martes, 31 de diciembre de 2013

Soundtrack 2013

Había escrito toda una introducción para presentar mi Soundtrack del 2013, pero he decidido que no necesito hacerlo.

En mi muy aleatoria vida la esperanza es una buena idea. Y la verdadera esperanza nace de la desesperación.

1) The Bear and the Maiden Fair - The Hold Steady

"I'm a maid, and i'm pure and fair. I'll never dance with a hairy bear!" No soy del tipo doncella en peligro. Pero bueno, a veces pasa, y nunca es un príncipe azul (o turquesa, o verde) el que viene a rescatarme, sino alguien mucho más peludo e inesperado. A veces es un Rottweiler. A veces, un ex que una época vivió en Rottweil. Han sido reportados casos de banqueros suizos, ex-alumnos del Franco Peruano, un residente de oftalmología y un listísimo polaco nacido en Inglaterra que vive en California y quiso robarme a Miami con bastante insistencia.  


2) Can't Pretend - Tom Odell

No sé pretender que he olvidado, que he renunciado, que me he razonablemente resignado. Porque no sé olvidar. No sé renunciar. Hasta ahora no he sido lo suficientemente razonable para resignarme. No sé si es amor. Ya pasé esa etapa en la que pretendía saber qué era qué cosa, o cuál sentimiento correspondía a cuál historia, y esa es una de las cosas que más me alegra de haber aprendido este año.





3) The Rains of Castamere - The National

No todos podermos darnos el lujo de tener piedad. Ya sea por nuestra historia, por las circunstancias, por la visceral ira que de vez en cuando se asoma, hay momentos en que conversar no es una opción. No digo que sea bonito. No es algo de lo que esté particularmente orgullosa. Pero es algo que es cierto. En su momento, fue necesario.



4) Africa - Toto

Mucha de la música que tengo en mi tarjeta de memoria me la bajé para impresionar a alguien y me terminó gustando; pero esta canción ni me la bajé yo, ni quería impresionar a nadie, y nunca terminó de gustarme. He de confesar en este mismo espíritu de honestidad que tampoco me gustan los gatos adultos, iCarly, los juegos de video o ir al gimnasio. Sin embargo, cada una de estas cosas me recuerda el cariño más tierno que he sentido en mi vida. A pesar de todo. Probablemente por ello



5) Guaranteed - Eddie Vedder

Yo vine aquí, con miedo.
Quería huir, porque sabía que no iba a poder evitarlo
Pero estaba encerrada conmigo misma,
y muy a pesar mío iba a empezar a gritar la verdad.

Miente de verdad (Pozuzo)
Leli Villarreal.



6) Summertime - Lana del Rey

Bailar, para mí, es terapéutico. Usualmente lo hago encerrada en mi cuarto, con la luz apagada y mis audífonos enchufados a todo volumen. Nada más importa. Cuando bailo soy completa e irrevocablemente libre.



7) Gone - Kanye West

I'm sure it's more than mere adequate that the song that brought me to you is written by an acknowledged egomaniac. Aren't we, sweetheart, both of us? Me with my attention seeking and you with your relentless search of serendipitous connections.

But there's something, isn't it? Not frequently, i know. Guess it's my fault, as usual; God forbids you ever take the blame for anything.



8) No Rain - Blind Melon

Sí, en mi alma corre una veta muy profunda de reciclaje. Pero... ¡esa noche! Esa noche va a quedar para la posteridad. Sentir que mi piel llena de cicatrices seguía siendo mía, y la sangre que se agolpaba debajo de ella latía por mi (no tu, ni su) corazón. Mis músculos no habían olvidado ni un segundo los recuerdos que mis nervios habían grabado en ellos. ¡Esa noche! Esa noche pude decirme hola de vuelta. Esa noche, por primera vez en muchas, muchísimas noches, volví a ser yo.



9) There's  light that never goes out - The Smiths

Yo estaba en un taxi, en Barranco. Tenía un polo azul, un short que pretendía ser blanco y las únicas sandalias rojas que he tenido. Me decía, me repetía cual mantra, que no estaba yendo a esa reunión a buscar marido. Que ese día no era sobre mí; que estaba sola, y sola habría de permanecer. Que, cual alma en el infierno de Dante, tenía que dejar toda esperanza en la puerta. Lo hice.

Lo inesperadamente maravilloso fue lo que encontré cruzando esa puerta.



10)  E lucevan le stelle – Puccini 

"¡Tosca! ¡Además de fea, tosca!"

A la inolvidable compañerita que me dijo eso alguna tarde de mis quince años, le respondo: Sí, Tosca. Debí haberte roto la nariz de un codazo para que tuvieras una verdadera razón para llamarme así. Cambiando de tema, esta aria es increible. Oh... lo siento, ¿no la conoces? Ah, sí, bueno. Justin Bieber todavía no le ha hecho un cover.



11) Little man lion - Mumford and Sons

But it was not your fault, but mine. 
And it was your heart on the line. 
I really fucked it up this time, 
didn't I, my dear?



12) Let her go - Passenger

Si estás leyendo esto y has llegado hasta aquí, gracias. Si no estás leyendo y no has llegado hasta aquí, gracias igual. Gracias por me haberme hecho escuchar esta canción, y probar la DT, y por darme las ganas de quererte.



13) I hate - Passenger

... specially when you need to shit. 



14) Fischerweise - Schubert

Let me quote Schubert on this one.

,,Gib auf nur deine tücke,
denn Fisch betrügst du nicht"




Gracias, 2013.
Gracias a todos los que estuvieron en él.
Particularmente muchas gracias a todos los que a pesar de no estar, no me dejaron olvidarlos.

martes, 15 de octubre de 2013

A él le gustan los círculos

Siempre había dicho que no escribía de cosas que pasaban en su momento porque eran demasiado sagradas para ser usadas como carne de literatura. Abrazos, recuerdos, tardes, en fin. Sentía que si escribía sobre ellos iba a perderlos, para siempre, convertidos en personajes de cuento.

Sin embargo ninguno pasó la prueba del tiempo. Mis héroes, mis elfos, mis semidioses, de todos he escrito. Del único que no escribí fue, coincidentemente, del único que se quedó conmigo. Y encuentro en este silencio algo mucho más sagrado aún.

Lo único que voy a decir es que recuerdo esas tardes caminando en Salaverry tal y como imaginé que las iba a recordar.

Hace un mes tenía esta necesidad imperiosa de escribir, de contar mi historia, de ponerla ahí para que alguien, de repente, se interesara en leerla. Para que alguien fuese mi testigo, mi cómplice. Alguien que supiera de lo que estoy hablando, que entendiera lo que estoy sintiendo.

