- ¿Por qué lloras? – preguntó el Mar. Yo estaba echada encima, flotando, y había dejado de llover hacía una semana.
- No estoy llorando. –dije. No sé si era mentira o simplemente no me había dado cuenta.
- Ese no soy yo en tus mejillas. –respondió.
Cerré los ojos con fuerza y me hundí. Quise bucear con fuerza, sumergirme hasta donde no llegara la luz del sol, pero las olas me lo impedían, como jugando. “¿Qué quieres allá abajo?”, me decían, riéndose. “Sólo está el Hades, y ya lo conoces.” Movía mis brazos y mis piernas, intentando darles una fuerza que no tienen. “¡Ya deja de bucear, niña!” me dijo una, y en un solo movimiento me hizo saltar fuera del agua. El Mar me miró, divertido. A mí no me daba risa.
- ¿Por qué quieres hacer algo que sabes que no quieres hacer? –dijo el Mar. Las olas habían empezado a cantar una canción a lo lejos, y a él parecía agradarle.
- ¿De qué hablas?
- Tú no quieres bucear.
- ¿Y tú qué sabes?
- ¿Yo que sé?
El Mar me volteó, arrastrándome en una ola, sin dejarme ir. Tomé aire profundamente e intenté mantener los ojos abiertos, pero en segundos ya no supe dónde era arriba o abajo, dónde estaba el aire y dónde estaba el piso. Tanto tiempo me había enseñado como terminar con la revolcada: me rendí y casi instantáneamente regresé a la superficie.
- ¿Más tranquila? –preguntó.
- Sí. –respondí. Adolorida, también, pero no iba a decirlo.
- Ahora bien, ¿vas a decirme lo que quieres?
- Tú sabes.
- Dilo.
- Me da miedo.
- ¿Por qué?
- Porque… me da miedo… me da miedo que si lo digo no se va a hacer realidad.
- Susúrramelo, entonces.
Lo susurré.
- Cumpliste tu promesa. –le dije. –Cuando me dijiste que iban a haber otros a quienes iba a abrazar.
- Sólo la cumplí porque confiaste en mí. –dijo. Me miró con tierna sorpresa, y un par de lágrimas se asomaron por mis ojos. –Quiero que vuelvas a confiar en mí. Pero esta vez va a ser más difícil.
- Puedo hacerlo.
- Yo sé que puedes. Pero no así como estás: tienes que entrenarte, tienes que ser más fuerte, porque esta vez yo no te voy a llevar flotando. ¿Lo quieres?
- Sí.
- Entonces nada.
Me quedé quieta por un momento.
- ¿Hasta allá? –pregunté.
- ¡Nada!
- ¿Y si me ahogo?
- Nadarás.
- ¿Y si me pierdo?
- Nadarás de vuelta.
- ¡Es muy lejos! ¡Es estúpido, es peligroso, ¿cómo se te ocurre que voy a llegar hasta allá nadando?!
- ¡Nada! ¡Deja de preguntar estupideces y ponte a nadar! ¡NADA!
Lo miré con los ojos más abiertos que nunca, las dudas y los miedos acumulándose detrás de mi garganta pero lo único que hice…
… lo único que pude hacer…
… fue dar esa primera brazada y empezar a nadar.
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