jueves, 31 de diciembre de 2015

Soundtrack 2015 - Q4 (with special thanks to the IRP)

So... the year is over! What a year, really, it has been one of the most significative, beautiful and difficult years of my life; I've felt more alive than I had in a really long time.

I've been doing these Soundtracks for a while but for one reason or another I hadn't done a proper Q4 before: this is the first year on which I've been consistent about it, pushing myself to keep on listening to new music, moving forward, letting go of the past. Things are usually easier earlier in the year, like most New Year's resolutions that eventually fade away: having kept at it feels like a victory.

I want to thank Jonathan and Cloudy from the IRP for crafting an incredibly important part of the Soundtrack of my 2015. Nietzsche said Without music, life would be a mistake, and you two helped me not to make it.

Being happy is a decision made day to day, hour to hour. Life can still surprise you - the love of your life might come walking right when you felt like there was nothing to look forward to, the next song on the playlist can touch your soul in a way no song had ever been able to before. Maybe one of these does the trick for you. Happy New Year :)

1) About Today - The National
I left the home I've lived most of my life in. I said goodbye to my room in the dark of the night, looking at its walls and thanking them. I don't know if I' gonna be back; I don't know where my life is going right now, but wherever I go, El Malecón is coming with me.


2) Good Intentions - Disclosure
Hourglass - Disclosure
Jaded - Disclosure


3) I need my girl - The National


4) Be like you - We were Evergreen


5) Good help (is so hard to find) - Death Cab for Cutie


6) Hum Hum - Mating Ritual


7) I don't think you like me - Tired Lion


8) Untitled (How does it feel) - Matt Bomer

9) You are my Sunshine - Johnny Cash
I was not with you that day, but my soul was, very much. I'm not with you, in fact I'm really far away, but my soul is with yours every day. You are my sunshine, my only sunshine: you were the light that shone first after the dark night I had managed to pull through.


10) Ahai - Twiggy Frostbite
Sometimes you can do everything right, and it still goes wrong. And it hurts! It hurts so much you feel like shutting the world out and giving up hope. Then you're washing away your tears in the sink and a song comes along, and tho it's not the best song in the world it makes you smile again when you thought you couldn't.


11) Sunshine on my Back - The National 


12) I don't think she cares - White Reaper


13) Run, Lucifer - Adna


14) Caravan - Whiplash arrangement
I won't give up. I won't give up, I won't give up, I won't give up!


15) Taking all the blame - The Subways


16) The Ghosts of Beverly Drive - Death Cab for Cutie


17) Try - Nelly Furtado
I didn't want to keep up hope. I mean, what for? Last time I did it was a wreck. But at the same time I couldn't help it, the small flame amidst the wind of the darkness, smiling back at life. How not to love it? How not to admire its courage?


18) Just like them - Alpaca Sports


19) 101 - Circa Waves


20) Dangerous - Pony the Pirate


21) Bad Boyfriend - Spector


22) Do you wanna Rock - Danko Jones


23) Humiliation - The National


24) Pony - Ginuwine 


25) All I ask - Adele
"Absence has a way of ossifying an idea and amplifying a legend." Jon Jacaranima

26) Victim - Win Win & Blaqstarr


27) Make you feel my love - Adele
It's good to know where your life is going, but sometimes the most important thing is to know who you'd go off-roading for.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Noticias desde Pomabamba (el silencio de Dr. McStuffins)

- Yo no soy como estos serranos. –me dijo Daniel, despectivo. Estaba manejando la ambulancia del centro de salud por el camino afirmado de tierra. –Tienen doble personalidad.
- ¿A qué se refiere? –pregunté.
- Como se dice, son doble cara, hipócritas. Dicen una cosa, te saludan por un lado y por el otro te denuncian. Así son, todos.
- ¿De dónde es usted?
- Yo soy de Chimbote.

Daniel es el conductor de la ambulancia del centro de salud donde trabajo. Estábamos regresando de una charla que yo había dado sobre enfermedades de transmisión sexual y planificación familiar.

Cuando llegué a mi cuarto cerré las cortinas, me saqué la ropa y puse música en el celular. Sonreí al ver que mi mochila ya estaba casi completa.

Hacía casi dos meses que no abrazaba a nadie, pero en veintisiete horas iba a coger mi mochila e irme a Huaraz a pasar un fin de semana con el Principito. Un amigo con quien conversar, WiFi, pizza: placeres mayúsculos para mi muy frugal existencia Pomabambina.

A la mañana siguiente, ocho en punto de la mañana, las “noticias” penetraron el triplay del consultorio hasta mis oídos. Decir “noticias”, por supuesto, es cometer una gran injusticia contra la palabra: el periodismo peruano expide principalmente (sin vergüenza ni asco) historias amarillistas sobre la farándula limeña. Su público, mis compatriotas, consumen el contenido no sólo sin problemas sino con avidez.

¿Cómo logras que una población consienta y disfrute este tipo de basura radioactiva? Esto puede parecer un poco fuera de tema, pero me parece central a la narrativa peruana. Ignorar históricamente la educación de una población hasta el extremo de ser los penúltimos en el mundo en básicos como compresión lectora y razonamiento matemático es recluir su mente colectiva en algo mucho peor que una cárcel.

Abrí mi libro de anatomía y me sumergí en las válvulas del corazón y los músculos papilares. Resaltador rosado, naranja, amarillo y verde, anotaciones con mi pluma. No tengo la mínima responsabilidad de estudiar; no tengo ningún examen pronto ni existe alguna motivación externa, lo cual hace que estudie con más ahínco.

A eso de las ocho y media Ana, la enfermera encargada de la evaluación de CRED (crecimiento y desarrollo), me tocó la puerta.
- Entre. –dije.
- Doctora, hay un bebito que su corazón suena raro. A ver examínelo usted.

Subí al segundo piso, saludé al paciente y a su mamá y me fui al baño para lavarme las manos con clorhexidina. No hay caño con agua corriente en el primer piso.
- Hola, bebé. –dije, acercándome al recién nacido.

Me gustan los recién nacidos; los niños no mucho y la pediatría tampoco, pero los recién nacidos y la neonatología siempre me han gustado. Cuando estaba en la universidad el coordinador del curso de pediatría era un neonatólogo brillante y con una barbilla prominente: él mismo se había puesto de apodo Dr. Increíble, y en el grupo de los neonatólogos convenientemente había una que se parecía a Edna Mode.

Limpié mi estetoscopio con alcohol gel y lo cubrí un ratito con mi mano; me dio pena ponerlo de frente en el pechito desnudo del bebé.

Escuché el chu-chu inconfundible de un soplo en ferrocarril. Conducto arterioso persistente, UCI Neo, el Dr. Increíble, todo regresó a mi mente en un segundo. Indometacina.
- ¿Sabes por qué le pongo el pulsooxímetro en el lado derecho? –le preguntó el Dr. Increíble al residente de primer año de pediatría. Silencio.
- Circulación pre ductal. –dije yo después de varios segundos.
- Precisamente, bruja. –respondió el Dr. Increíble. Miró al residente y yo estuve segura de que mi intromisión no iba a quedar sin castigo: esa tarde me tocó evolucionar a los pacientes renales.

- Señora, ¿es su primer hijito? –pregunté, auscultándole la espalda. Chu-chu.
- Sí, doctora.

Cómo decirle a una mujer que su hijo tiene una anomalía cardiaca, parte 1: anatomía (versión extra light).
- Cuando los bebitos nacen su corazón tiene que pasar por muchos cambios; es diferente estar adentro en la barriga, sin oxígeno, y estar afuera respirando. El corazón de su hijito ha pasado por varios de esos cambios, pero parece que le falta uno. No es una malformación, todos los bebitos pasan por lo mismo, es sólo que su bebito se está demorando en cerrar una conexión entre dos arterias.

Parte 2: información adecuada a su nivel de educación y verdad sobre capacidad resolutiva mía y del establecimiento.
- Esto es lo que yo creo que está pasando con el corazón de su bebé, pero para confirmar el diagnóstico tiene que irse a un hospital y un cardiólogo le tiene que hacer una ecografía para ver cómo funciona el corazón; aquí en Pomabamba no tenemos medios para hacer ese tipo de diagnóstico.

Parte 3: Solución y esperanza.
- Podemos solucionarlo; se puede dar un medicamento para cerrar esta conexión, y si eso no sucede se puede hacer una operación. Miles de niños han pasado por esto mismo y ahora viven vidas completamente normales. Ahora, vamos al primer piso y le voy a hacer la referencia para que vayan a Chimbote y puedan ayudar a su bebé.

Parte 4: reza, si crees en algún dios, por no haberle arruinado el mundo a la pobre mujer. Si a) eres ateo como el Dr. McStuffins o b) tu teísmo (como el mío) ha sufrido un severo golpe cuando el 13 de Noviembre del 2015 un grupo de terroristas basados en enseñanzas teístas asesinaron a 129 personas en París, bueno, ahí es cuando tu salud mental puede fortalecerse.