Ahorita, en este momento, no quiero seguir escribiendo capítulos, quiero disfrutar leyéndolos.

No necesito. Quiero.

Te quiero.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Atmospheric mist (Fue un 28 de Julio)

Todo empezó con un sueño.

No recuerdo tan bien el sueño ahora, pero recuerdo quién estaba y quién no estaba ahí. Era el naufragio de una ciudad, y que yo tenía que salvarlos; recuerdo que el héroe no era Leo sino El Guapo, a quien no había visto hacía meses. Había conversado con él a menudo en Facebook y Qaleidoscopio consideraba que la virtual intimidad era inapropiada. Yo había comentado una foto del Guapo y él me había hablado del atmospheric mist.

El Guapo había dado su opinión sobre varias cosas en el último mes y yo coincidía. Desde anestésicos disociativos hasta convicciones políticas (nunca ausentes en su presencia), el Guapo sonaba sospechosamente parecido a esa voz interna mía que había estado intentando callar. Luego vino ese sueño: Leo no estaba ahí, y El Guapo sí. Fue de lo primero que me di cuenta.

¿Infantilmente sugestionada? Probabilísimo. ¿Exagerada, emocional, moralmente ambivalente? Sí, claro que sí, pero no era nada nuevo, era yo. Y "yo" es alguien a quien temo con justa razón.

Era obvio para mi pequeño entorno que mi obsesión con Leo era tan natural como lápiz labial en un cocodrilo. Previos intentos lo habían denominado rinoceronte negro con corazón de angelito, y hasta cierta teología había sazonado el asunto. El punto de quiebre fue el 28 de Julio, pero tampoco es que fue una sorpresa; fue más bien el primer capítulo de la crónica de una muerte anunciada.

El mejor 28 de Julio de mi vida empezó conmigo de un pésimo humor caminando hacia las cataratas Delfín con Qaleidoscopio y su enamorado. Aparte de hacerme todo lo insoportable posible tomé fotos y más fotos cuyo protagonista era el atmospheric mist. Almorzamos, regresamos a Haus Verónica y luego fui testigo de un llanto histérico que me aterró.

Era la primera vez que veía a alguien llorar por amor. Era en serio, era a gritos, era desesperado y desesperante y lo más aterrador era que la causa parecía no tan importante pero evidentemente lo era. Si es que a esas alturas todavía necesitaba un empujoncito ser testigo de ese llanto fue como recibir el empujón de una demoledora. Una hora después salimos todos en grupo, al Rumbash. Habíamos estado yendo casi cada noche de esa semana, previando en la terracita de Haus Verónica. Cada noche de esa semana había sido honestamente genial, y no podía evitar sentirme cada vez más culpable.

En el Rumbash fui la beneficiaria de una tregua por la que no había luchado en absoluto. Se suponía que no estaba de cacería, y que mis juegos eran sólo exabruptos controlados sin consecuencia alguna. Bailé, tomé, me desaparecí. Fue toda una serie de símbolos, como las veladas amenazas de una guerra terrorista. Negro, tirado por los árboles en el rechazo de un recuerdo que debía ser entrañable. Rojo, una invitación y el recuerdo de una gloria. Regresé tarde (temprano ya) sentada en la parte de atrás de una moto por segunda vez en la semana, y no se me ocurrió mejor idea que ponerme a cantar en alemán. No podía evitar reírme. Era una canción de victoria, y en mi pierna había una herida abierta hecha por una verja que pronto se haría cicatriz.

Al día siguiente me enteré que Leo la había pasado bien también, con sus amigos en la playa. Había tenido una epifanía emocional no del todo distinta a la mía, sobre un pasado que no quería dejar ir.

Los días que me quedaron en Pozuzo se hicieron más difíciles. Desde el río de los renacuajos canté, una y otra vez, esa canción que me seguía atormentando. Come away with me, in the night. ¿Qué acaso no lo había hecho ya? ¿Por qué lo seguía deseando? Se suponía que estaba enamorada. Se suponía que iba a regresar a Lima, a Leo.

En la madrugada del 2 de Agosto no pude soportarlo más y huí del cuarto que compartía con Qaleidoscopio, un rollo de papel higiénico y mi almohada en la mano; me acompañaba Duke, el perrito de la casa. Corrí un par de cuadras, deseperada, y me senté en la vereda frente a la iglesia de San Camilo. Me puse la almohada en la cara para mitigar los gritos de mi propio llanto. ¿Por qué estaba llorando? ¿Por qué, por qué tenía tanto miedo de articular la respuesta?

Regresé a Lima con una cosa menos de las que había ido. Perdí a Qaleidoscopio y no hice nada para recuperarlo, ni en ese momento ni después. Como esa vez hacía más de un año antes, los elementos de la historia ya estaban en posición, sólo esperando a que se tejieran anécdotas entre ellos. Leo, yo, mi llanto, el secreto. Él ya se las olía, se las había olido desde que dejé de desearle esos dulcísimos sueños todas las noches.

Sería injusto decir que apenas regresé perdí toda intención de terminarlo. La tuve, varios días, cocinándose en mi cabeza. Pero eventualmente el temor a la lesbiana Soledad pudo más. Si había sido sweetdragon tantos años, ¿por qué no volver a edulcorarme de nuevo?

Como las fotos de atmospheric mist, es necesaria la perspectiva para apreciar su valor. Apenas pude vacié la tarjeta de mi cámara y las encerré en una carpeta. Recién la volví a abrir hacer unos días, y pude entender su belleza.

Radica, sencillamente, en todo lo que deja atrás.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Cómo te extraño

¿Me conoces lo suficiente para saber que casi nunca hago lo que debería? ¿Que, detrás de esta indiferencia, todavía arde un dios en mi médula, polvo mordido y enamorado?

Me miro y cierro los ojos recordando que una vez me acariciaste, me besaste y me tuviste. Los abro, y se acaba el sueño, un recuerdo que no debería ser usado porque todo parece confundirse con la realidad.

¿Curaré algún día? Si el mismo dolor del que me quejo es la evidencia de que una vez fue placer. ¿Qué sería olvidarte, sino aceptar lo inaceptable? Renunciar a ti sería como entregarme a la muerte.

Callo. Escucho, espero, extraño. Recuerdo que no todo era hermoso y sé que no eres perfecto, pero eres lo que mi alma anhela.

