viernes, 22 de marzo de 2013

Alemania


Me quiero ir de nuevo, como hace años. Me quiero ir a un lugar en que no hablen español y que nadie me conozca y pueda llorar sin vergüenza. Otra vez quiero tener hambre de comida y de Perú, de internet, de cariño. Quiero vagabundear sola en tardes que no sean de malecón. Encontrar refugio de la lluvia en una quinta. Robar wifi en un café. Desayunar queso y tomates al borde de un río.

Quiero conocer gente nueva y tener conversaciones profundísimas con ellos sabiendo que nunca más los voy a volver a ver. Guardar recuerdos entrañables de desconocidos en los que confié y no me defraudaron. Quiero parar. Parar la cadena de acontecimientos e irme, huir, volver a ver esos atardeceres a las diez de la noche, las sonrisas de los ancianos que entendían perfectamente qué es ser joven.

Quiero enamorarme de las nubes en el cielo y las flores que crecen en las piedras de iglesias mucho más antiguas que mi fe. Cerrar los ojos, estirar los brazos y sentir el viento haciéndome cosquillas en la nuca; escuchar canciones a las que unía con una cerveza en la mano, un lunes de noche de verano en una plaza. ¿Por qué tener un motivo para celebrar? ¿Por qué necesitar una razón para ser feliz? Quiero olvidar, dejar ir, dejarme ir.

Quiero volver a cocinarme, a extrañar, a disfrutar de esos pequeños contactos, de esos roces entre las yemas de los dedos. Quiero volver a abrazar a Hildrun saliendo del tren en Weil der Staat. Volver a perderme en los bosques de Bayern con Mi Elfo, cenar con Kosti y Hammad, bailar hasta el amanecer con el Dr. Schneider. Quiero regresar al cumpleaños de Maxim y volver a conocer a David, volver a escondernos detrás del estrado, debajo de ese árbol, al costado del jardín de niños, él con su gabán a cuadros y yo con mi vestido negro.

Quiero volver a jugar a las escondidas en los museos de Florencia, ampollas incluidas, quiero volver a tropezarme porque el Ferkel angurriento del Elfo me cubría los ojos para que no vea al David de Miguel Ángel. Quiero entrecruzar los dedos con Pon Pon y volver a despedirme de él, aunque esté borracho, quiero volver a correr en la noche a tocarle el timbre y al final no hacerlo. Quiero echarme en un jardín a contar las estrellas.

Pero la Gabriela que fue a Alemania nunca va a regresar. La chibola que se ponía una manta de capa y fingía ser un vampiro quedará riendo en un recuerdo. Stuggi y mi grito de Freiheit, Calw y el Cubar, Stammheim y el fest, Holzbronn y David, esa película malísima con Johnny Depp hasta la madrugada. Hirsau y la caminata por las cascadas, Johannes sin zapatos, El Altote rescatando un par de canastas abandonadas. Regensburg y el Heim, Tübingen y el Desoxyribonukleinsäure, Weltenburg y la chela. Ottenbronn y mi Elfo diciendo, todavía un poco molesto conmigo, que "cuando sea viejo y tenga Alzheimer, tú serás probablemente lo único que recuerde."


Quiero irme, sí, quiero huir, quiero meterme en la panza de un avión y escapar, quiero regresar a esos momentos, olvidar que ya terminé la carrera y no vale dar un paso atrás. No vivo en el Bosque, sino en el Malecón.