Todas las mañanas a eso de las diez viene una señora vendiendo papa con ají y huevo sancochado. Ese jueves la señora trajo a una ayudante, una mujer joven y delgada llamada Gianina; el comentario era que hacía poco había dado a luz. Salí como de costumbre a comprar la papita con huevo y Daniel ya estaba afuera, comiendo su porción.

- Échale papa al caldo a la Oliva, está muy flaca. –dijo Daniel, mirando a la señora primero. –Oye, Oliva. Oliva. –dijo, refiriéndose a Gianina.
- No me digas Oliva, yo no te he dado confianzas para que me digas Oliva. –respondió Gianina, muy digna.
- ¿Y cómo quieres que te diga? –siguió molestando Daniel.
- Gianina.
- Oliva te empezó a decir el Jian, ¿no? Cuando estabas en el colegio. Ya muy flaca estás.

Miré a Gianina a los ojos, recibiendo el huevo sancochado que me ofrecía.

- Estás linda así, linda. Miles de mujeres quisieran tener un cuerpo así, especialmente después de haber dado a luz. Que nadie te diga que estás demasiado flaca.

El resto guardó silencio, el silencio que guardan porque yo soy la doctora y ellos no pueden confrontarme según la jerarquía moral de la sierra, jerarquía moral de la que evidentemente me aprovecho.
Media hora después vi un paciente ya conocido, profesor de uno de los varios colegios de la zona.
- Señorita. –me saluda.
- Doctora. –corrijo.
- Disculpe, doctora.
- Dígame, ¿qué lo trae a consulta?
- Señorita…
- Doctora – vuelvo a corregir.
- Doctora, doctora, disculpe. Estoy con la gastritis y la presión alta.

Revisé las funciones vitales que la enfermera le había tomado antes de entrar al consultorio: presión arterial 100/60.

- ¿A qué se refiere con la presión alta? –pregunto.
- La presión alta, me duele el cerebro y me da calor. –“Cerebro” en el argot local se refiere a la región occipital/nuca.
- ¿Fiebre?
- Calentura, nomás. –traducción: no me tomé la temperatura.
- ¿Vómitos, diarrea?
- Vómitos he tenido ayer en la noche, hoy día ya no.
- ¿Diarrea?
- Sí, hoy.
- ¿Cuántas veces?
- Varias veces he ido al baño. – usualmente pregunto ¿varias veces cuántas, tres, cinco, diez, quince?, pero ese día me salté a la siguiente pregunta.
- ¿Ha visto si hay moco o sangre en la diarrea?
- Sangre he visto.
- ¿En el ano o la misma diarrea?
- La misma diarrea era.
- Voy a examinarlo, échese en la camilla.

El paciente tenía una típica disentería; yo también la tuve la segunda semana que estuve aquí. No podía pedirle una reacción inflamatoria para confirmar el diagnóstico, ni un coprocultivo; aquí en Pomabamba no tengo pruebas de laboratorio, ninguna, ni siquiera un simple hemograma. Obviamente no tengo rayos X; tengo un ecógrafo pero el que funge de radiólogo me sorprendió una mañana encontrando una fractura de clavícula en la radiografía de un hombre que podía levantar ambos brazos hasta chocar con sus orejas.

Le receté un curso de antibióticos y me eché alcohol gel en las manos después de su insistencia en darme la mano como despedida y agradecimiento.

Minutos después vino una paciente pediátrica en brazos de su madre; ya desde que la vi me impresionaron sus ojos hundidos. La historia clínica era típica: vómitos y diarrea de tres días de evolución, fiebre, no sangre pero sí moco en el pañal. Justo cuando había terminado de examinar el abdomen y la piel de la paciente la madre levantó la cabeza con una expresión de temor en la mirada.
- ¿Qué pasa? –le pregunté.
- Mi esposo. –respondió. No nos conocemos, nunca antes nos habíamos visto pero sentí una complicidad femenina en su voz e instintivamente le cogí la muñeca. Yo estaba con ella.

Un hombre bajo, cinco centímetros más alto que yo, se nos acercó.
- Señorita. –saludó, serio.
- Doctora. –respondí, en un tono solícito.
Su expresión cambió súbitamente, sorpresa.
- Lo siento doctora, es que le digo señorita por respeto.
- ¿Si fuera hombre me diría señor? –movida agresiva de mi parte, lo sé, pero mi tono era inofensivo.
- No. –rió. ¿Ven? Todo es cuestión del tono.
- No soy señorita. –dije, dándole una última mirada a la niña. – Ana, una vía, un cloruro, STAT.
- ¿Es señora entonces? –preguntó el hombre.
- Soy doctora. Su hija está deshidratada, severamente; el problema con los niños de esta edad y la diarrea es que son muy pequeños y unos cuantos vómitos y deposiciones pueden deshidratarlos mucho más que a un adulto. Necesita ser rehidratada por vía endovenosa e iniciar tratamiento antibiótico porque su diarrea es probablemente infecciosa.
- Antibiótico. –repitió, fijando la idea.
- Sí. Lamentablemente no contamos con este antibiótico en el centro, ¿usted cree que podría comprarlo fuera? Aquí tiene la receta. –Ciprofloxacina y un litro de solución de rehidratación oral que tampoco tenemos en el centro.
- Sí señorita. Perdón, doctora.
- Muchas gracias. Mientras tanto vamos a ir hidratando.

El hombre salió del tópico y escuché a la mamá de mi paciente soltar el aire.

- ¿Qué pasa? –pregunté.
- Me culpa de que se haya enfermado mi hija.
- No es tu culpa. Es la culpa de una bacteria. A mí también me dio y tuve que tomar antibiótico. Voy a estar en esa puerta de ahí, ¿ya? –dije, señalando el consultorio. –Voy a venir a reevaluarla cada media hora; cualquier cosa me tocas la puerta.

A las doce pasan un programa de televisión, “Criollazos a las doce”, gran favorito del personal técnico y de vigilancia. Ese día en particular el vigilante prorrumpió en impromptu interpretativo y se puso a cantar en el vestíbulo un sentido “que somos amantes”.

Honestamente hubiera querido abrir la puerta y darle rienda suelta a mi agresividad: es un establecimiento de salud, no una peña. Pero voy a vivir aquí un año y no me conviene hacer enemigos. Llamé a Vicente, el operador, que es la persona con quien tengo más confianza en el centro (lo cual no quiere decir que lo aprecie más allá de lo meramente utilitario).
- Aló doctora, dígame.
- Vicente, por favor, dígales que bajen el volumen, esto no es una peña.

Abrí la puerta para reevaluar por segunda vez a mi paciente y vi a Casandra, la “pareja” de Daniel.

Casandra es joven, veinticinco años frente a los treinta y ocho de Daniel. Para los estándares de la porción de sierra rural en la que estoy viviendo a su edad y sin esposo, carrera o hijos se encuentra en una situación social relativamente deficiente. Aceptar ser la amante de un hombre casado pero con una esposa lejos en Chimbote, que además recibe un sueldo y es parte de una organización no es visto como una mala movida de su parte.

- ¿Cómo está mi paciente? –pregunté, entrando al tópico. Su mamá levantó la mirada, sonriente. La niña ya estaba despierta y con mucho mejor semblante.
- Está mejor. –me dijo.
- Vamos a empezar a hidratarla por vía oral, ¿ya? Va a empezar a tomar esto –señalé la solución de rehidratación oral sabor a fresa –y vamos a ver cómo va.
- Muchas gracias, doctora.
- No te preocupes. Para eso estoy.

Regresé al consultorio pero no abrí mi libro inmediatamente; estaba revisando mi celular cuando escuché la voz de Daniel alzarse frente a la cacofonía del televisor.
- Yo estoy casado, ¿tú que te crees? Yo tengo mi esposa.

Cerré los ojos y tomé aire profundamente mientras buscaba mis audífonos en el bolsillo.

Una hora después mi paciente estaba tomando ávidamente la solución de rehidratación oral y a las dos en punto me despedí del personal y aceleré el paso cuando escuché que un grupo se ponía a discutir la pelea entre Daniel y Casandra. Durante los próximos tres días ninguno iba a existir en mi vida.

Caminé hacia mi cuarto con mis lentes puestos y una capa fresca de bloqueador. A 3068 metros sobre el nivel del mar el sol y el frío son cosa seria; mis lentes de sol reflejaban el rojo en sus lunas. En la esquina vi a una ex paciente mía que había venido a atenderse con una complicada pielonefritis hacía unas semanas. La saludé con un simple “señora” porque no me acordaba su nombre.
- Señora, cómo está.
- ¡Doctora!
- ¿Cómo está señora, qué tal sigue? –le pregunté.
- Ya estoy mejor, doctora, ya estoy mejor. –me cogió una mano entre las suyas y remangó un poquito mi manga para poder tocarme la muñeca. –Le agradezco mucho, doctora, estaba mal, doctora, mal. Yo sé que siempre sufro de infección urinaria pero si no hubiera sido por usted doctora...
- No se preocupe, señora, más bien me alegro de que ya se encuentre mejor.
- Siempre me quiero atender con usted, doctora, me da más confianza. Yo sé que estaba mal pero usted me curó, doctora.
- Me alegro mucho de que ya esté bien, señora.
- Ay doctorcita linda, muchas gracias a usted. Que Dios la bendiga, doctora.