Son rapsodias oníricas en la oscuridad de mi cuarto. Me reconozco como una pagana convertida inmersa en tu sincretismo. Probablemente Dios me entiende, y espero que me perdone, pero hasta ahora no he podido obligarme a dar el primer paso hacia la contrición.

Cómo, irresistiblemente, te extraño.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Miente de verdad (Pozuzo)

Yo vine aquí, con miedo.
Quería huir, porque sabía que no iba a poder evitarlo
Pero estaba encerrada conmigo misma,
y muy a pesar mío iba a empezar a gritar la verdad.


Miraba hacia afuera, pero sabía que no había escapatoria,
a pesar de que llamara o pretendiese que me importara.
Aquí supe que mis mentiras o se iban a aceptar como tales
o me las iba a tragar.


Y empecé a llorar,
y llorar,
sin poder parar, sin poder negarlo.
Lo siento, lo siento mucho,
pero no podía hacer nada más.


Y descubrimos el río de los renacuajos,
miles, millones quizá,
y no pude evitar pensar en eso que nunca había dicho
ni hecho ni dejado de desear.


Conteniendo un llanto de mi grito sólo canté,
canté para callar, pensando en ti.
Avergonzándome en pleno derecho de lo que había hecho
y lo que me habían hecho a mí.
Lo siento, ya lo he dicho.
Pero en ese río no podía ni quería mentir.


La neblina de mi desesperación había cubierto
montañas intentando confundirlas con colinas,
pero yo me daba cuenta.
Esa belleza era otra, era sagrada.
Y yo empezaba a cometer sacrilegio,
buscando un Dios que me pudiese consolar.


Aquí fue donde soñé ese sueño contigo y los otros,
ese sueño de siesta de Pozuzo que me impidió seguir mintiendo.
¿Qué cosa podía hacer?
Era mucho más grande que yo, no era una cuestión de decisión.
Cuando pasó ni siquiera lo sabía,
y cuando terminó no supe qué hacer.


Entonces decidí dejarme de inocencias
y ser quien soy, así.
Estaba preparando una traición,
que no era más que una prueba de lealtad,
no sólo a mí misma sino a ti.
A ti.



Lo hice, y después me reí.
Regresé a donde estaba con el triunfo en mi alma,
sin arrepentimientos.
Quise estar contigo, pero estaba sola.
No servía de nada la belleza,
o la felicidad sin compartirla.
Tú no estabas ahí.


Y fue entonces que volví a disfrazarme,
a edulcorarme, a descafeinarme,
a regresar a otra boca cobarde a quien mentirle.
Intentando ser miel cuando mi alma es
(tú lo sabes, ya te lo he dicho)
y siempre será ají.

domingo, 22 de septiembre de 2013

La victoria de la liebre

Siempre he deseado y temido este momento. Creo que el asunto empezó cuando tenía cuatro años y mi papá me contó la historia de la liebre y la tortuga.

Yo era chiquita, mínima, y ya desde esa época me presentaba como una insurrecta amenaza al orden público. Hablaba irritantemente bien (parece vieja, decían), preguntaba y hasta me daba el lujo de decirle "hipócrates" a las compañeritas que alababan mi vestidito en público pero lo condenaban en privado. Uno de esos días mi papá me contó la historia de la liebre y la tortuga, en lo que asumo era un intento de ilustrarme en el tradicional y útil valor de la constancia.



Mi papá en su excelencia bienintencionada se encontró con una respuesta no sólo sorprendente sino peligrosa. Con una mirada muy segura de mí misma (según lo que me cuenta) le dije "qué tonta la liebre, se hubiera despertado un poquito antes y hubiera ganado." Mi papá intentó ensalzar las virtudes de la tortuga pero mis respuestas no evidenciaron ningún éxito. A mí la tortuga me daba igual. Con quien resonaba era con la liebre.



A lo largo de mi vida se me ha acusado de ser arrogante o soberbia, y con mucha razón. Como mi papá se dio cuenta tan tempranamente, yo era la liebre, y una liebre que se negaba a convertirse moraleja con premeditación y alevosía. No, no siempre me ha ligado eso de despertarme un poquito antes de que la derrota sea inevitable, pero estoy aquí y todavía sigo en carrera.

Sin embargo yo sé que ha llegado un punto en el que esta estrategia ya no va a funcionar más. Por un lado me alegra haber dedicado todo este tiempo libre a construirme, conocerme, enamorarme y desenamorarme, y por otro lado me da un poco de miedo que esta sea la primera vez que voy a correr en serio. Esta es la primera vez en mi vida que voy a darlo todo, mi cien por cien, y no hay vuelta atrás.

¿Será verdad ese mito en el que creído? ¿Podré correr tan rápido como pienso que puedo hacerlo? Me da miedo y me emociona al mismo tiempo. Me da miedo perder. Acaba de sonar el disparo de salida. Y yo quiero ganar.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Ruiseñor, cántame tu canción

¿Qué harías si el ruiseñor no canta?
Oda Nobunaga dijo: Matarlo si no canta. 
Toyotomi Hideyoshi dijo: Hacer que quiera cantar. 
Tokugawa Ieyasu dijo: Esperar a que cante. 
- traducción libérrima mía de un conocido poema japonés



El periodo Edo de Japón, 1603 a 1868, estuvo caracterizado por crecimiento económico, orden social estricto, política exterior aislacionista, políticas de protección ambiental y deleite popular de artes y cultura (o por lo menos eso es lo que dice Wikipedia al respecto). Este periodo es conocido también como el periodo Tokugawa. Tokugawa es el mismo que esperó a que el ruiseñor cante según el poema de arriba, y todo apunta a que esa excelente estrategia funcionó.

Si bien lo más probable es que los mencionados no se hayan sentado a intentar convencer al ave que cante (lo del ruiseñor es la parte libérrima de mi traducción), el poema retrata bastante bien sus personalidades. La ferocidad de Nobunaga conquistó regiones enteras. La astucia de Hideyoshi escaló cimas sociales inauditas. Pero fue la paciencia calculada de Togukawa la que escuchó al ruiseñor cantar. No planeo dar una clase de historia japonesa, pero hasta una observadora prejuiciosa e ignorante como yo está en capacidad de suscitar algunas preguntas. La más obvia de ellas es ¿por qué querían que el ruiseñor cante?

El canto del ruiseñor era un sueño hecho realidad. El sueño de un país unido y estable, el sueño del poder, de la gloria. Los que querían escucharlo eran grandes hombres con grandes ambiciones. Yo me contento con esperanzas mucho más humildes. Tal vez se me pueda acusar de egoísta, y admito mi culpa. Mi ruiseñor es mucho más personal.

