miércoles, 8 de diciembre de 2010

Esas cosas que no dices

Hay un montón de cosas que se callan. Verdades, mentiras, heridas, sonrisas. Las miradas que dicen mucho más que los besos, los silencios que hieren más que puñetazos. El silencio, ese vacío a veces elegante y frecuentemente temido, tiene el poder de espacir el pánico aún en el más tranquilo de los escenarios. A veces ni los gritos asustan tanto.

Esas cosas que no dices no sólo no se las dices al otro, sino muchas veces ni te las quieres decir a ti. Esas cosas que te dan vergüenza y por las cuales te sientes ridícula, pequeña, prejuiciosa y poco digna. El silencio es a veces un aliado para no aceptar las palabras que tememos hasta pensar. Ese "te amo" que sabes que no es correspondido. Ese "te odio" que tienes miedo de enfrentar.

Son omisiones que se convierten en mentiras, o lenguas quietas que otorgan la autoridad a las que llevan la verdad. Cuando te aconsejan callar nunca te dicen que las palabras que debían salir y quedaron dentro duelen y se pudren como gangrena, como crímenes nunca confesos que torturan día y noche hasta recibir un liberador castigo. Salen, como cadáveres flotando hacia una superficie que prefirió esconderlos.

Los secretos que son evidencia de cosas que no debieron pasar. Los pecados de los que sabes que no te arrepientes. Los sueños que no deberías soñar, los deseos oscuros, húmedos, sádicos y lujuriosos, esos gritos que hablan de una sed que clama por ser satisfecha. Y la soledad, la única que conoce todas esas cosas que no dices. La única que escucha todo lo que no se habla, y la que tortura rumiando lo que debiste decir y callaste. Hay tanto de terrible como de maravilloso en la incertidumbre del "qué hubiera sido".

Sin embargo el "qué hubiera sido" no es. Y esas cosas que no dices se quedan sin decir hasta que un día te das cuenta que aunque no la vieras, la verdad siempre estuvo mirándote.