Me abrazó bajo el poderoso (pero frío) sol Pomabambino. Era el primer abrazo que había tenido en casi dos meses y había nacido del impulso de un corazón agradecido.

- Gracias a usted, señora. –contesté. –Gracias a usted.

Nos despedimos y seguí mi camino. Publiqué en Twitter “Hay pocas cosas más bonitas que cuando un paciente te abraza agradecido por sentirse mejor :) #Pomabamba #SERUMS”. Dudé un par de minutos, tal vez tres: le escribí a Dr. McStuffins, traduciéndole la misma frase. Le sigo escribiendo a pesar de su (según él ocupado) silencio porque estoy enamorada de él.

Tomar un bus interprovincial que pasa por el cañón más profundo del mundo (el cañón del Pato) con la mitad del camino no asfaltado y en época de lluvias no sólo habla de la absoluta indiferencia de los gobernantes peruanos por su país sino de lo intensa que es mi sed de contacto. Sí, yo sé, el nuevo disco de Adele acaba de salir (y no voy a confirmar ni negar estar escuchándolo en este momento) pero realmente extraño abrazar a alguien, echados en una cama y viendo HBO.

No es HBO en sí, y no es “alguien”, es él. Sí, yo sé que mis escritos son la evidencia de que no es la primera vez que me meto en este rodeo (hello, Houston), pero… ¡cómo lo quería! Me toco las mejillas intentando recordar lo áspero de su barba y cierro los ojos recordando la expresión de los suyos; ya borré las conversaciones del whatsapp de mi celular para no estar revisándolas a cada rato pero no necesito verlas para recordarlo. Nunca he estado ciega; mis amigos siempre se chocaban con la pared de que yo sabía cuán huevón era mi enamorado de turno, pero él… él era diferente.

Alejé el pensamiento de mi mente cuando urgencias más tangibles sacudieron el bus en una forma lo suficientemente peligrosa para que mi reacción de lucha o escape se activase a plenitud. ¿Cuán terrible pueden ser los caminos de la sierra, en serio? ¿Por qué yo como limeña tenía más derecho a una pista asfaltada que los Pomabambinos? ¿No somos todos peruanos, no tenemos todos los mismos derechos? Es revelador cómo el patriotismo que me llevó a meterme a lo profundo de la sierra peruana, una vez enfrentada con su realidad, prácticamente ha desaparecido.

Tomé aire y me debatí por centésima vez en el dilema que me ha estado plagando desde la primera semana de mi SERUMS. ¿Quiero quedarme aquí? Logística aparte, ¿quiero quedarme en el Perú? Porque, mira, esto es el Perú. Lima, que conoces, es sólo una parte pequeña del país que dices amar. Amor no quita conocimiento, eso siempre lo dicho, pero la pregunta ahora es si conocimiento quita amor. Aferrada al bolso que contenía mi preciada laptop añoré con mucha sinceridad el irme a USA, y no por él, no por Dr. McStuffins, sino por mí. Yo en USA.

Eventualmente y gracias a Dios (perdonen la inconsistencia) llegué a Huaraz sana y salva. Tomé un taxi hasta el hotel en el que me iba a quedar con el Principito. Tenía un par de horas para dormir hasta que su bus llegara desde Lima; puse la alarma de mi celular y me eché un rato.

El bus del Principito llegó con quince minutos de retraso; al verlo sentí una urgencia como de llanto en mi garganta que ahogué en un suspiro desafinado. Las puertas se abrieron y después de varios desconocidos aparecieron él y su mochila. Mis brazos se abrieron instantáneamente y la sonrisa de mi boca iluminó sus ojos; era un hermoso rayo de sol sobre la nieve.

- Hola… –dije, casi en un susurro. Tomé aire profundamente dejando mi cabeza caer desde mi cuello, mis hombros relajándose. Ya no estaba sola.
- Hola. ¿Cómo estás?
- Mejor. ¿Tú?
- También. Te extrañé.
Bajó su cara a la mía y me dio un beso en la mejilla, sus brazos rodeándome. Inspiré profundamente con la nariz hundida en su pecho. Tomamos un taxi; ya estaba amaneciendo en Huaraz.

- Has bajado de peso. Se te ve bien. –pasó el brazo por encima de mis hombros y me recosté en él.
- La comida en Pomabamba no es muy buena pero el resultado es positivo. –Acurruqué mi cabeza contra su pecho y lo quise muchísimo sin preocuparme sobre si debía moderarme o no. –Te quiero.
- Yo también.
Sonreí abrazándolo de vuelta con un solo brazo. La urgencia de mis labios por curvarse hacia abajo y romper en llanto me visitó de nuevo pero la desahogué en una mueca. Nos quedamos abrazados hasta que llegamos al hotel y él bajó su mochila.
- No es muy glamoroso, pero no está mal, y estamos al costado de la plaza. –dije, excusándome.
- No te preocupes. Con la que tenga una cama y agua caliente yo soy feliz.
- Y WiFi. No muy rápido pero algo es algo.

Subimos las escaleras hacia la recepción y luego las que llevaban al cuarto.

- ¿Qué tal Pomabamba?
- Los paisajes son bonitos.
- Ah. –Entendió.
- Es una oportunidad, de todas formas. Plata.
- Plata. –asintió el Principito.
- Conocer mi país. Ayudar a quien pueda. ¿Qué podía hacer, igual? USA se supone que ya fue. –pensé en Dr. McStuffins y su silencio. –Si voy a hacer la residencia aquí tengo que hacer el SERUMS. En todo caso ya di los STEPs, tengo las dos puertas abiertas.
- Cierto. Es inteligente de tu parte.

Es cierto, aunque controversial.

- Gracias. –le di un beso en el hombro.

Entramos al cuarto y el Principito se echó en la cama, cogiendo el control remoto.
- ¿Noticias? –preguntó, prendiendo el televisor.
- No desvirtúes la palabra. –dije, frunciendo el ceño.
- ¿Qué?
- Eso no son noticias, es basura radioactiva amarillista. ¿Las has visto últimamente?
- No, sólo... –guardó silencio. –Se me ocurrió por la hora. ¿Película?
- Por favor. –dije, forzando una sonrisa.

Me eché a su lado y dirigí mi cara hacia el televisor pero no estaba prestando atención a la pantalla.
- Me duele. –dije después de unos minutos.
- ¿Qué cosa?
- Perú.

Me miró en silencio y me cogió la mano, apretándomela. No había nada que decir.

martes, 10 de noviembre de 2015

Maldita Moneda

Ayer tomé una siesta en la tarde y tuve una pesadilla. Soñé que estaba tirando una moneda al aire, haciéndole preguntas. ¿Me voy a casar? ¿Voy a ser feliz? Cruz, cruz. ¿Voy a quedarme sola? Cara.

Me desperté llorando; había una moneda de 5 soles en mi velador. Abracé mi almohada deseando que fuera alguien y miré a la moneda como se mira a un enemigo. Tenía tanto amor en mi pecho y mi almohada era lo único a lo que podía dárselo.

Cerré los ojos intentando imaginar; canté una canción y confesé cariño, respondí preguntas hipotéticas. Me sumergí en mis ensoñaciones rechazando al mundo real.

Me acaricié la cara deseando que fuera otra mano y no la mía. Masajeé mi rodilla deseando con toda el alma que lejos otra piel la pudiera sentir; me apoyé en la almohada de nuevo y la humedecí de mis lágrimas.

Quise decirle que era mi luz del sol. Que la noche larga había terminado y que él había amanecido en mi cama. Pero estaba sola en mi cuarto de Pomabamba, y una maldita moneda me había dicho que no iba a ser feliz.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

La canción del ex hijo único y la reivindicada

Dom estaba callado. Estábamos en su departamento, y él había cogido una cerveza apenas llegamos de almorzar con sus papás. Ya iba por la tercera.

Anteriormente yo habría entrado en ansiedad. "Ya no me quiere", "me va a dejar", "está con otra". Pero suficiente tiempo había pasado para reconocer al otro por sí mismo.
- ¿Qué pasa? –le pregunté.
Me miró súbitamente avergonzado, como si lo hubiera visto desnudo. Asumo que recordó que usualmente lo veo desnudo y se relajó un poco. Tomó aire.
- Mi papá tiene una amante. –soltó.

Puta madre. No lo dije, no sé si lo pensé pero lo sentí. Es inconfundible.
- Lo siento. –respondí. Le busqué los ojos y me estaban mirando. Abrió un brazo y subí a él, apoyando mi mentón en su cuello.
- Se llama Laura. Tiene treinta y siete años y trabajan juntos. Está embarazada.