Entonces, ¿qué razón tengo yo para querer que mi ruiseñor cante? ¿Qué islas quiero conquistar, qué mares? ¿Cuáles son las glorias con las que sueño? Oh, bueno, tampoco es para tanto. Sólo quiero que el señorito cante. Una vez lo escuché. No he podido olvidarlo.

¿Y por qué este ruiseñor en específico? Definitivamente no es el único cantando. Lo más probable es que haya muchos cantando, cada uno una canción. Ha pasado tanto tiempo ya, y escuché tan poco. ¿Y si me equivoqué? ¿Si después de unos trinos suena a un cuervo graznando? Puede que me esté perdiendo la canción de otros ruiseñores por estar atenta al silencio.

Es cierto. Es un riesgo. Consciente de eso me he sentado varias a veces a escuchar otros cantos. Eran cacareos de gallina comparados con mi ruiseñor. Nadie dice que no sean divertidos, o hasta entrañables. Pero el canto de mi ruiseñor es mi sueño hecho realidad.

Un sueño al que no quiero renunciar.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Kachkaniraqmi

"Cómo será tu piel junto a la mía." - Chabuca Granda.

Ayer vi una película que me gustó muchísimo. Se llama “Sigo siendo”, de Javier Corcuera, y me hizo pensar, sentir, hasta me hizo llorar un poquito. Es sobre músicos peruanos, esos violinistas de las fiestas patronales de Ayacucho, las cantantes y sus letras poéticas en quechua, los zapateadores de El Carmen que celebraban la vida hasta en la muerte, los arpistas, bailarines de tijeras, guitarristas y cajoneros criollos recordando las jaranas de callejón de sus épocas. La cámara capturaba a cada uno con su arte, en su escenario, con sus colores y su honestidad. Era bellísimo.


No sé si es por mis sensibilidades actuales, pero no evitar pensar en la ceguera clasista que a veces oculta esa belleza de mis ojos de limeñita. Quería escribir algún disclaimer que empezara con un “pero no creas que soy...” e intentar mejorar la imagen que acabo de hacer de mí misma. Pero no. Sí tengo culpa. En mi condescendencia jamás habría podido imaginar que el mismo hombre que me vende helados en la playa es capaz de tanto sentimiento tocando las cuerdas de un violín.

Es un concepto que ha estado dando vueltas hace un tiempo. “El otro”. Para mí empezó cuando me compré una versión alemana resumida del libro de Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”. La traducción alemana es “Der Anderen Geschlecht”, que se traduce literalmente como “El otro sexo”. El concepto de “otro” es muy interesante, y si bien el feminismo de de Beauvoir puede ser considerado como anacrónico y hasta un poco misógino, muchas de sus observaciones son muy agudas.

Permíteme un mini-momento antropológico aquí (please). De Beauvoir habla sobre cómo el concepto de la mujer es siempre dependiente del hombre. El hombre se conceptúa (o se conceptuaba) a sí mismo único, el gran maestro de la creación, y a la mujer como un complemento a él mismo. Costilla, costado, maldición (según los efebofílicos griegos), sumergirse en las referencias históricas es un poco deprimente. Tú entiendes el punto.

Mi otra fuente es un documental que vi en HBO, The Out List. Como el título sugiere, es una lista de homosexuales, transexuales y una drag queen por ahí (que me cayó malísimo, predeciblemente) que hablan sobre cómo su sexualidad era parte importante de su vida y se sienten orgullosos de luchar por sus derechos. Al final de la película sale Cinthia Nixon, hablando sobre lo que había dicho el sacerdote que ofició su boda con su ahora esposa. Hablaba sobre el concepto de “we”, que en la historia norteamericana había empezado con el “we, the people”.

¿Quién era “we”? Hombres, blancos, propietarios. El “we” se había ido expandiendo hacia hombres negros liberados, mujeres, y ahora faltaba que se incluya a la comunidad LGBT, porque el hecho de que existiese un “we” significa que existe un “them”.

Ese “them”, ese “otro” es mucho más cercano. Ese “otro” viene todos los días a mi casa, por ejemplo. Ella borda exquisitamente, cholitas coloridas y llamitas sospechosamente bien peinadas. Me pregunto cuánto arte, cuánta belleza me pierdo todavía pensando en esos artistas como el “otro”. Como si el hecho de no compartir mi cosmovisión los hiciese menos capaces. Como si no sintieran igual que yo, como si no vivieran, amaran, perdieran, gozaran.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Té de menta

Las hojitas verdes del té que acabo de preparar siguen en el cuello de la jarra de vidrio, pero van cayendo. Una a una, lentamente, como si estuvieran en un sueño sin ninguna prisa por despertar. El té está cargado, brillante. Como si fuera un vidrio líquido con olor a menta. 

Hoy es un día especial. Se supone que hay una razón especial, una ceremonia, pero no es por eso. Acabo de tomar café, y sólo puedo comparar el efecto en mi cerebro como estar borracha al revés. Pero no importa; pocas cosas importan, en realidad. Todavía me arrepiento de algunas. De muchas otras, no. 

Oh, sí, ayer escribí un mail largo, de esos. No espero que me lo respondan, tampoco. Sonrío, pensando, recordando el destino de mis otros mails largos, a otras personas, en otros tiempos. Las hojas de menta siguen cayendo. Hay un montoncito en el fondo, casi como un reloj de arena pasando el tiempo. 

Tenía que hacerlo. Tenía que escribirlo, tenía que decirlo. Me siento un poco ridícula, dramatizando sobre tonterías. No es que haya sufrido un gran agravio, y desde cierta perspectiva fue positivo que viviese esto en carne propia, para tener una experiencia de primera mano. Racionalizo para no sentir dolor. 

Son pequeñas concesiones, las buenas intenciones que terminan en algún círculo de Dante. Aceptar, olvidar, conformarse. Perdonar. Son cosas que se dicen, se sienten y eventualmente se olvidan. Sí, los sentimientos son efímeros, pero eso no los hace menos verdaderos. 

Las hojas menta sólo son una delgada línea en la superficie de la jarra. Se acaba mi tiempo. Vendrán otros. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Fue un 12 de Noviembre

Alexander me había estado ignorando por dos semanas. Yo había conversado con mi amigo Oshie, y él me había sugerido "forget the lad, get another one." Asumo que estaba con mi carita triste en la puerta de SOP en gineco, porque Óscar se me acercó y me preguntó qué pasaba. Cuando le contesté con la verdad, me dijo que no valía la pena y me dio un beso en la mejilla.

