lunes, 30 de septiembre de 2013

Atmospheric mist (Fue un 28 de Julio)

Todo empezó con un sueño.

No recuerdo tan bien el sueño ahora, pero recuerdo quién estaba y quién no estaba ahí. Era el naufragio de una ciudad, y que yo tenía que salvarlos; recuerdo que el héroe no era Leo sino El Guapo, a quien no había visto hacía meses. Había conversado con él a menudo en Facebook y Qaleidoscopio consideraba que la virtual intimidad era inapropiada. Yo había comentado una foto del Guapo y él me había hablado del atmospheric mist.

El Guapo había dado su opinión sobre varias cosas en el último mes y yo coincidía. Desde anestésicos disociativos hasta convicciones políticas (nunca ausentes en su presencia), el Guapo sonaba sospechosamente parecido a esa voz interna mía que había estado intentando callar. Luego vino ese sueño: Leo no estaba ahí, y El Guapo sí. Fue de lo primero que me di cuenta.

¿Infantilmente sugestionada? Probabilísimo. ¿Exagerada, emocional, moralmente ambivalente? Sí, claro que sí, pero no era nada nuevo, era yo. Y "yo" es alguien a quien temo con justa razón.

Era obvio para mi pequeño entorno que mi obsesión con Leo era tan natural como lápiz labial en un cocodrilo. Previos intentos lo habían denominado rinoceronte negro con corazón de angelito, y hasta cierta teología había sazonado el asunto. El punto de quiebre fue el 28 de Julio, pero tampoco es que fue una sorpresa; fue más bien el primer capítulo de la crónica de una muerte anunciada.

El mejor 28 de Julio de mi vida empezó conmigo de un pésimo humor caminando hacia las cataratas Delfín con Qaleidoscopio y su enamorado. Aparte de hacerme todo lo insoportable posible tomé fotos y más fotos cuyo protagonista era el atmospheric mist. Almorzamos, regresamos a Haus Verónica y luego fui testigo de un llanto histérico que me aterró.

Era la primera vez que veía a alguien llorar por amor. Era en serio, era a gritos, era desesperado y desesperante y lo más aterrador era que la causa parecía no tan importante pero evidentemente lo era. Si es que a esas alturas todavía necesitaba un empujoncito ser testigo de ese llanto fue como recibir el empujón de una demoledora. Una hora después salimos todos en grupo, al Rumbash. Habíamos estado yendo casi cada noche de esa semana, previando en la terracita de Haus Verónica. Cada noche de esa semana había sido honestamente genial, y no podía evitar sentirme cada vez más culpable.

En el Rumbash fui la beneficiaria de una tregua por la que no había luchado en absoluto. Se suponía que no estaba de cacería, y que mis juegos eran sólo exabruptos controlados sin consecuencia alguna. Bailé, tomé, me desaparecí. Fue toda una serie de símbolos, como las veladas amenazas de una guerra terrorista. Negro, tirado por los árboles en el rechazo de un recuerdo que debía ser entrañable. Rojo, una invitación y el recuerdo de una gloria. Regresé tarde (temprano ya) sentada en la parte de atrás de una moto por segunda vez en la semana, y no se me ocurrió mejor idea que ponerme a cantar en alemán. No podía evitar reírme. Era una canción de victoria, y en mi pierna había una herida abierta hecha por una verja que pronto se haría cicatriz.

Al día siguiente me enteré que Leo la había pasado bien también, con sus amigos en la playa. Había tenido una epifanía emocional no del todo distinta a la mía, sobre un pasado que no quería dejar ir.

Los días que me quedaron en Pozuzo se hicieron más difíciles. Desde el río de los renacuajos canté, una y otra vez, esa canción que me seguía atormentando. Come away with me, in the night. ¿Qué acaso no lo había hecho ya? ¿Por qué lo seguía deseando? Se suponía que estaba enamorada. Se suponía que iba a regresar a Lima, a Leo.

En la madrugada del 2 de Agosto no pude soportarlo más y huí del cuarto que compartía con Qaleidoscopio, un rollo de papel higiénico y mi almohada en la mano; me acompañaba Duke, el perrito de la casa. Corrí un par de cuadras, deseperada, y me senté en la vereda frente a la iglesia de San Camilo. Me puse la almohada en la cara para mitigar los gritos de mi propio llanto. ¿Por qué estaba llorando? ¿Por qué, por qué tenía tanto miedo de articular la respuesta?