Su boca economizaba las palabras con un deseo de deshacerse de ellas lo más rápido posible. Toda una historia de insatisfacción, deseo y traición podía resumirse, los detalles eran innecesarios y no bienvenidos.
- ¿Tu mamá sabe?
- Todavía.
Nos quedamos callados. Mis pies estaban fríos.
- Dice que lo hace sentir vivo. –dijo. Sonrió con tristeza. –Pero no puedo dejar de pensar que es por la plata.

Su mano derecha quiso hacerse puño pero se detuvo a sí misma; se sintió dolorosamente familiar. Cogí su puño entre mis manos y le di un beso.
- No sé cómo mirar a mi mamá. No sé… no puedo hablarle, tiene que decirle pronto, ya me siento pésimo por no haberle dicho apenas me enteré. De repente ella cree que todo está bien. –tomó aire. – ¿Tú sabías? –me miró.
- ¿Cuando…? Sí.
- ¿Y cómo hacías?
- Mentía.
Suena feo, pero es cierto. Tomé aire e intenté explicarme.
- Yo no creo que sea adecuado contarle eso a un hijo. Yo creo que la relación de pareja sólo debe involucrar a la pareja. Contarle a un hijo esas cosas no sólo me parece egoísta, sino cobarde –suspiré, molesta. –En mi caso yo mentía porque era más fácil.
- ¿No sentías culpa?
- Mucha. Pero con el tiempo entendí que yo estaba haciendo lo que necesitaba para vivir. La culpa era de mi papá por ser infiel, no mía por guardar el secreto.
Me acarició el antebrazo.
- ¿Un bebé a los cincuenta y ocho años? ¿Te parece sensato? –preguntó retóricamente.
- No. ¿Te dijo qué va a hacer?
- Le va a decir a mi mamá.
- Pídele que no le diga que tú sabes. Es suficiente sentirse traicionada por una persona.
- Sí, tienes razón.
- Mejor llámalo ahorita.

Dom cogió el celular y llamó a su papá; no se demoró mucho, pero yo me fui poniendo los zapatos para despedirme. Creí que tenía muchas cosas que pensar y que le iba a ser más fácil sin mí ahí.
- Quédate. –dijo, después de colgar.
- Vamos a mi casa a recoger mi ropa. –dije.
- Vamos. –dijo, cogiendo las llaves del carro.
- Caminemos.
- O.K.
Nunca recogimos mi ropa; se echó en mi cama apenas llegamos y antes de que yo hubiera terminado de escoger lo que me iba a poner el día siguiente ya se había metido entre mis sábanas, una cabeza humana con cuerpo de gusano gordo bajo la colcha.

Tal vez es porque por veintiún años fui hija única y he estado acostumbrada a estar sola toda mi vida, pero mientras Dom se quedaba dormido a mi lado me di cuenta de que si hubiese podido tenerlo me habría encantado dormir con alguien cuando pasé por lo mismo. La única vez que lloré se armó un pequeño escándalo en mi cuarto, y mi papá comentó que había pensado equivocadamente que yo era lo suficientemente madura para lidiar con el tema; me indicó que me pusiera una almohada en la cara para que los vecinos no escucharan mi llanto.

La mañana siguiente Dom se levantó muy temprano para ir a su departamento a cambiarse y hacer su maletín de mano; en la noche tenía pichanga con sus amigos. Esa misma noche mientras Dom corría tras una pelota yo estaba sentada en mi cama, peinándome. Mis almohadas todavía olían a él.

El celular sonó con un mensajito. Seguí peinándome, segura de que si era una conversación incipiente sonarían más, pero pasaron dos minutos y el celular seguía en silencio. Dejé el cepillo a un lado y chequeé con curiosidad.
“Hola” Leí.
Sorpresa, era Leo.
“hola” respondí.
Hacía tiempo que no hablábamos.

Los días siguientes se sucedieron sin sobresaltos ni nuevas noticias. Dom ignoró el tema por completo y vale mencionar que conversamos bastante. Yo no hacía ninguna alusión, por supuesto; lo peor que hacer cuando una herida está cicatrizando es tocarla mucho. Exactamente ocho días después de la primera revelación del papá de Dom me llegó un mensaje en el whatsapp.
“Quiere que la conozca”

Me acordé de los CD’s. Los CD’s que ella quemaba con mi música favorita, canciones que yo no podía encontrar fácilmente en la época en la que bajarse música era dificilísimo; les ponía coverarts bonitos impresos en stickers para CD. Me acordé de la foto panorámica que me regaló para que pintase; me acordé de las impresiones perfectas de árboles coloridos. Me acordé de cuando mi papá llegaba a las diez de la noche en punto todos los miércoles. Y eso sólo había sido el comienzo.

“Te llamo” escribí.

En su momento la sentí, pero aprendí a ocultarla: me habían enseñado a mentir muy bien. Ver a Dom pasar por la misma situación me hizo sentirla de nuevo, esta vez sin el mitigante del cariño. Ira.
- No sé qué hacer. –dijo.
- ¿Ya le dijo a tu mamá?
- Todavía.
- No lo hagas. No la conozcas antes de que tu mamá sepa.
- No, ¿no?
- No necesitas esa culpa.
- Tienes razón.

Colgué y respiré profundo, molesta. La situación de Dom se siente particularmente cercana porque es muy parecida a la que yo viví; ¿cuánta de esa compasión era compasión a la que yo fui? Tuve ganas de abrazar a Dom y protegerlo de lo que a mí nadie me protegió, pero lo único que pasó fue que le mandé varios emoticones cariñosos y eventualmente él fue a su pichanga de la noche. Era lunes, yo estaba en el consultorio y él en el quirófano, teníamos responsabilidades. El mundo no se acaba porque uno está herido.

(Sin embargo por muy cierto que sea eso, por muy real que sea que uno puede tener el corazón roto pero igual tiene que seguir pagando la luz y sacando al pasear al perro, es bonito saber que no estás solo, que hay alguien a quien le importa tu sufrimiento.)

El viernes cociné una cena para los dos. Regresé relativamente temprano del trabajo y me dediqué a cortar, limpiar, hervir y macerar, música suave sonando. No fue hasta un momento de silencio en la playlist que tomé consciencia del momento, lo que estaba haciendo, cómo en esas acciones estaba el amor que le tengo a Dom. La estrofa que sucedió al silencio me retrotrajo al 2009, la primera vez que estuve con Ícaro. “La soledad es un paso firme que no he podido obligarme a dar.” Dejé el cuchillo y me apoyé en la mesa cerrando los ojos, recordando la letra.

Ícaro había sido el primer enamorado al que se me había ocurrido cocinarle; la canción tenía una frase, “y qué felicidad hacerte la cena, y qué seguridad saber que me esperas. Y el tiempo pasará, el sol se apagará, y todo lo que sentiste fue normal.” Mi papá me había pasado esa canción; decía que le hacía acordar a mí.

Tengo la suerte de no tener duda alguna del amor que mi papá me tiene, pero sé que ese amor, grande y profundo como es, está contaminado de sus ideas. Siempre fiel a su filosofía de que la felicidad no existe sino sólo los momentos felices, la canción que me había pasado me ponía en perspectiva que por mucho que quisiera a mi enamoradito de turno era muy probable que eso terminara también.

Tuve de ganas de llorar, porque él había tenido razón y yo no. Mi historia con Ícaro había terminado, y varias otras también. ¿Me pasaría lo mismo otra vez, volvería a acordarme de la última vez que le cociné a alguien la cena? El peso de mi cuerpo venció mis rodillas y apoyé mi frente en mis brazos, ahogando un sollozo. Dudé en pedirle a Dios que no me quitara a Dom, tantas veces le había pedido que no me quitase a alguien que quería e igual lo había hecho. La canción terminó, tomé aire y me soné la nariz antes de seguir cortando los tomates que iba a cocinar.

Dom llegó dos horas después con un beso y el pelo un poco aplastado. Sacamos juntos a Rex y abrió la botella de vino que había traído con él; Rex estuvo engriéndose con nosotros un rato hasta que le dio frío y subió a mi cuarto a acurrucarse en su rincón.