Un par de horas después estaba con mi par de amigas del pabellón, evolucionando o pretendiendo que lo hacíamos, cuando el tema de los chicos de la otra universidad surgió. Eran dos, uno alto y uno no, el alto risueño y el otro serio. No me acuerdo exactamente las palabras, pero el reto de agarrarme al serio se estableció, con un coca sour de apuesta y el sábado de deadline. Era miércoles, como siempre. Y Óscar ya me había dado un beso.

Le escribí por Facebook esa noche. Me respondió muy tarde, o al día siguiente, y el jueves yo aparecí por el pabellón la cantidad justa de segundos para que me notase mi presencia pero no lo suficiente para que hablásemos (usé esa estrategia unos meses después y volvió a funcionar, pero esa es otra historia). El viernes Óscar se quejó de nuestra falta de comunicación y aprovechando la providencia que lo traía a Miraflores me autoinvité a una reunión que tenía con sus amigos.

Ya no era por el coca sour, la verdad. Era la caza, el trago, no sé, la noche. Era Noviembre, ese día 4, y con la nerviosa seguridad de una alumna que ya lo había hecho una vez rescaté una técnica del libro de gileo y le pedí que me acompañara a tomarme un shot de cachaza. Mientras me lo servían le pregunté si había problema alguno en que me lo agarrara, y me dijo (en un tono fallido de seductor) que no. Shot servido, lo tomé de un sorbo y luego lo besé con tranquila precisión, frente a sus amigos. Gol.

El resto de la noche fueron besos casi continuos, saltimbanqueando entre Barranco y Miraflores, y al día siguiente vino a mi casa en la noche, con las intenciones del turco. Le dije que no quería un agarre, y que no era que había un otro, sino que él era el otro. Óscar dijo que era refrescantemente honesta. Se fue a su casa sin ninguna mentira mía, y yo me fui a dormir sin ninguna culpa.

El lunes acompañé a un amigo a que dejara unos recibos, y en la espera Alexander empezó a mandarme SMS, su tradicional “Nos juntamos?”. No le respondí el primero, y al segundo le dije que no, sin ánimo alguno de correr a mi casa para recibirlo. Me fui con mi amigo y su enamorado a tomar margaritas al Chili's. Ya medio borracha a Alexander se le ocurrió llamarme y darme su crítica de los capítulos de una historia semi-ficticia (cuento de blog) que le había mandado hacía por lo menos una semana. Le dije que estaba borracha, y que no le estaba prestando demasiada atención.

Llegué a mi casa y cuál no sería mi sorpresa al encontrar a Josema sentado en mi sala, esperándome. Recién llegado de Tailandia, bronceado, Josema me contaba de sus improbables planes y yo asentía con candor. Mi mamá se molestó por el olor a tequila, y me fui a dormir con la secreta victoria de haber no haber flaqueado ante Alexander.

El martes, aún empoderada por lo del lunes, le dije a Óscar que viniese a mi casa, que mi mamá no iba a estar. Pero mientras se acercaba la hora me arrepentía cada vez más de mi propuesta. Cuando tocó el timbre salí a recibirlo en buzo, sin ganas de arreglarme como lo hacía para Alexander. Verlo perfumado, arreglado y peinado me generó rechazo visceral. Hacía tiempo que no sentía uno de esos.

Con un poco de maestría de mi parte y mucho de mala suerte de la suya logré intimidarlo lo suficiente para que nada pasara, y el asunto terminó en una humillación (suya) consolada por un par de abrazos. Al día siguiente conversamos tranquilamente sobre el asunto, y al despedirnos me dio un piquito de despedida que más parecía haber sido un error de cálculo que una intención recatada.

Llegué a mi casa ese miércoles, y Alexander me escribió casi apenas me conecté. Le dije que me llamara por teléfono, porque quería conversar con él. Se escuchaba la ansiedad en su voz, y yo le dije cómo sentía que no teníamos nada en común, que no sabíamos casi nada el uno del otro y que recientemente había conocido a personas que me habían parecido muy interesantes. La conversación terminó conmigo preguntándole "y bueno, ¿a qué hora vienes a mi casa?".

Cuando se fue me quedé dormida, y cuando desperté sólo me interesó ver Nat Geo y no mi Facebook. Me desperté muy temprano el jueves, y encontré un mensaje de Óscar. Había estado de guardia, y no le gustaba, pero "lo que me gustó MUCHO, a pesar de todo, fue besarte hoy." ¿Besarme? ¿Nos habíamos besado? ¡El piquito...!

Fui lo más rápido que pude al hospital, intentando interceptarlo antes de que saliera de guardia. Le dije que Alexander había ido a mi casa el día anterior, y que lo sentía. Según él hice una pequeña escena, por la cual luego me hizo una pequeña recriminación, diciendo que "así no somos nosotros". Nosotros. Plural.

Conversamos por teléfono en la noche, sobre piñas y Hawaii. Me dijo una cosa, a la que le respondí "yo también", y cuando colgamos sonreí sentada en el parqué de mi cuarto, la luz del poste colándose a través de mis persianas.

El sábado 12 de Noviembre me compré un vestido blanco como el de Inez en Midnight in Paris, y lo combiné con un cinturoncito innecesario y sandalias del color de mi piel. Recogí a Óscar de su guardia en el hospital. Tomamos el Metropolitano, y por la estación de Javier Prado escuchamos a Frank Sinatra desde la radio de algún señor. Fuimos a la Emolientería y caminamos por las calles de Miraflores, besándonos. Intenté olvidar la verdad. Fue imposible.

Él no era Alexander. Era sólo un patita romanticón intentando hacerse el patán. Fue una cita muy linda, pero terminé llorando, porque por más borracha que estuviese (él) nunca iba a ser su igual.

jueves, 29 de agosto de 2013

Growing Brains (on Petri dishes, in Vienna, with differentiated areas and even a retina)

I don't normally use my blog to comment on news or such, but this is really important.

This is a Petri-dish-grown-HUMAN-brain

 (A cross section of it, actually.)

Scientists in Vienna have actually build an in-vitro version of A HUMAN BRAIN on a petri dish out of stem cells, which they call CEREBRAL ORGANOIDS. Here's how:



And, as a brain that prizes itself ot being a brain, it has differentiated areas such as an inmature retina, a dorsal cortex and a ventral forebrain.