Regresé a Lima con una cosa menos de las que había ido. Perdí a Qaleidoscopio y no hice nada para recuperarlo, ni en ese momento ni después. Como esa vez hacía más de un año antes, los elementos de la historia ya estaban en posición, sólo esperando a que se tejieran anécdotas entre ellos. Leo, yo, mi llanto, el secreto. Él ya se las olía, se las había olido desde que dejé de desearle esos dulcísimos sueños todas las noches.

Sería injusto decir que apenas regresé perdí toda intención de terminarlo. La tuve, varios días, cocinándose en mi cabeza. Pero eventualmente el temor a la lesbiana Soledad pudo más. Si había sido sweetdragon tantos años, ¿por qué no volver a edulcorarme de nuevo?

Como las fotos de atmospheric mist, es necesaria la perspectiva para apreciar su valor. Apenas pude vacié la tarjeta de mi cámara y las encerré en una carpeta. Recién la volví a abrir hacer unos días, y pude entender su belleza.

Radica, sencillamente, en todo lo que deja atrás.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Cómo te extraño

¿Me conoces lo suficiente para saber que casi nunca hago lo que debería? ¿Que, detrás de esta indiferencia, todavía arde un dios en mi médula, polvo mordido y enamorado?

Me miro y cierro los ojos recordando que una vez me acariciaste, me besaste y me tuviste. Los abro, y se acaba el sueño, un recuerdo que no debería ser usado porque todo parece confundirse con la realidad.

¿Curaré algún día? Si el mismo dolor del que me quejo es la evidencia de que una vez fue placer. ¿Qué sería olvidarte, sino aceptar lo inaceptable? Renunciar a ti sería como entregarme a la muerte.

Callo. Escucho, espero, extraño. Recuerdo que no todo era hermoso y sé que no eres perfecto, pero eres lo que mi alma anhela.

Son rapsodias oníricas en la oscuridad de mi cuarto. Me reconozco como una pagana convertida inmersa en tu sincretismo. Probablemente Dios me entiende, y espero que me perdone, pero hasta ahora no he podido obligarme a dar el primer paso hacia la contrición.

Cómo, irresistiblemente, te extraño.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Miente de verdad (Pozuzo)

Yo vine aquí, con miedo.
Quería huir, porque sabía que no iba a poder evitarlo
Pero estaba encerrada conmigo misma,
y muy a pesar mío iba a empezar a gritar la verdad.


Miraba hacia afuera, pero sabía que no había escapatoria,
a pesar de que llamara o pretendiese que me importara.
Aquí supe que mis mentiras o se iban a aceptar como tales
o me las iba a tragar.


Y empecé a llorar,
y llorar,
sin poder parar, sin poder negarlo.
Lo siento, lo siento mucho,
pero no podía hacer nada más.


Y descubrimos el río de los renacuajos,
miles, millones quizá,
y no pude evitar pensar en eso que nunca había dicho
ni hecho ni dejado de desear.


Conteniendo un llanto de mi grito sólo canté,
canté para callar, pensando en ti.
Avergonzándome en pleno derecho de lo que había hecho
y lo que me habían hecho a mí.
Lo siento, ya lo he dicho.
Pero en ese río no podía ni quería mentir.


La neblina de mi desesperación había cubierto
montañas intentando confundirlas con colinas,
pero yo me daba cuenta.
Esa belleza era otra, era sagrada.
Y yo empezaba a cometer sacrilegio,
buscando un Dios que me pudiese consolar.


Aquí fue donde soñé ese sueño contigo y los otros,
ese sueño de siesta de Pozuzo que me impidió seguir mintiendo.
¿Qué cosa podía hacer?
Era mucho más grande que yo, no era una cuestión de decisión.
Cuando pasó ni siquiera lo sabía,
y cuando terminó no supe qué hacer.


Entonces decidí dejarme de inocencias
y ser quien soy, así.
Estaba preparando una traición,
que no era más que una prueba de lealtad,
no sólo a mí misma sino a ti.
A ti.