Serví la entrada en los platos de vajilla italiana y Dom sirvió el vino en copas de cristal alemán. Prendí las velas azules que había puesto en el comedor y sonreí, disfrutando el momento. Dom me cogió una mano y acarició el dorso con su pulgar, acercándome a su boca.
- Te quiero. –dijo, mirándome a los ojos.
- Yo también.
Apretó mi mano y la dejó, cogiendo sus cubiertos.
- Hoy fui a ver a mi papá. –dijo, empezando la conversación.
- ¿Ah, sí?
- Sí. No lo había visto desde… el domingo, ese domingo.
- Wow.
Boris Stier (el papá de Dom) trabaja en la SanTo, y su sitio de estacionamiento está al lado del de Dom.
- ¿Y qué tal?
- Está súper emocionado. Por… –se cortó. Decir “tu hermanito” habría sido supremamente estúpido.
- ¿Ya saben el sexo? –pregunté.
- Es hombre. Creo que le van a poner Mauricio, pero… –movió las manos, como queriendo deshacerse del tema. –La verdad no sé qué debo sentir.
- Nada. –respondí.
- ¿Qué?
- Nada. No debes sentir nada, los sentimientos no son un deber, simplemente existen o no. –lo miré a los ojos.
- ¿Tú sentiste algo cuando…?
- Celos. Rechazo, también. No me gustaba cuando mi papá venía y olía a talco de bebé.
- ¿En serio?
- En serio.
- Anoche en Wong evité el corredor de bebés como si fuera la plaga. –dijo, con una sonrisa ladeada. Suspiró. –La verdad no siento que lo quiera. Sí, yo sé, va a ser mi hermano, pero… no sé, siento que Gustavo es mucho más mi hermano de lo que ese niño alguna vez vaya a ser. Podría ser mi hijo. O sea, podría totalmente ser mi hijo, sin roche.
- Sí. –Sé cómo se siente. –Pero el tiempo ayuda.
- Se supone que cuando lo cargue voy a tener todos estos sentimientos.
- Podría ser, pero si no sucede tampoco deberías culparte.
- ¿A ti te funcionó?
- No. Pero también yo soy recontra inmadura…
Rió.
- ¿Sabes en lo que he estado pensando todo el día?
- Nope. Dime.
- ¿Cómo hacía Boris –Boris, no “mi papá” –para dormir en la misma cama con mi mamá sabiendo que su amante estaba embarazada?
- ¿Ya no duermen juntos?
- No sé, no he preguntado –negó rápidamente con la cabeza, un escalofrío en su cuello –y tampoco quiero saber, pero… puta madre.
- Sorry.
- No, no, no eres tú, es… puta madre.
- Sí.
Puta madre, indeed.
- ¿Tú crees que sea genético?
- ¿Qué cosa?
- La infidelidad.
- Yo creo que el comportamiento humano es demasiado complejo para ser reducido a una causa genética, a un neurotransmisor que no hace su trabajo. ¿Te preocupa que sea genético?
- ¿A ti?
- No.
Sonrió, reconfortado. Me di cuenta que había tomado mi respuesta como que no me importaba si él tenía un componente genético de infidelidad, cuando yo la había interpretado como si a mí me preocupara el componente genético de infidelidad que yo tengo; preferí no corregirlo porque de todas maneras tenía razón, no me importa. Habíamos terminado la entrada.

- Voy a traer el pulpo. ¿Me ayudas con la maderita?

Fuimos a la cocina y destapé la cacerola donde estaba el pulpo; el vapor se había condensado en la tapa, y el ají panca envolvía el resto de los olores como un terciopelo.
- Huele rico, ¿no? –Volteé a coger las manoplas, y Dom puso sus manos en mis hombros, subiendo hasta mi cuello.
- Eres tan sexy. –susurró. Solté las manos de la cacerola, cogiéndole los codos con las manoplas aún calientes. Volteé para besarlo, y no pude resistir morderle un poco el labio.
- ¿Tás con hambre? –susurró, antes de morderme la oreja. Me abrazó, alejándome de la cocina, y se sentó en uno de los bancos, ambos a la misma altura.

- ¿Alguna vez has estado con alguien que ya estaba con otra persona? –preguntó.
- ¿Tú?
- Sí. ¿Tú?
- También.
- ¿Cuándo?
- Antes de que nos volviéramos a ver.
- ¿Casado?
- No, pero tenía enamorada.
- ¿Lo conozco?
- No.
- ¿Y qué pasó?
- Fui a su departamento.
- ¿Tiraron?
- No. Casi todas las paredes tenían un cuadro o pintura que su enamorada le había regalado.
- Ala mierda.
- Sí. Entré a esa casa y me di cuenta que el amor vivía ahí; tuve que esconderme en la sombra de una refrigeradora.
Estiré mi mano, tocando el borde de la mesa.
- Su corazón latía como un tambor de guerra; parecía una arritmia, y se lo dije, pero me dijo que era la emoción de estar conmigo. Me dio asco. Me di asco, y pena también.  

Me saqué una manopla, cogí la mano de Dom y entrecrucé mis dedos con los suyos. Vi cómo mi piel canela contrasta con su palidez invernal y luego lo miré a los ojos.
- El martes siguiente te vi. Justo el domingo mi papá había hecho un comentario que escuché de casualidad: decía que le daba miedo que me quedara sola porque estaba buscando al hombre perfecto.
- ¿Y lo encontraste?
- Parece que sí.

Seguimos besándonos, la cacerola destapada, el silencio de una noche de viernes en Miraflores.
- ¿Cómo fue contigo? –pregunté. – ¿Estaba casada?
- No.
- ¿Tiraron?
- Sí.
- ¿Más de una vez?
- Sí. –rió.
- ¿Valió la pena?
- Lo hice por joda. Ella quería que estuviéramos, pero…
- Tú no.
- No. –me miró, súbitamente serio. –Qué mal, ¿no?
- ¿La engañaste? –pregunté.
- ¿A qué te refieres?
- O sea, le dijiste que ibas a estar con ella, que la querías…
- No, sólo le dije que le tenía ganas y ya. Fue al toque, tres veces. No fue muy bueno tampoco.

Lo abracé, recostando mi cabeza en su hombro. La pequeña sesión chape - confesionario se había sentido sexy en una forma medio prohibida, pero se había terminado.
- ¿Qué piensas? –pregunté.
- Intento no pensar.

Cuando subimos Rex ya estaba durmiendo, echado en su mantita de polar. Dom prendió la tele y se sacó la ropa metódicamente, doblando cada prenda y dejándola en la silla. Se quedó en bóxers y se echó en la cama.

Nos abrazamos, su olor inundando mis sábanas. Sus manos estaban heladas, y cuando me tocó la espalda no pude evitar arquearla.
- Sólo porque te quiero… –dije.
- Es que estás calientita. –dijo, dándome un beso en la sien. Me sacó el sostén con esos dedos de White Walker.
- Mi bisabuela decía “cuatro piernas bien cruzadas abrigan más que veinticuatro frazadas”. –dije, entrecruzando mis piernas con las de él.
- ¿Conociste a tu bisabuela?
- Sí, cuando era chiquita. Pero mi papá era el que me decía eso, sobre su abuela. Era muy dada a los refranes, mi abuela tiene un cuaderno con todos apuntados.
- Yo no conocí a mi bisabuela. Se quedó en Alemania.
- ¿Tu papá la conoció?
- Sí. Iban al mercado, y cuando regresaban probaban toda la salchicha. Wurst. – rió. –Cuando vivía en la casa mi papá y yo íbamos a Wong a comprar los jueves en la noche, queso, vino, chela y Wurst, todos los jueves.
- ¿Y cuando regresaban probaban toda la Wurst?
- Toda. –sonrió.

Hicimos el amor en una forma inesperadamente tierna, familiar. Besé su espalda, acaricié sus muslos, lo hice rendirse ante el poder inconfesable de mi boca mientras él decía que era mío, que podía tatuarlo, ponerle una bandera, lo que quisiera. Me abrazó y me besó mientras me veía mirarlo, absolutamente suya, cada centímetro de mi cuerpo, cada resquicio de mi alma. “Dios”, decía el ateo cuando lo besaba en el cuello; cuando se lo hice notar dijo que no tenía ningún problema con la palabra, porque en esa instancia yo era divina.

Ya era cerca a las doce, yo me estaba quedando dormida, Dom estaba viendo una de las de Fast and the Furious.
- No sé si voy a volver a tener una de esas. –dijo.
- ¿Mh?
Me desperté, volteando a ver la tele. Era una escena en la que todos los personajes almuerzan juntos.
- Probablemente sí. –dije. –No va a ser igual, pero de todas formas nunca nada es igual.

Se quedó callado, mirando la película. Le di un beso y movió sus dedos en mi pelo un par de veces. Apoyé mi cabeza en su pecho, escuchando el latido de su corazón. Era como si todo tuviese sentido; todas las veces que mis historias acabaron, todas las veces que le tuve que decir adiós no solo a quien me dejaba sino a quien yo pude haber sido.

- No quiero dejar de abrazarte nunca. –dijo. –Te amo.
Me gustó como lo dijo, tan factualmente, tan es-algo-obvio, sin buscar una respuesta o con implicancias ulteriores. Toqué la punta de mi nariz con la suya.
- Yo también. –respondí.

- Lo sé. 

martes, 20 de octubre de 2015

Orpheus's Secret (Let me walk with you through Hades)

At Hades gates I held your hand.
It was dark, and the ground shook underneath your feet.
You looked at me, a single glance, and I smiled back.

I took the first step, your hand still tight on my grip.
The walls started to shift, old rocks crackling like broken glass, 
old songs that sung of men turned into sand.
“Why do you smile?” you asked. I lowered my gaze.
“That’s my song they’re singing.” I answered. “That’s Orpheus’s song.”

The voices rose as we walked deeper into them, and as my hand was holding yours I stroked the walls that greeted me back.
“Orpheus’s secret”, the rocks hissed to your ears, the light of flames bursting through their scars.