(the white arrow points to the ventricules and the black arrow points at the pigmented inmature retina)


(differentiated areas, compared to control) 


(there are even meninges!!!)
All images taken from Nature



Here's the original paper (i haven't read it, haven't got 30 euros to spare)
http://www.nature.com/nature/journal/vaop/ncurrent/full/nature12517.html

If you don't have 30 euros either, here's a note CNET made out of it.
http://news.cnet.com/8301-11386_3-57600553-76/scientists-raise-mini-human-brain-in-a-petri-dish/

And another note, this time from Popular Science, with extracts of the press conference lead investigator Juergen Knoblick gave
http://www.popsci.com/science/article/2013-08/whoa-scientists-grow-brain-dish?src=SOC&dom=tw

Click away.

sábado, 24 de agosto de 2013

El adiós de un precipicio (Fue un 17 de agosto)

Para mí, amar es tan milagroso como volar.

A Pon Pon fue el primero que se lo dije, que el amor era como tirarse de un precipicio sin paracaídas, cogiéndonos de las manos y rogando que nos crecieran alas. En su caso y muy predeciblemente el resultado fue que tuve que recoger los pedazos de mi corazón virtualmente destrozado y crear cual Dédalo alas para un Ícaro sucedáneo con quien aprender a volar. Las alas eran de cera y yo lo sabía, pero cuando Ícaro cayó igual lloré. De eso hace varios años, y se suponía que debía haber aprendido mi lección, pero no, lo volví a hacer. Esta vez no era Pon Pon sino Leo, el arcángel mecherísimo que me había regresado al rebaño católico.

Sim embargo el hecho que me haya confirmado en nuestra Santa, Católica y Apostólica iglesia Romana no significa que la encuentre un dechado de virtudes ni niegue su pasado. Esta iglesia mía de la que soy parte tiene tanto de terrible en sus mensajeros como esperanzador es su mensaje. Leo me enseñó eso con el ejemplo.

Cuando Leo me conoció yo llevaba en la piel cicatrices en forma de dedos. Las había hecho un pagano en Viernes Santo, y yo las llevaba con mucho orgullo. El domingo que me conoció Leo supo que yo no creía en Dios, y se sintió decepcionado. Se puso como objetivo enseñarme esa presencia tan hermosa que siempre lo acompañaba.

No fue una conversión fácil. Mi fe se quebró en dos el día que me dijo que esta piel mía, que había sido acariciada y deseada, era motivo de vergüenza. Razón suficiente para que quisiese primero matarme por no poder imaginarse un futuro sin mí, y luego abandonarme por no poder imaginarse un futuro conmigo. Cosas de católicos limeños.

Como respuesta le dije que lo amaba. La primera vez que dije "te amo" fue un martes de madrugada, en un taxi en la vía expresa, abrazada y abrazando. Sabía que iba a sufrir la desesperación del final triste, del destino de tragedia, del "no puedo". Pero tenía la esperanza de que cuando saltase al abismo sin alas y me dejara caer, aprendería a volar.

Lo que aprendí fue el destino de San Esteban, apedreado. Apretando los dientes en altivo pudor, sin dignarme a maldecir a mi agresor ni negar el nombre de mi Dios. Había dicho que me iba a confirmar, y Leo había dicho que iba a ser mi padrino. Y eso era exactamente lo que iba a pasar.

El 17 de Agosto fue el capítulo final de la crónica de una muerte que se anunció el 28 de Julio del año pasado. Inesperadamente, Pon Pon hizo su aparición en vivo y en directo, como un guiño divino o una promesa de consuelo. Después de las pocas horas que pasamos juntos el adiós fue el de personas que no se van a extrañar ni van a sufrir (o gozar) por no volver a verse. Leo se fue a seguir aullando en la estepa con su Armande de turno, Pon Pon volvió a ponerse su mochila en la espalda a recorrer el mundo y yo volví a mi cuarto.

Pocas noches después echada en mi cama me di cuenta de que el amor, como la fe, no requiere de esperanzas y golpes de suerte; requiere de intención y de trabajo. Eso de tirarte al precipicio cogidos de las manos rogando para que te crezcan alas… Pon Pon y Leo son suficiente evidencia de lo desastroso del método. Si quiero volar, voy a tener que hacerlo con mis propias alas; y si he de volar con alguien, él va a tener sus propias alas también. 

viernes, 23 de agosto de 2013

viernes, 16 de agosto de 2013

EVA, liberada

Volví a ver Evangelion después de muchos años. Es interesante volver a visitar hitos de mi historia, cosas que me marcaron tanto, ver a posteriori cómo mi vida fue influenciada por ellos.

Viéndolo recordé cómo el Ángel de la guardia dulce compañía había sido reemplazado por Adam, Lilith y los intentos de Nerv de prevenir el Tercer Impacto. Cómo la irritante Asuka era una hebra importante de la mecha que inició mi posterior epopeya Alemana, y cómo su ridículo comportamiento en su momento me parecía, si bien no razonable, por lo menos justificado.

La imagen Shinji Ikari en su EVA-1 se había repetido a lo largo de mi vida, con la sutileza de un sueño que intuía pero que no podía realmente recordar. Los gritos guturales de la bestia que había sido contenida por el miedo humano recuperando su verdadero poder me recordaban íntimamente a mis llantos hechos gritos, mi miedo a herir resonaba con la cobardía de un piloto que sufría con cada victoria como si sintiese el dolor de su enemigo.


Ritsuko Akagi y su solitaria vida científica se convirtió en una de mis pesadillas más temidas. Misato Katsuragi y sus desayunos de cerveza me parecían la epítome de la libertad adulta, y en su relación con Kaji encontraba la honestidad de un complicado amor. Todos tenían problemas, pasados, miserias, pasiones. Eran humanos.

Evangelion me enseñó mucho de lo que los adultos de mi entorno no querían decirme. Volver a verlo me recordó la fuerza de la que algo aparentemente débil era capaz. Me recordó que yo ya había estado parada más de una vez gritándole al cielo mi dolor, me hizo recordar el poder que existe en la vulnerabilidad; el poder que existen en ser realmente, honestamente, quien soy.


miércoles, 7 de agosto de 2013

Ohne dich(Facebook), kann ich nicht sein (?)



Sí.

Se puede vivir sin Facebook.

No.

No he cerrado mi cuenta completamente y definitivamente sí voy a regresar, pero después de una serie de eventos desesperados con consecuencias potencialmente catastróficas tomé la decisión de cerrar temporalmente mi Facebook. Resulta que el tener información a la punta de los dedos realmente no es tan sano. Y ese antiguo dicho de que "ojos que no ven, Facebook que te lo cuenta" tiene como consecuencia un corazón hipersensible incapaz de cerrar los ojos o hacer oídos sordos.