Lo hice, y después me reí.
Regresé a donde estaba con el triunfo en mi alma,
sin arrepentimientos.
Quise estar contigo, pero estaba sola.
No servía de nada la belleza,
o la felicidad sin compartirla.
Tú no estabas ahí.


Y fue entonces que volví a disfrazarme,
a edulcorarme, a descafeinarme,
a regresar a otra boca cobarde a quien mentirle.
Intentando ser miel cuando mi alma es
(tú lo sabes, ya te lo he dicho)
y siempre será ají.

domingo, 22 de septiembre de 2013

La victoria de la liebre

Siempre he deseado y temido este momento. Creo que el asunto empezó cuando tenía cuatro años y mi papá me contó la historia de la liebre y la tortuga.

Yo era chiquita, mínima, y ya desde esa época me presentaba como una insurrecta amenaza al orden público. Hablaba irritantemente bien (parece vieja, decían), preguntaba y hasta me daba el lujo de decirle "hipócrates" a las compañeritas que alababan mi vestidito en público pero lo condenaban en privado. Uno de esos días mi papá me contó la historia de la liebre y la tortuga, en lo que asumo era un intento de ilustrarme en el tradicional y útil valor de la constancia.



Mi papá en su excelencia bienintencionada se encontró con una respuesta no sólo sorprendente sino peligrosa. Con una mirada muy segura de mí misma (según lo que me cuenta) le dije "qué tonta la liebre, se hubiera despertado un poquito antes y hubiera ganado." Mi papá intentó ensalzar las virtudes de la tortuga pero mis respuestas no evidenciaron ningún éxito. A mí la tortuga me daba igual. Con quien resonaba era con la liebre.



A lo largo de mi vida se me ha acusado de ser arrogante o soberbia, y con mucha razón. Como mi papá se dio cuenta tan tempranamente, yo era la liebre, y una liebre que se negaba a convertirse moraleja con premeditación y alevosía. No, no siempre me ha ligado eso de despertarme un poquito antes de que la derrota sea inevitable, pero estoy aquí y todavía sigo en carrera.

Sin embargo yo sé que ha llegado un punto en el que esta estrategia ya no va a funcionar más. Por un lado me alegra haber dedicado todo este tiempo libre a construirme, conocerme, enamorarme y desenamorarme, y por otro lado me da un poco de miedo que esta sea la primera vez que voy a correr en serio. Esta es la primera vez en mi vida que voy a darlo todo, mi cien por cien, y no hay vuelta atrás.

¿Será verdad ese mito en el que creído? ¿Podré correr tan rápido como pienso que puedo hacerlo? Me da miedo y me emociona al mismo tiempo. Me da miedo perder. Acaba de sonar el disparo de salida. Y yo quiero ganar.



viernes, 20 de septiembre de 2013

Ruiseñor, cántame tu canción

¿Qué harías si el ruiseñor no canta?
Oda Nobunaga dijo: Matarlo si no canta. 
Toyotomi Hideyoshi dijo: Hacer que quiera cantar. 
Tokugawa Ieyasu dijo: Esperar a que cante. 
- traducción libérrima mía de un conocido poema japonés



El periodo Edo de Japón, 1603 a 1868, estuvo caracterizado por crecimiento económico, orden social estricto, política exterior aislacionista, políticas de protección ambiental y deleite popular de artes y cultura (o por lo menos eso es lo que dice Wikipedia al respecto). Este periodo es conocido también como el periodo Tokugawa. Tokugawa es el mismo que esperó a que el ruiseñor cante según el poema de arriba, y todo apunta a que esa excelente estrategia funcionó.

Si bien lo más probable es que los mencionados no se hayan sentado a intentar convencer al ave que cante (lo del ruiseñor es la parte libérrima de mi traducción), el poema retrata bastante bien sus personalidades. La ferocidad de Nobunaga conquistó regiones enteras. La astucia de Hideyoshi escaló cimas sociales inauditas. Pero fue la paciencia calculada de Togukawa la que escuchó al ruiseñor cantar. No planeo dar una clase de historia japonesa, pero hasta una observadora prejuiciosa e ignorante como yo está en capacidad de suscitar algunas preguntas. La más obvia de ellas es ¿por qué querían que el ruiseñor cante?