“You don’t need to be here.” You said. “You’ve already been here, this is not your fight.”
“I want to be here with you.” I replied. I still held your hand, but you grew darker in fear.
“I don’t need you. I’m fine on my own.”
You let go of my hand, and my heart broke.
My tears shone bright in the darkness, bringing light to the path.
“Why?” I looked at you, full of light. “Why won’t you let me love you?”
“Orpheus’s secret”, the rocks hissed again.

Orpheus’s secret is that he lived afterwards. Orpheus's secret is that he now writes even more beautiful songs. Orpheus’s secret is my secret.

You now walk alone and I can’t see your path, because you’re far away. You will fall, you will ache, and you will want to cry. Won’t you let me give you a hand? Wouldn't you let me tend to your wounds? Wipe your tears? 

Let me walk with you.

Let me love you.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Soundtrack 2015 - Q3

Hay momentos en la vida en que lo único que se puede hacer es levantarte y esperar.
Así que hice exactamente eso: me levanté, me bañé, y esperé (con un libro en mano, por supuesto).

Y mira. Este Q3 he sido más feliz de lo que nunca había sido en mi vida.

1) Drive - Incubus
Ha habido una vibra bien 90's desde el inicio del Quarter, y no voy a cuestionarla; disfruto con ella.


2) White Rabbit - Maysa Karaa
Pocas veces me pongo a pensar en mi efecto en la gente, pero esta fue una vez que no pude evitar darme cuenta. Se me ocurrió que suena así, como una canción conocida en un idioma desconocido, una melódica seducción hablando en voz alta de lo que el otro a veces no se atreve a confesarse.


3) Colorblind - Counting Crows


4) Como yo le doy - Pitbull 
La dosis latina necesaria, parte 1, con mención honrosa de mi primo del Clan Romo.


5) Black Sun - Death Cab for Cutie
How can something so fair be so cruel?


6) Tranquila - J Balvin
Dosis reggaetonera parte 2 (he estado particularmente abierta al reggaetón, parece).


7)  Can't find my way home - Blind Faith
Es una de esas canciones que me persigue hasta que les hago caso; la había escuchado muchas veces antes, pero recién ahora fue que se metió en mi corazón.


8) Loose Control - Robyn & La Bagatelle


9) When a fire starts to burn - Disclosure 


10) Waiting for love - Avicii


11) Don't smoke in bed - Nina Simone
Nina. Just Nina, just in time.


12) Desabafo Deixa Eu Dizer - Marcelo D2 & Claudia


13) Lover Man - Billie Holiday 
Billie has it; she just has IT.


14) 
Dulces sueños :)


15) The fish inside me - Zach Condon 


16) Violent clementine - Lady Lamb the beekeeper


17) I wish - Stevie Wonder
Mi mejor amigo me pasó esta canción y me la quedé. Luego me puse a pensar en ello y me pareció un pequeño saludo la legendaria historia de cómo en una época la mayoría de mi música encontraba su lugar en mi ya extinto iPod: "la mayoría de mi música está en mi computadora porque me la bajé para impresionar a alguien y me terminó gustando."


18) Magnets - Disclosure ft. Lorde
Pretty girls don't know the things that I know. 


19) Brother - Matt Corby 


20) Rise - Eddie Vedder
I'm gonna rise up,
find my direction magnetically.


21) Normal - Ximena Sariñana
Uno de las máximas de mis Soundtracks es que no se repitan canciones de Soundtracks anteriores; se permiten permutas, o sea cambiar una canción por otra retrógradamente, pero las repeticiones son evitadas. ¿Por qué? Porque los Soundtracks son la banda sonora de lo que vivo, el ancla al presente que luego se vuelve pasado: repetir canciones es como repetir el tiempo y no querer dejar ir lo que ya se fue.
Sin embargo pueden haber excepciones, y las ha habido alguna vez, cuando han sido necesarias. Esta vez es necesaria otra excepción, y no, no es que no quiera dejar ir lo que ya se fue: es que a veces necesito mirar atrás para darme cuenta cuán lejos he llegado.


22) Shine - Birdy


23) Everything's alright - Jesus Christ Superstar, Andrew Lloyd Webber
Try not to get worried, try not to turn unto problems that upset you now,
don't you know everything's alright, yes, everything's fine. 
And we want to sleep well tonight. let the world turn without you tonight
If we try we'll get by, so forget all about us tonight.  
Sleep and I shall soothe you, calm you and anoint you, mirrhe for your hot forehead. 
Then you'll know everything's alright yes, everything's fine.
And it's cool and the ointment's sweet, for the fire on your head and feet. 
Close your eyes, close your eyes and relax, think of nothing tonight.


24) Last Resort - Papa Roach
Lovely morning, perfect coffee, happy and calmed. Life can be good, really, really good, when i just let it happen. (Yes, 90's again, it's a theme).


25) Hometown - Twenty One Pilots
En el taller del Artista, conversando en presencia de La Máquina, introvertidos y felices. ¡LA MÁQUINA!


26) Boulevard of Broken Dreams - Green Day
Sometimes I wish someone up there will find me. 
Till then, I walk alone.


27) Take it All - Ruelle
With all at stake. 
And so it begins,

domingo, 4 de octubre de 2015

Worth

I reached deep down into my chest with my right hand. My heart was still beating, and I was still angry; no, angry doesn’t quite describe it. Resented, maybe? It wasn’t shame either.

He looked me as I took my heart out of my chest; we were both standing, facing each other. There was no kindness in his eyes, but in them I could see the reflection of mine. I wasn’t asking, nor protesting, I was just staring at the unfairness of the whole deal.

We didn’t need to lay out the terms; we both knew them full well. I still held my heart in my fist, forearm paralleled to my chest, tense shoulders. All I could think was how unfair it seemed to me to pay such a price for a single hope; I suddenly realized I had nothing to lose by saying it, and I had just opened my mouth when he cut the silence with his low baritone.

- C’mon, it’s not your first time.

Anger, real anger lit up in my heart, burning my skin. It didn’t hurt, not at all: in fact it felt good. I looked up, a smirk on my mouth, and I lifted my chin just a little.

- Don’t mock me. –I said, a friendly warning.
- I wasn’t.

I felt the warmth of a smile relaxing my face, my shoulders loosening, my grip less tight. Yes, I was still holding my heart, but it wasn’t like I was about to die or anything.

- You’re right, it’s not my first time. Pain has made me cautious.
- It usually does. And yet here you are.

I smiled again, self-amused. Proud of myself.

- And yet here I am.

My elbow started to drift away from my body, pointing at him, preparing itself to lever my forearm. I looked into his eyes and he looked into mine, a single moment of good will, an indistinguishable nod of approval. My heart described a curve that ended on my fully extended arm, fist still closed.

I opened my hand, palm turned upwards. He looked at it and grinned instantly in realization. I chuckled, brazen.

- I got to keep my ejection fraction. –I said. –I have a lot of swimming to do, still.

He covered my palm with his, nodded, and we exchanged one last look before I went back to swimming and he back to whatever it is that he does.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Rendición, segunda parte

Me arrodillé de nuevo; habían pasado tres semanas desde que la esperanza había vuelto a mi corazón. Estaba dando gracias, y lloraba de miedo. Tenía las manos entrelazadas en la fe más profunda, pidiéndole a un Dios en el que me es difícil creer que por favor me ayudara. Cerré los ojos y escuché en el silencio una canción.

- Lo quiero. -dije. 

El Universo, conmovido, respondió. 

jueves, 17 de septiembre de 2015

El Mar

- ¿Por qué lloras? – preguntó el Mar. Yo estaba echada encima, flotando, y había dejado de llover hacía una semana.
- No estoy llorando. –dije. No sé si era mentira o simplemente no me había dado cuenta.
- Ese no soy yo en tus mejillas. –respondió.

Cerré los ojos con fuerza y me hundí. Quise bucear con fuerza, sumergirme hasta donde no llegara la luz del sol, pero las olas me lo impedían, como jugando. “¿Qué quieres allá abajo?”, me decían, riéndose. “Sólo está el Hades, y ya lo conoces.” Movía mis brazos y mis piernas, intentando darles una fuerza que no tienen. “¡Ya deja de bucear, niña!” me dijo una, y en un solo movimiento me hizo saltar fuera del agua. El Mar me miró, divertido. A mí no me daba risa.

- ¿Por qué quieres hacer algo que sabes que no quieres hacer? –dijo el Mar. Las olas habían empezado a cantar una canción a lo lejos, y a él parecía agradarle.
- ¿De qué hablas?
- Tú no quieres bucear.
- ¿Y tú qué sabes?
- ¿Yo que sé?

El Mar me volteó, arrastrándome en una ola, sin dejarme ir. Tomé aire profundamente e intenté mantener los ojos abiertos, pero en segundos ya no supe dónde era arriba o abajo, dónde estaba el aire y dónde estaba el piso. Tanto tiempo me había enseñado como terminar con la revolcada: me rendí y casi instantáneamente regresé a la superficie.