Siguiendo con el espíritu refranero, es cierto que "no hay peor ciego que el que no quiere ver", pero cuando lo que está en vitrina es básicamente la versión extended/ uncensored/ director's cut de lo que causó mi histérico llanto sólo con el trailer, ser ciego se convierte en algo entendible, y hasta razonable.

Facebook, con mi anuencia, se había convertido en el testigo crucial de mi vida, preparado para defender mi versión de los hechos a punta de likes. Y el problema, el gran problema, es que las cosas más importantes de mi vida no tienen evidencias binarias. O si las tienen, no son del tipo que quisiera que mis 217 contactos vean. Además, aparte de ser una herramienta casi perfecta para la procrastinación estaba empezando a desarrollar una antipática ansiedad por informarme de la vida privada de personas que no veo ni me importan (y hablo del verdadero sentido de la frase, no su acepción despechada).

Mi vida es eso, mía. Los que quieran acercársele tendrán que sufrirme en vida real. Son pocos, pero son. Abren sonrisas brillantes en un rostro que no tiene mucho de fiero, y a veces (no muchas) también me hacen llorar. Pero se quedan en mí, y yo me quedo en ellos, y aunque no haya fotos o hayamos pasado por el penoso "unfriend" somos más el uno del otro de lo que es necesario admitir.

El título es por una canción de Rammstein (evidentemente), y yo haciendo un paralelo (que viene mucho al caso) entre la pregunta del podré vivir sin ti?/ FB?
Y como dije antes, repito: sí.

domingo, 14 de julio de 2013

La Prostituta


Soy una prostituta. Me vendo, casi todos los días, a una sociedad que pretende usarme y que no me acepta si no cumplo con sus estándares estéticos. No importa que sepa escribir, que sepa pensar, que sepa abrir la puerta para jugar. Importa que me vista. Importa que me peine. Igual existe Google, y correctores ortográficos.

Pretendo seguir vendiéndome. Ya lo he hecho un buen tiempo y cada vez me sorprende menos. A veces, claro, encuentro de reojo mi imagen en un espejo y me asusto, preguntándome si esa soy yo. Si en esto me he convertido, si hasta este punto he renunciado. Pero sigo adelante. Lo que ellos tienen, yo lo quiero, y lo que yo tengo, ellos lo quieren. Es un contrato. Ya lo firmé.

Las veces que digo esto, lo que soy, la gente se escandaliza. Me tildan de anárquica; aunque no llegan a articular la palabra por carecer de léxico, explican bastante bien el concepto. Me predicen un final en el mediocre exilio de esos que hacen lo que les da la gana y no llegan muy lejos. Me dicen inmadura, rebelde sin causa, y yo les pregunto si no parece triste que una analfabeta en la práctica gane más que una que piensa y pregunta. Me responden que esas analfabetas me dan de comer, no sólo a mí sino a muchos más en el mundo. Y yo lloro, y bajo la cabeza, y sigo con lo mismo.

No soy pura. No resistí. He sufrido demasiadas derrotas, y no tengo el valor de seguir luchando. Me encuentro a veces asintiendo sin que nadie me obligue, intentando calzar en un zapato que sé que me dolerá a los tres pasos. El desprecio fue su arma. Y yo no fui lo suficientemente fuerte.

Sé que es mi culpa. Sé que si hubiera tenido el valor suficiente hubiese roto las cadenas hace tiempo, pero estuve demasiado cómoda, fui demasiado floja. Mi única esperanza es que llegue un momento en el que pueda hacer algo para cambiar las reglas, pero temo que cuando ese momento llegue ya me haya vendido tanto que quede demasiado poco de mí. He aprendido a querer las cadenas que me impidieron volar.

Eso no quita que de vez en cuando recuerde el cielo y llore por él.

viernes, 7 de junio de 2013

La caza

Yo le digo "la caza", porque eso es, específicamente: soy yo, de predador, cazando a una presa. No es cuestión de la presa, porque bien podría ser un chico u otro; un león no se come a una cebra porque específicamente le cae mal, se la come porque tiene hambre. Y yo tengo hambre. Hace tiempo.

No como donde cago. Me olvido hasta de sus nombres, y sólo quedan detalles que con el tiempo ya ni me hacen sonreír. Son victorias vacías reivindicando un pasado en el que la derrota era la única posibilidad. Fueron los años de soledad los que me enseñaron a seducir.

El martes volví a sentir esa adrenalina. Es un sentimiento de superioridad, una ilusión de ser todopoderosa, ver cómo una cabeza se mueve al ritmo que mi cuerpo le dicta, cómo esa boca busca la mía. Sonrío, como si fuera inocente de todo el asunto, mirándolos a los ojos, buscando esa sublime derrota que sólo los hombres guapos son capaces de capitular.

Cuando la caza termina igual la agresividad sigue por varios días, como un perro de pelea todavía con ganas de morder después de haber triunfado. Eventualmente se apaga y me tranquilizo. Son muy pocas las ocasiones en las que disfruto de sus recuerdos, y cuando lo hago es por segundos después de los que siento un rechazo todavía mayor. Es sólo cuando estoy tranquila que me doy cuenta de la patética verdad detrás.

La caza era la venganza de una adolescente sin sonrisa que buscaba en ella la belleza que había perdido. La victoria, cada vez más, es el triunfo de una mujer bonita que recuerda con nostalgia que ella también es presa. Cuando la adrenalina se evapora lo conquistado pierde casi todo su valor. Casi, digo. Porque aunque cada victoria fue vacía me dejó la confianza de saber que esta era una guerra que podía ganar. Que no era fea. Que mis presas podrían algún día quererme cazar.

Que algún día la caza dejaría de importar.

jueves, 30 de mayo de 2013

Hoy hace un año

Soy médico, y el serlo es una parte fundamental de mi identidad. Creo que el hecho de que sea algo tan natural en mí es lo que me lleva a no hablar de él en este blog, así como no hablo de las duchas que me doy o de la comida que como. Pero hoy voy a hacer una excepción; hoy es un día importante.

Hoy hace un año vi a una paciente mía morir ahogándose por su propia sangre mientras su esposo la abrazaba, intentando calmarla. La escuché gritar “mamá” en su desesperación. Vi cómo dejaba de moverse para caer en la camilla, en paro. Y luego vi a su esposo regresar al cuarto y ver el cadáver de la que fue su mujer con un tubo en la boca, como si fuera un accesorio de mal gusto. 