El canto del ruiseñor era un sueño hecho realidad. El sueño de un país unido y estable, el sueño del poder, de la gloria. Los que querían escucharlo eran grandes hombres con grandes ambiciones. Yo me contento con esperanzas mucho más humildes. Tal vez se me pueda acusar de egoísta, y admito mi culpa. Mi ruiseñor es mucho más personal.

Entonces, ¿qué razón tengo yo para querer que mi ruiseñor cante? ¿Qué islas quiero conquistar, qué mares? ¿Cuáles son las glorias con las que sueño? Oh, bueno, tampoco es para tanto. Sólo quiero que el señorito cante. Una vez lo escuché. No he podido olvidarlo.

¿Y por qué este ruiseñor en específico? Definitivamente no es el único cantando. Lo más probable es que haya muchos cantando, cada uno una canción. Ha pasado tanto tiempo ya, y escuché tan poco. ¿Y si me equivoqué? ¿Si después de unos trinos suena a un cuervo graznando? Puede que me esté perdiendo la canción de otros ruiseñores por estar atenta al silencio.

Es cierto. Es un riesgo. Consciente de eso me he sentado varias a veces a escuchar otros cantos. Eran cacareos de gallina comparados con mi ruiseñor. Nadie dice que no sean divertidos, o hasta entrañables. Pero el canto de mi ruiseñor es mi sueño hecho realidad.

Un sueño al que no quiero renunciar.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Kachkaniraqmi

"Cómo será tu piel junto a la mía." - Chabuca Granda.

Ayer vi una película que me gustó muchísimo. Se llama “Sigo siendo”, de Javier Corcuera, y me hizo pensar, sentir, hasta me hizo llorar un poquito. Es sobre músicos peruanos, esos violinistas de las fiestas patronales de Ayacucho, las cantantes y sus letras poéticas en quechua, los zapateadores de El Carmen que celebraban la vida hasta en la muerte, los arpistas, bailarines de tijeras, guitarristas y cajoneros criollos recordando las jaranas de callejón de sus épocas. La cámara capturaba a cada uno con su arte, en su escenario, con sus colores y su honestidad. Era bellísimo.


No sé si es por mis sensibilidades actuales, pero no evitar pensar en la ceguera clasista que a veces oculta esa belleza de mis ojos de limeñita. Quería escribir algún disclaimer que empezara con un “pero no creas que soy...” e intentar mejorar la imagen que acabo de hacer de mí misma. Pero no. Sí tengo culpa. En mi condescendencia jamás habría podido imaginar que el mismo hombre que me vende helados en la playa es capaz de tanto sentimiento tocando las cuerdas de un violín.

Es un concepto que ha estado dando vueltas hace un tiempo. “El otro”. Para mí empezó cuando me compré una versión alemana resumida del libro de Simone de Beauvoir, “El segundo sexo”. La traducción alemana es “Der Anderen Geschlecht”, que se traduce literalmente como “El otro sexo”. El concepto de “otro” es muy interesante, y si bien el feminismo de de Beauvoir puede ser considerado como anacrónico y hasta un poco misógino, muchas de sus observaciones son muy agudas.

Permíteme un mini-momento antropológico aquí (please). De Beauvoir habla sobre cómo el concepto de la mujer es siempre dependiente del hombre. El hombre se conceptúa (o se conceptuaba) a sí mismo único, el gran maestro de la creación, y a la mujer como un complemento a él mismo. Costilla, costado, maldición (según los efebofílicos griegos), sumergirse en las referencias históricas es un poco deprimente. Tú entiendes el punto.

Mi otra fuente es un documental que vi en HBO, The Out List. Como el título sugiere, es una lista de homosexuales, transexuales y una drag queen por ahí (que me cayó malísimo, predeciblemente) que hablan sobre cómo su sexualidad era parte importante de su vida y se sienten orgullosos de luchar por sus derechos. Al final de la película sale Cinthia Nixon, hablando sobre lo que había dicho el sacerdote que ofició su boda con su ahora esposa. Hablaba sobre el concepto de “we”, que en la historia norteamericana había empezado con el “we, the people”.

¿Quién era “we”? Hombres, blancos, propietarios. El “we” se había ido expandiendo hacia hombres negros liberados, mujeres, y ahora faltaba que se incluya a la comunidad LGBT, porque el hecho de que existiese un “we” significa que existe un “them”.

