sábado, 4 de febrero de 2017

Lo siento

Hoy me acordé de ti.

Estaba en la ducha lavándome el pelo, y me acordé de ti, de tu uña del dedo pulgar. Han pasado veinte años desde ese recuerdo y probablemente diez desde la última vez que te vi pero por fin entendí lo que le pasaba a tu uña. Fue como si alguien me hubiera golpeado en el pecho con una comba.

Lo siento.

No entendía en ese momento. Creo que para mí todo era exótico, yo quería ser interesante y mis normalidades nunca entraron en juego. No voy a escribirte ahorita porque he aprendido con el tiempo que veces (a menudo) soy demasiado intensa y toco fibras sensibles con la delicadeza de un rodillazo, pero quiero escribir esto por si algún día lo encuentras.

Me acuerdo de tu caja de plumones cuando teníamos 6 años en primer grado. Me acuerdo de ti más adelante, sentándonos juntas. Tu uña del dedo pulgar me fascinaba: su esquina maltratada, herida, siempre con alguna costra, tú siempre jalando el ángulo con tu dedo índice, la uña y la piel deformadas. Era algo tuyo, notable pero sin interpretación en mi universo.

Hasta que hoy en la ducha entendí por qué tu uña era así.

Hoy entendí que sufrías, y que yo nunca te ayudé.

Lo siento. Ahora imagino lo que estabas viviendo y cómo yo lo usaba como carne de literatura, insensible y egoísta como era y probablemente sigo siendo. Es por eso mismo que no quiero escribirte, porque creo (creo) que ahora tu vida es mucho mejor y eres feliz y que las cosas mejoran con el tiempo; no quiero recordarte algo que pueda ser doloroso y que felizmente ya pasó. No es a ti de 28 años a quien le estoy escribiendo.

Le escribo a la niña de 10 que se sentaba conmigo en la carpeta.

Si la ves, dile que lo siento.