- ¿Más tranquila? –preguntó.
- Sí. –respondí. Adolorida, también, pero no iba a decirlo.
- Ahora bien, ¿vas a decirme lo que quieres?
- Tú sabes.
- Dilo.
- Me da miedo.
- ¿Por qué?
- Porque… me da miedo… me da miedo que si lo digo no se va a hacer realidad.
- Susúrramelo, entonces.

Lo susurré.

- Cumpliste tu promesa. –le dije. –Cuando me dijiste que iban a haber otros a quienes iba a abrazar.
- Sólo la cumplí porque confiaste en mí. –dijo. Me miró con tierna sorpresa, y un par de lágrimas se asomaron por mis ojos. –Quiero que vuelvas a confiar en mí. Pero esta vez va a ser más difícil.
- Puedo hacerlo.
- Yo sé que puedes. Pero no así como estás: tienes que entrenarte, tienes que ser más fuerte, porque esta vez yo no te voy a llevar flotando. ¿Lo quieres?
- Sí.
- Entonces nada.

Me quedé quieta por un momento.

- ¿Hasta allá? –pregunté.
- ¡Nada!
- ¿Y si me ahogo?
- Nadarás.
- ¿Y si me pierdo?
- Nadarás de vuelta.
- ¡Es muy lejos! ¡Es estúpido, es peligroso, ¿cómo se te ocurre que voy a llegar hasta allá nadando?!
- ¡Nada! ¡Deja de preguntar estupideces y ponte a nadar! ¡NADA!

Lo miré con los ojos más abiertos que nunca, las dudas y los miedos acumulándose detrás de mi garganta pero lo único que hice…

… lo único que pude hacer…

… fue dar esa primera brazada y empezar a nadar.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Thank you for being present (The beautiful Dr. McStuffins)

I met Dr. McStuffins a Tuesday morning, in the middle of the last breath of a saga that might have better never started. He was wearing green cargo shorts, light-frame glasses and a plaid grey shirt with some red stripes on it. He looked a little bit lost, which was exactly how I felt.

Why did I raise my hand and welcomed him in? Why, when he didn’t answer the first time, did I say “Tall guy,  green shorts!"? I don’t know, and it doesn’t matter much. Dr. McStuffins noticed my raised hand and came to meet me.

Dr. McStuffins comes from the west side of a great northern state, and lives even further north, though not neighboring with either maple syrup lovers nor artic bears (he says there are a few coyotes, but they're nowhere near dramatic enough). He had come, like the rest of us, to prove his worth on a test. A test! A whole (tall) being, thinking, sweating, warm-blooded being, forced to prove his worth on a test.

We sat next to each other, and when I occasionally broke off in Spanish he told me he had lived right in the middle of the world for a time, and that hearing me tugged him to that place in his mind. We talked about what means to be a doctor, the honor it grants us, the terrible price we pay for it. What were we going to do that night? A couple of beers and a crunch session on the grass, amidst a dying summer’s humidity.

I was there, fully. I could feel the heat on my skin, I could hear the screech of the crickets, I tasted the light bitterness of the beer, I smelled the night. I saw the person right in front of me, not the idea I might have made of him, and he was beautiful.

Dr. McStuffins bumped his head a while ago, and he is still learning to live with his scars. His pain has taught him what my pain taught me so many years ago: the deepest scars are the ones of the mind; they challenge not only what we believe in, but who we are.

Who are we, really? Day after day we change, and we’re not even the same hour after hour. How can we hold on to past definitions of a dynamic being? How can we keep promises based on ever evolving identities? How can we say “I’ll be with you for the rest of my life” if we don’t even know we’re gonna be the same person?

Why were we being so honest? Dr. McStuffins had shed his armor so gracefully it felt only natural to shed mine. Two human beings, two present minds, two people who chose to share themselves with one another simply because they wanted to. Is there need for another reason?

Dr. McStuffins drank a glass of wine while we fantasized with barbecued boar. We started talking about dancing and what it meant for me, and he told me about all those hours he had spent pursuing the perfection of tae kwon do form.

The night had closed in on us, and we had to get back to our rooms. I was afraid of Dr. McStuffins beauty, so I quickly said goodbye, only to see the disappointment in his eyes. I couldn’t resist it: I didn’t want to.

I thought myself safe enough, sitting on my couch, legs crossed. But Dr. McStuffins reached deep down into my soul, his blue eyes longing. He had seen me, and I had let him do so.

Pretty soon Dr. McStuffins kissed me with an urgency I had not expected; the passion that made his beard scratch my mouth was raw and immediate, his eyes pierced mine intently.

I didn’t think at all. I surrendered myself to the music of his mouth, dancing to the beat of it. My big queen bed was being used as fully as my unholy prayers had asked the day before. God, if you actually do exist, thank you for that one: you truly outdid yourself this time.

Boundaries were sensuously crossed; his hands discovered paths on my body, gaining control of the depth of my breaths. My lips were his for kissing, my nipples for him to bite, my skin for his beard to redden. Wetness between my thighs confirmed his overwhelming victory: I was his for the taking.

Test? What test? Aw, fuck the test. “Fuck” could mean so many things right now, and we mean the test? Yes, we do. We had to go to sleep; we had to rest, we had to give in to a formidable contender, the very reason we were both then and there: the fucking test.

Yet sleeping doesn’t have to be a solitary act; we woke up each other, almost fastidious, unable to let go of each other’s lips, hips, legs, arms and hands. We slept, alright, but only the strictly necessary.

The next day was the test. We spent the morning crunching, studying, going through scenarios over and over again, hoping things would turn out as they did on our heads. Of course they didn’t. Was your differential diagnosis cluster headaches? More like cluster fuck.

Yeah, fuck. We got back to our rooms in the hopes of reclaiming that word for ourselves. And yeah, fuck. We did.

Cocooned between the sheets lay his streamlined body, too beautiful to be understood by any less than staring at it, and yet I kept my eyes shut, kissing him. I decided he was not going to be my bed’s only master; I was going to show him exactly what the word pleasure means.

At first I would say he was pleased, and maybe very excited. I approached my target with wet lips and an open mouth, slowly making my way from his chest to his belly, listening and looking how he gasped and squirmed.

After a first taste from above I went from below, licking his thighs, working my way up with my tongue, kissing and gently sucking while he lost his mind. The surprise on his face was the sexiest thing I have ever seen: he didn't need to talk. I could see it in his eyes, that most delicious of questions: how can this feel so fucking good?

His mouth opened, awkwardly calling my name, unable to breathe. His hands grabbed onto my wrists, “God!”, the atheist whispered. Torture, he called it, almost unbearable, but he didn't want me to stop.

I claimed my credit, and he yielded willfully. Was it over, then? No.

I felt him in my mouth, surrounded by my lips. I heard him struggling to catch his breath, holding onto the sheets. Was it over then? Nope. I did not let him go until he absolutely, fully and irrevocably surrendered to me.

Dr. McStuffins checked out almost immediately. A deep, calm slumber came after the indescribable peak he had reached. It was our last night together, one of only two, and we fell asleep next to each other like the night before.

Goodbyes had to come soon. Dr. McStuffins flight was early in the morning, and he had to pack, but not before lengthily kissing, touching and biting me goodbye. I’ll admit there were a couple of times I also lost my mind, but don’t tell him: he might get cocky.

We kissed one last time and then he left. I came back to the empty bed and drowned in his scent. Would I ever see him again? While I rolled and tried to let his departure sink in a knock on my glass door startled me. Who was it? Dr. McStuffins, of course. He came to kiss me goodbye, again.

I put some clothes on and walked him out. We kissed yet again, and I felt his beard on my cheeks for the last time, his fingers between my own. He went into his car and I waved him goodbye one last, definitive time.

Will I see him again? Why do I care? Dr. McStuffins is just a guy I met for two days, while studying for the test; two days! Eight straight hours on the fucking test, God knows how many more studying, two-days-time is a generous exaggeration. Thursday’s early morning saw me come back to my room, wondering.

Earlier I had told him we would most likely never see each other again. I had panicked, frightened of what his presence may mean to me, impulsively throwing him away, far from where he could be of any danger. But then I had noticed he had bitten a little bit off his nail, where a tiny little wound stood where once flesh did, and I couldn’t help to kiss his finger. Why did I care about a stranger’s fingers? Why did I held his hand? Why did I call him out that first time, tall Dr. McStuffins?

Because I cared. And caring doesn’t need any reason, doesn’t need any time, doesn’t need anything else but the sheer will to do it. I care. I was there, he was there, beautiful Dr. McStuffins and I we were present in time and place, and our lives walked together for those two days. I care, and it means there's a possibility that there may come a day where I'll miss him, and I'll want him, and I might even ache from not being able to see him. Yet I care.



Houston, September 10, 2015

sábado, 29 de agosto de 2015

10 movies I love from the nineties

Nah, no es un post en inglés, pero últimamente he estado viendo películas de cuando era adolescente y quería ser adulta (¡¿en qué demonios estaba pensando?!), y se me ocurrió hacer un recuento.

1) American Pie
In the beginning, there was American Pie. La original, la semilla, el Holy Grail de las películas de adolescentes, esta lista no podría empezar con ninguna otra que esta.