Ese “them”, ese “otro” es mucho más cercano. Ese “otro” viene todos los días a mi casa, por ejemplo. Ella borda exquisitamente, cholitas coloridas y llamitas sospechosamente bien peinadas. Me pregunto cuánto arte, cuánta belleza me pierdo todavía pensando en esos artistas como el “otro”. Como si el hecho de no compartir mi cosmovisión los hiciese menos capaces. Como si no sintieran igual que yo, como si no vivieran, amaran, perdieran, gozaran.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Té de menta

Las hojitas verdes del té que acabo de preparar siguen en el cuello de la jarra de vidrio, pero van cayendo. Una a una, lentamente, como si estuvieran en un sueño sin ninguna prisa por despertar. El té está cargado, brillante. Como si fuera un vidrio líquido con olor a menta. 

Hoy es un día especial. Se supone que hay una razón especial, una ceremonia, pero no es por eso. Acabo de tomar café, y sólo puedo comparar el efecto en mi cerebro como estar borracha al revés. Pero no importa; pocas cosas importan, en realidad. Todavía me arrepiento de algunas. De muchas otras, no. 

Oh, sí, ayer escribí un mail largo, de esos. No espero que me lo respondan, tampoco. Sonrío, pensando, recordando el destino de mis otros mails largos, a otras personas, en otros tiempos. Las hojas de menta siguen cayendo. Hay un montoncito en el fondo, casi como un reloj de arena pasando el tiempo. 

Tenía que hacerlo. Tenía que escribirlo, tenía que decirlo. Me siento un poco ridícula, dramatizando sobre tonterías. No es que haya sufrido un gran agravio, y desde cierta perspectiva fue positivo que viviese esto en carne propia, para tener una experiencia de primera mano. Racionalizo para no sentir dolor. 

Son pequeñas concesiones, las buenas intenciones que terminan en algún círculo de Dante. Aceptar, olvidar, conformarse. Perdonar. Son cosas que se dicen, se sienten y eventualmente se olvidan. Sí, los sentimientos son efímeros, pero eso no los hace menos verdaderos. 

Las hojas menta sólo son una delgada línea en la superficie de la jarra. Se acaba mi tiempo. Vendrán otros. 

jueves, 5 de septiembre de 2013

Fue un 12 de Noviembre

Alexander me había estado ignorando por dos semanas. Yo había conversado con mi amigo Oshie, y él me había sugerido "forget the lad, get another one." Asumo que estaba con mi carita triste en la puerta de SOP en gineco, porque Óscar se me acercó y me preguntó qué pasaba. Cuando le contesté con la verdad, me dijo que no valía la pena y me dio un beso en la mejilla.

Un par de horas después estaba con mi par de amigas del pabellón, evolucionando o pretendiendo que lo hacíamos, cuando el tema de los chicos de la otra universidad surgió. Eran dos, uno alto y uno no, el alto risueño y el otro serio. No me acuerdo exactamente las palabras, pero el reto de agarrarme al serio se estableció, con un coca sour de apuesta y el sábado de deadline. Era miércoles, como siempre. Y Óscar ya me había dado un beso.

Le escribí por Facebook esa noche. Me respondió muy tarde, o al día siguiente, y el jueves yo aparecí por el pabellón la cantidad justa de segundos para que me notase mi presencia pero no lo suficiente para que hablásemos (usé esa estrategia unos meses después y volvió a funcionar, pero esa es otra historia). El viernes Óscar se quejó de nuestra falta de comunicación y aprovechando la providencia que lo traía a Miraflores me autoinvité a una reunión que tenía con sus amigos.

Ya no era por el coca sour, la verdad. Era la caza, el trago, no sé, la noche. Era Noviembre, ese día 4, y con la nerviosa seguridad de una alumna que ya lo había hecho una vez rescaté una técnica del libro de gileo y le pedí que me acompañara a tomarme un shot de cachaza. Mientras me lo servían le pregunté si había problema alguno en que me lo agarrara, y me dijo (en un tono fallido de seductor) que no. Shot servido, lo tomé de un sorbo y luego lo besé con tranquila precisión, frente a sus amigos. Gol.