Fue mi paciente en Oxapampa, y sólo sé la historia de su enfermedad. Había empezado, según lo que ella me contó, como un limón duro en el lado derecho de su pelvis. Fue creciendo con el tiempo, y su vientre también empezó a crecer. Fue a un par de médicos en su localidad, pero el tamaño de su abdomen seguía aumentando, como si estuviera embarazada. Después empezó a faltarle el aire. Un médico de su pueblo le drenó líquido amarillo de los pulmones. Llegó al hospital un par de días más tarde. Un año después de descubrir el limón.

Mi paciente había llegado con un diagnóstico errado, y cuando terminé de hacerle la historia clínica pensé en cómo darle la noticia. Sabía que no podía decir “es cáncer” sin la patología en la mano. Sabía que no podía hacer nada, no en ese hospital. Estaba estable, así que fue dada de alta con referencia a Lima, al hospital de mi universidad, donde de repente sí se podía hacer algo. Estaba almorzando antes de irse cuando volvió a faltarle el aire.

La primera sospecha fue que el derrame pleural otra vez la había vencido. Mi compañero corrió a buscar al cirujano para colocarle un tubo de tórax, y yo que me quedé parada unos segundos en el pasillo. No era el derrame, me di cuenta. Era una tromboembolia pulmonar. Mi paciente sentía que se ahogaba porque un coágulo había viajado desde la vena más grande de su cuerpo hasta sus pulmones, bloqueando el paso del resto de sangre que regresaba buscando oxígeno. Por más que se esforzaba esa sensación de terror seguía, cada vez mayor. Era consciente de que se estaba muriendo.

Yo sabía que no podía hacer nada. Yo sabía que lo que estaba viviendo era sólo el último paso en una larga cadena de acontecimientos que yo había recibido demasiado tarde como para poder cambiar en algo su trayectoria. Yo sabía que había llegado al hospital a morir; y a pesar de saberlo, esa muerte se sentía inevitablemente mi culpa.


Hoy hace un año comprendí lo que significaba luchar por la vida de alguien. Hoy hace un año aprendí lo que era perder esa lucha. Rezo para que su alma esté con Dios. 

jueves, 9 de mayo de 2013

El mundo de mis sueños (y elefantes con sinusitis)




Leo me dijo hace un par de días que ya se dio cuenta de que pretendo depender de él emocionalmente. Escucharlo me dolió como le podría doler a un gran duque saber que es el hijo bastardo de un carnicero victoriano. Pero tiene razón. Es cierto.

Es estúpido. Presiento el fin y le temo y quiero cerrar los ojos pero la verdad es que yo también quiero que esto se acabe para poder bajar por fin al infierno que me ha estado esperando desde que regresé de Pozuzo, donde fui demasiado cobarde para ponerle fin.

Lo amo. Pero rezo porque sea feliz sin mí. Lo amo, pero sé que no podría soportar una vida con él, lo amo pero sé que me iría… me iría si… me iría. “You tell me, my love; it’s not love if it’s not forever. But let me tell you: a scene can be more to remember than the play itself.”

El sueño está colapsando. Las puertas del teatro mágico se están cerrando, los distintos niveles de verdad se están fusionando. Va a pasar, lo sé. Va a doler. Es el precio que tengo que pagar por mi cobardía.

viernes, 22 de marzo de 2013

Alemania


Me quiero ir de nuevo, como hace años. Me quiero ir a un lugar en que no hablen español y que nadie me conozca y pueda llorar sin vergüenza. Otra vez quiero tener hambre de comida y de Perú, de internet, de cariño. Quiero vagabundear sola en tardes que no sean de malecón. Encontrar refugio de la lluvia en una quinta. Robar wifi en un café. Desayunar queso y tomates al borde de un río.

Quiero conocer gente nueva y tener conversaciones profundísimas con ellos sabiendo que nunca más los voy a volver a ver. Guardar recuerdos entrañables de desconocidos en los que confié y no me defraudaron. Quiero parar. Parar la cadena de acontecimientos e irme, huir, volver a ver esos atardeceres a las diez de la noche, las sonrisas de los ancianos que entendían perfectamente qué es ser joven.

Quiero enamorarme de las nubes en el cielo y las flores que crecen en las piedras de iglesias mucho más antiguas que mi fe. Cerrar los ojos, estirar los brazos y sentir el viento haciéndome cosquillas en la nuca; escuchar canciones a las que unía con una cerveza en la mano, un lunes de noche de verano en una plaza. ¿Por qué tener un motivo para celebrar? ¿Por qué necesitar una razón para ser feliz? Quiero olvidar, dejar ir, dejarme ir.

Quiero volver a cocinarme, a extrañar, a disfrutar de esos pequeños contactos, de esos roces entre las yemas de los dedos. Quiero volver a abrazar a Hildrun saliendo del tren en Weil der Staat. Volver a perderme en los bosques de Bayern con Mi Elfo, cenar con Kosti y Hammad, bailar hasta el amanecer con el Dr. Schneider. Quiero regresar al cumpleaños de Maxim y volver a conocer a David, volver a escondernos detrás del estrado, debajo de ese árbol, al costado del jardín de niños, él con su gabán a cuadros y yo con mi vestido negro.

Quiero volver a jugar a las escondidas en los museos de Florencia, ampollas incluidas, quiero volver a tropezarme porque el Ferkel angurriento del Elfo me cubría los ojos para que no vea al David de Miguel Ángel. Quiero entrecruzar los dedos con Pon Pon y volver a despedirme de él, aunque esté borracho, quiero volver a correr en la noche a tocarle el timbre y al final no hacerlo. Quiero echarme en un jardín a contar las estrellas.

Pero la Gabriela que fue a Alemania nunca va a regresar. La chibola que se ponía una manta de capa y fingía ser un vampiro quedará riendo en un recuerdo. Stuggi y mi grito de Freiheit, Calw y el Cubar, Stammheim y el fest, Holzbronn y David, esa película malísima con Johnny Depp hasta la madrugada. Hirsau y la caminata por las cascadas, Johannes sin zapatos, El Altote rescatando un par de canastas abandonadas. Regensburg y el Heim, Tübingen y el Desoxyribonukleinsäure, Weltenburg y la chela. Ottenbronn y mi Elfo diciendo, todavía un poco molesto conmigo, que "cuando sea viejo y tenga Alzheimer, tú serás probablemente lo único que recuerde."


Quiero irme, sí, quiero huir, quiero meterme en la panza de un avión y escapar, quiero regresar a esos momentos, olvidar que ya terminé la carrera y no vale dar un paso atrás. No vivo en el Bosque, sino en el Malecón.