y una vez hasta me hizo gritar. La pasé bien con ella y gracias a ella. Igual dolía, pero... se podía aguantar.

Mi Elfo con Lentes y yo nos fuimos a Florencia, lo cual la terminó de cagar. Lloré por unas cuatro cuadras, con tacos y ampollas y silencio y soledad. Y justo después nos amistamos. El último día, perfectísimo día, caminamos como escondiéndonos de un futuro y un pasado que no queríamos ni debíamos recordar. Regresamos en el tren, algunas cosas solucionadas, otras todavía por curar.


Después del regreso el Altote vino a visitarnos a Rivendel. Fue muy bonito al comienzo... no tan bonito después. Cada segundo que estaba me hacía más evidente que yo no era de ni vivía en el Bosque. El Altote me gustaba todavía, y aunque no tenía oportunidad la cagué (otra vez). A veces me alegro, a veces me apeno. La verdad, no sé.

Mi último día en Rivendel fui a la fiesta de un elfo que no conocía y en la que no iba a estar ninguno de los otros elfos con los que había hablado. Me aburrí bastante, pero al final en la puerta de la casa me puse a conversar con un elfo medio borracho de polo rojo. No era más bonito ni más alto, pero era diferente a los otros. Le conté una verdad y me contestó otra verdad también.

Regresamos en el carro de mi Elfo con Lentes y no sé por qué toqué el hombro del Elfo de Polo Rojo. Me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos, y yo besé su dorso y toqué su polo con ganas de llorar. Quería besarlo pero no podía. Tenía que dejar Middle Earth en pocas horas y sólo nos despedimos con un abrazo que me convenció que de todos los elfos que había besado, era justo ése que no besé de quien debería haberme enamorado.


Cuando regresé busqué por todas partes en mi maleta y en mi cuerpo pero no encontré mi corazón. Lo había dejado en el Bosque pero no sabía cuándo, ni dónde, ni con quién. Pensé que se había quedado detrás de un escenario con David, o en un museo de Florencia con mi Elfo. Recién en febrero me di cuenta de que lo había dejado en la mano del Elfo de Polo Rojo, mi Pon Pon. Hablábamos por ICQ casi todos los días y era dueño de casi todas las sonrisas que sonreía yo.

Lo enamoré porque estaba enamorada de él, y por un tiempo él cedió y se enamoró de mí también. Compré los pasajes y saqué la visa al Bosque con planes de canciones, jabones y paseos por Rivendel. Pero un mes antes del viaje estaba frente a la computadora, tirándome una clase que sí venía en el examen, llorando sin el más mínimo pudor.

No quería regresar al Bosque, donde había estado casi un año atrás. Mi Elfo con Lentes ya no me quería y el improbabilísimo contrario se había probado realidad. Siete años habían terminado en tres. David se había marchitado sin vuelta atrás y Pon Pon, mi Pon Pon adorado, mi amor herido me había dejado de hablar. Necesitaba ser feliz, no podía soportar la soledad. Necesitaba volar con las alas de las que me había hablado Pon Pon, en ese salto suicida que era amarse y cogerse de las manos para volar.

Sin embargo yo sabía que podía convertirme en Dédalo y construirme alas de mentira, y hasta conseguir a un Ícaro con quien volar.

Billie Holiday

Southern trees bear a strange fruit,
blood on leaves, and blood at the roots,
black bodies swinging in the southern breeze,
strange fruit hanging from the poplar trees.




"Strange fruit", de Billie Holiday, fue nombrada en 1999 por la revista Times como la canción del siglo. Su letra, el poema de un profesor judío censurando los linchamientos de afroamericanos en la campiña sureña de Estados Unidos, describe gráficamente los cadáveres colgados en los álamos, meciéndose con la brisa. Escena pastoral del galante sur.

La voz de Lady Day no es bonita ni melodiosa cuando canta esta canción. Hiere, como verdades rehusándose a ser ignoradas, como las lágrimas y los gritos de una víctima suplicando piedad. Es esta desesperante belleza la que me cautivó; la brutal honestidad de un dolor que sólo de escucharlo me pone la piel de gallina. La amarga cosecha de una sociedad para la cual la violencia tenía diferentes significados dependiendo del color de piel con el que estaba manchada

Es su misma naturaleza la que hace que esta canción trascienda las barreras de la estética y se convierta en arte. Es lo que comunica, lo que dice y lo que deja de decir, lo que defiende y describe, es esa voz incisiva que acerca la mirada a una escena que sabemos que no queremos atestiguar. Que, sin cubiertas ni mentiras, muestra la verdad así como es. Muy alejada de esa versión edulcorada y descafeinada que muchas veces terminamos por comprar.