El resto de la noche fueron besos casi continuos, saltimbanqueando entre Barranco y Miraflores, y al día siguiente vino a mi casa en la noche, con las intenciones del turco. Le dije que no quería un agarre, y que no era que había un otro, sino que él era el otro. Óscar dijo que era refrescantemente honesta. Se fue a su casa sin ninguna mentira mía, y yo me fui a dormir sin ninguna culpa.

El lunes acompañé a un amigo a que dejara unos recibos, y en la espera Alexander empezó a mandarme SMS, su tradicional “Nos juntamos?”. No le respondí el primero, y al segundo le dije que no, sin ánimo alguno de correr a mi casa para recibirlo. Me fui con mi amigo y su enamorado a tomar margaritas al Chili's. Ya medio borracha a Alexander se le ocurrió llamarme y darme su crítica de los capítulos de una historia semi-ficticia (cuento de blog) que le había mandado hacía por lo menos una semana. Le dije que estaba borracha, y que no le estaba prestando demasiada atención.

Llegué a mi casa y cuál no sería mi sorpresa al encontrar a Josema sentado en mi sala, esperándome. Recién llegado de Tailandia, bronceado, Josema me contaba de sus improbables planes y yo asentía con candor. Mi mamá se molestó por el olor a tequila, y me fui a dormir con la secreta victoria de haber no haber flaqueado ante Alexander.

El martes, aún empoderada por lo del lunes, le dije a Óscar que viniese a mi casa, que mi mamá no iba a estar. Pero mientras se acercaba la hora me arrepentía cada vez más de mi propuesta. Cuando tocó el timbre salí a recibirlo en buzo, sin ganas de arreglarme como lo hacía para Alexander. Verlo perfumado, arreglado y peinado me generó rechazo visceral. Hacía tiempo que no sentía uno de esos.

Con un poco de maestría de mi parte y mucho de mala suerte de la suya logré intimidarlo lo suficiente para que nada pasara, y el asunto terminó en una humillación (suya) consolada por un par de abrazos. Al día siguiente conversamos tranquilamente sobre el asunto, y al despedirnos me dio un piquito de despedida que más parecía haber sido un error de cálculo que una intención recatada.

Llegué a mi casa ese miércoles, y Alexander me escribió casi apenas me conecté. Le dije que me llamara por teléfono, porque quería conversar con él. Se escuchaba la ansiedad en su voz, y yo le dije cómo sentía que no teníamos nada en común, que no sabíamos casi nada el uno del otro y que recientemente había conocido a personas que me habían parecido muy interesantes. La conversación terminó conmigo preguntándole "y bueno, ¿a qué hora vienes a mi casa?".

Cuando se fue me quedé dormida, y cuando desperté sólo me interesó ver Nat Geo y no mi Facebook. Me desperté muy temprano el jueves, y encontré un mensaje de Óscar. Había estado de guardia, y no le gustaba, pero "lo que me gustó MUCHO, a pesar de todo, fue besarte hoy." ¿Besarme? ¿Nos habíamos besado? ¡El piquito...!

Fui lo más rápido que pude al hospital, intentando interceptarlo antes de que saliera de guardia. Le dije que Alexander había ido a mi casa el día anterior, y que lo sentía. Según él hice una pequeña escena, por la cual luego me hizo una pequeña recriminación, diciendo que "así no somos nosotros". Nosotros. Plural.

Conversamos por teléfono en la noche, sobre piñas y Hawaii. Me dijo una cosa, a la que le respondí "yo también", y cuando colgamos sonreí sentada en el parqué de mi cuarto, la luz del poste colándose a través de mis persianas.

El sábado 12 de Noviembre me compré un vestido blanco como el de Inez en Midnight in Paris, y lo combiné con un cinturoncito innecesario y sandalias del color de mi piel. Recogí a Óscar de su guardia en el hospital. Tomamos el Metropolitano, y por la estación de Javier Prado escuchamos a Frank Sinatra desde la radio de algún señor. Fuimos a la Emolientería y caminamos por las calles de Miraflores, besándonos. Intenté olvidar la verdad. Fue imposible.

Él no era Alexander. Era sólo un patita romanticón intentando hacerse el patán. Fue una cita muy linda, pero terminé llorando, porque por más borracha que estuviese (él) nunca iba a ser su igual.