2) The Matrix
¿Cuántas veces me caí al suelo intentando hacer la movida de Neo? Allá por las épocas en las que consideré seriamente volverme un hacker, niña en colegio de monjas y uniforme con falda a la rodilla, esta película era el epítome de la libertad de pensamiento.


3) American Beauty
Disclaimer: yo fui a ver esta película con mis papás, y me sorprendió increíblemente ver cómo los adultos podían cometer tantos errores y ser tan infelices; de alguna manera creo que fue la primera vez que me di cuenta que ser adulto no significaba tener todas las respuestas, ni ser todopoderoso (nótese que tenía 12 años en ese entonces).


4) Fried Green Tomatoes
No la vi en el momento en que salió (tenía 3 años), pero la vi varias veces en los canales de cable años después, así que sí eran los noventa todavía. Ya desde esa época sabía que las dos protagonistas eran bastante más que amigas, y me daba perfectamente igual. La historia era linda.


5) Clueless
As if! La principal culpable de mi profundo cariño por las faldas tableadas, las medias largas y los zapatitos de muñeca, Jane Austen en Beverly Hills con Valley Girl accent? I'm totally in!


6) She's all that
Si mi colegio hubiese sido mixto, este habría sido mi sueño. Espera... este... bueno... ¿digamos que igual era mi sueño? Igual no fui a mi prom, creo que me quedé en mi casa comiendo pizza con el alemán de turno, pero a girl can dream.


7) 10 things I hate about you
Shakespeare went to high-school! Qué bestia cómo me gustaba esta película, y me sigue gustando. Una mujer de protagonista, que no se adhiere a las normas sociales, que se sale con la suya y que es espectacular y abrumadoramente cool (y que ademas baila increíble en una mesa), Kat Strafford fue la primera protagonista mujer que me hizo sentir bien conmigo misma.


8) Dolores Claiborne
Yo sé que probablemente no debería haber visto esta película en su momento, como no debí haber leído Chanchadas de Marie Darrieussecq a los 9 años, pero sometimes being a bitch is all a woman has to hang on to.


9) How to make an American Quilt
¿Dónde vive el amor? En todas partes, parece. Pero se muda a menudo, y requiere trabajo, y es bastante más complejo que dos personas que en un momento se dicen que sí. La sabiduría de mujeres bordando y siendo honestas consigo mismas es una de las cosas más preciosas y más raras que he encontrado en mi vida, y esta película está llena de ella.


10) Fight Club
Mi película favorita de todos los tiempos, a la que sigo regresando a pesar de los años, la que puedo citar casi en su totalidad. In Tyler we trust.


Mención Honrosa:

Titanic
Obviamente. Leonardo diCaprio, mis amiguitas y yo en el cine, mi mamá sentada una fila atrás. La escena de los viejitos abrazándose cuando el mar va llenando lentamente su cabina todavía me hace llorar.

jueves, 30 de julio de 2015

La Moral de los Hombres Pendejos (Sexo: Femenino, parte III)

Es difícil ser mala y mujer. O sea, los hombres malos entran a la historia como tiranos temidos y poderosos, los necesarios villanos en una narrativa que glorifica héroes. Llegar a ser una mujer mala por derecho propio no es sólo raro, sino difícil: primero tenemos que pasar el obstáculo de ser llamadas perras.

Perra, puta y variaciones (qué incendiaria manera de empezar un párrafo) es el longevo y aún vigente bastión sobre el cual las mujeres son insultadas. Despiadada, mentirosa, ladrona o asesina no se acercan siquiera tanto en frecuencia como en potencial de daño. El único otro insulto que más o menos se compara es decir que una mujer es una mala madre; como acotación interesante, “asesina” toma una connotación impresionantemente negativa cuando se adjunta a la palabra “bebé”.

El resultado es simple: lo peor que una mujer puede ser es puta y mala madre, con puntos extra si es que se ha practicado alguna vez un aborto. Ahora volteemos el plato un momento: ¿lo peor que puede ser un hombre es puto, mal padre, cómplice o instigador de un aborto? No, ¿no? Es muy diferente.

La moral de los hombres pendejos suena a un oxímoron, pero un amigo (que ahora está comprometido para casarse) una vez me lo explicó así: si tienes una llave que abre muchos cerrojos, esa llave es excelente, ¿no? Pero si tienes un cerrojo que muchas llaves pueden abrir, no es un buen cerrojo. Es lo mismo con las mujeres: si hay un hombre que puede acostarse con varias, es un maestro; si le damos la vuelta, digamos que la mujer no es llamada maestra.

Realidades sociales, económicas y hasta biológicas existen para excusar este razonamiento, y el momentum social ha cambiado lo suficiente como para permitir que las mujeres puedan comportarse hasta cierto punto como los hombres. Es una victoria parcial, y la celebro (sin ella no podría estar escribiendo esto) pero de ninguna manera me parece que sea razón para dejar de luchar.

¿Qué quiero ganar? Bueno, mi punto es poco ortodoxo y bastante excéntrico, como suele ser. Quiero ganar el derecho a que una persona, mujer u hombre, sean malos en la misma manera. Quiero que lo peor que se pueda decir de una mujer sea que es una mala persona, no que tuvo sexo con muchos hombres; quiero que cuando se diga de un hombre que es un mal padre sea igual de escandaloso y tenga el mismo estigma social que cuando se dice que una mujer es mala madre.

La sexualidad de una mujer no tiene fundamentalmente distinto valor que la de un hombre. Un hombre pendejo no ha ganado más teniendo sexo con muchas mujeres que lo que una mujer pendeja gana teniendo sexo con muchos hombres. No somos cerrojos ni llaves.
Somos personas.



martes, 21 de julio de 2015

Thank you, Jonathan

We've never actually met. I had been thinking about doing this on a special date, when the IRP turned 10 or when the October 2008 playlist (the first one I heard) would, but I wanna write it now. I wanna thank you for all these years, for all these playlists. I wanna thank you because you've crafted a large part of the Soundtrack of my life.

The first time I heard the Indie Rock Playlist I was in med-school. My best friend had downloaded it, and we were hanging out at the faculty; he left for the restroom, I think, and I listened to the songs while scribbling something that turned out to be a poem inspired both by the playlist and my recent trip to Germany. It was new music, music I hadn't heard, music I needed to anchor all these things that had happened.

It frightened me at first. What if I didn't like the new songs? What if I didn't find any song to relate to what I was feeling? At first I was apprehensive, and I kept on being it for a while. But the new music had an allure that kept me coming, outsmarting my fears.

I kept on living, you went away for a while. I went to Germany again and songs from playlists you had recommended gave my trip a different gravitas. While walking down the cobbled streets with my walkman (yes, I had a pink walkman) I knew that years later when I'd hear them again those streets would be in my memories. The epic and the whisper were both there. I realized that I wanted to  record the songs I had heard that year, the songs that sung to me about my life.


Along came another year, and then another. On 2011 I realized that my list of 35 or 37 songs was way too small for the whole year, so I started doing it by quarters. You were there all the time, on my (yet again pink) iPod, in my ears. The playlists gave texture to my bus rides, to the heavy work hours in the hospital, to the nights after my shifts. The songs filled a space nobody else could; they gave me a feeling neither words nor pictures could give.


I went away one more time. I lived alone while the July 2011 playlist stood witness to my late-night cooking, my Harrison reading, my silent longing for a guy that had left me back home. It was that very same playlist that sounded in my ears when I sillily rejoiced him writing again.


But then the year ended, the guy ended, and the work at the hospital got harder. I stopped listening, 
stopped downloading, saying I didn't have time. It wasn't true; it was that the fear was winning again. I was afraid I was never going to be as happy as I had been; I feared I would never fall in love, or even worse, I would never again be fallen in love with. I parted with time and hid myself within the folds of the past.


Two years went by, and I won't say nothing happened, because a lot did, but sometimes it felt as if I was only feeding myself with memories, like chewing a gum that had already lost its flavor. It was the cellos on Aventine by Agnes Obel on the October 2013 playlist that brought me back. I was hearing them on July 2014, but it is never late to remind yourself who you are.

Exhuberance followed; it was as if the playlists had never lost hope of me coming back, like a prodigal son. I know that it's not about me, I'm not that egocentric, but you know how it feels like a song or a book is particularly talking to you? That's how I felt with the June 2014 playlist. Hope was being born again.


I admit I haven't listened to every playlist; I hereby confess I don't like every song. Many songs on my Soundtracks don't come out of your playlists (I think that would be even creepier than me writing this right now). Yet just the fact of knowing a new playlist is gonna come out keeps me on hoping. Yes, time has passed; yes, I might not be as happy. But hell, I might even be happier than I have ever been, who knows?

Your playlists have become the anchor upon which I can remember my life; they have come to represent a transcendence I could have not foreseen that October afternoon almost seven years ago. I want to thank you for this. I want to thank you for unknowingly helping me to let go of the past and not be afraid of the future. Thank you, Jonathan, for keeping up with these playlists.

Thank you very very much for helping me build the Soundtrack of my life.