miércoles, 8 de diciembre de 2010

Esas cosas que no dices

Hay un montón de cosas que se callan. Verdades, mentiras, heridas, sonrisas. Las miradas que dicen mucho más que los besos, los silencios que hieren más que puñetazos. El silencio, ese vacío a veces elegante y frecuentemente temido, tiene el poder de espacir el pánico aún en el más tranquilo de los escenarios. A veces ni los gritos asustan tanto.

Esas cosas que no dices no sólo no se las dices al otro, sino muchas veces ni te las quieres decir a ti. Esas cosas que te dan vergüenza y por las cuales te sientes ridícula, pequeña, prejuiciosa y poco digna. El silencio es a veces un aliado para no aceptar las palabras que tememos hasta pensar. Ese "te amo" que sabes que no es correspondido. Ese "te odio" que tienes miedo de enfrentar.

Son omisiones que se convierten en mentiras, o lenguas quietas que otorgan la autoridad a las que llevan la verdad. Cuando te aconsejan callar nunca te dicen que las palabras que debían salir y quedaron dentro duelen y se pudren como gangrena, como crímenes nunca confesos que torturan día y noche hasta recibir un liberador castigo. Salen, como cadáveres flotando hacia una superficie que prefirió esconderlos.

Los secretos que son evidencia de cosas que no debieron pasar. Los pecados de los que sabes que no te arrepientes. Los sueños que no deberías soñar, los deseos oscuros, húmedos, sádicos y lujuriosos, esos gritos que hablan de una sed que clama por ser satisfecha. Y la soledad, la única que conoce todas esas cosas que no dices. La única que escucha todo lo que no se habla, y la que tortura rumiando lo que debiste decir y callaste. Hay tanto de terrible como de maravilloso en la incertidumbre del "qué hubiera sido".

Sin embargo el "qué hubiera sido" no es. Y esas cosas que no dices se quedan sin decir hasta que un día te das cuenta que aunque no la vieras, la verdad siempre estuvo mirándote.

lunes, 22 de noviembre de 2010

El elefante rosado en la sala


Hay algo acerca de este mes que me vuelve loca (casi-literalmente). Creo que es un efecto de primavera tardío; de repente es la luz del sol o que el año está a punto de acabar pero todavía queda un poquito. La verdad no sé, la cosa es que es Noviembre y, bueno... parece Noviembre.

El primer síntoma es la urgencia de escribir. Escribo y escribo y escribo y no quiero parar. Hay tantas cosas que quiero decir pero no tengo destinatario. Todas las personas que me rodean están plenamente enteradas de mi status actual así que busco a conocidos lejanos para comentarles mi vida, lo quieran o no. Felizmente este año opté por publicar posts; no tengo ningún mail inapropiado de qué avergorzarme todavía; todavía no puedo perdonarme esa biblia muy bien redactada y muy mal enviada a un ex-amigo que ya tenía suficientes razones para considerar adecuado el no tener tanto contacto conmigo.

Después de satisfacer esa urgencia primaria literaria lo que viene es un desasosiego aburrido, antipático, insatisfecho. No sé qué hacer, no sé qué quiero, más o menos lo intuyo pero rendirme a las tentaciones se siente mucho más autodestructivo que el lidiar con ellas, tomar aire, botarlo lentamente, sentirme mal en una manera tranquila y conocida. La tentación de entregarme a los brazos de alguien (de preferencia un ex) y perderme en mi propia sopa de sentimientos y pensamientos, endosarle por lo menos la mitad de la responsabilidad mía a otro... suena magnífica, la verdad. Pero no puedo hacerlo; el autosabotaje no me da para tanto. Lo soporto entonces, consciente que dentro de poco va a pasar algo que le va a poner nombre a todo lo anterior y, generalmente de una manera muy poco discreta, va a revelar el elefante rosado que ha ido creciendo en la sala.

Ya lo hizo. Y como siempre me torturo bastante con el convencimiento de que, si yo realmente lo hubiera querido, nada habría pasado. Pero igual ya pasó y creo que estoy más tranquila. Si bien sé que estaba en perfecta capacidad de decir "no", no lo hice. A veces rendirse es la única forma de ganar.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Rabo de Nube

Si me dijeran, pide un deseo
preferiría un rabo de nube.
Un torbellino en el suelo
y una gran ira que sube
un barredor de tristezas
un aguacero en venganza
que cuando escampe, parezca nuestra esperanza.




Yo sé que el pasado ya pasó y que aunque algún físico cuántico encuentre la fórmula esos momentos nunca van a regresar. Porque pasan cosas y nacen personas y mueren otras. Porque las calles donde un par de enamorados se besaron se convierten en avenidas y veces en callejones. Que a veces un "te quiero" dicho con los ojos no es lo mismo que un "te quiero" de verdad. Y pasan los años y las madrugadas y el café con azúcar y la sopa con demasiada sal.

Y los unicornios se pierden y los rabos de nube se convierten en lluvia. Las gotas de rocío se evaporan con el sol de una mañana que nunca puede ser tan dulce como el alba que la concibió.

Pero siguen ahí muy dentro, las noches en la sala con Whitney Houston sonando en el equipo. La lámpara de madera con pantalla de yute, las almohaditas que huelen a grasita y a duty free. El amor infinito de tres, los tres en la cama comiendo pizza de Aurelia con mostaza, seguros que en todo el mundo no existe un lugar mejor.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Dietadeunagordita Reloaded

Extraño la dietadeunagordita. Y, esta vez (en vez de quejarme) voy a empezarla de nuevo, de una forma mucho más saludable (y si se puede, divertida). Después del frenesí catártico de inicios de semana volví a encontrarme con esa innegable verdad que los Arctic Monkeys sentencian: "the day after a triumph is as hollow as the day after a tragedy"

(Como nunca sobra una canción excelente, aquí está:)


Mi papá siempre dice, "En todo, la actitud es todo". Y aunque hace tiempo que acepté que tiene razón (porque la tiene), nunca lo he puesto en práctica. Culpo a la rebeldía adolescente de la que desafortunadamente no adolesco, al frío húmedo del invierno en el Malecón y al color panza de burro de Lima. Ah, también al dolor de depilarme las piernas.

Pero ahora que está saliendo sol, que puedo broncearme con ganas (en horas no dermatológicamente adecuadas), ahora que hace calorcito y el cielo es celeste y la tortura de deshacerme de vellitos que pueblan mis piernas ya pasó, la cuestión actitudinal suena mucho más asequible para mi renovado idealismo de primavera tardía. Ser cínica en verano es muy difícil, la verdad. Y quejarse de la estética reinante es abrumadoramente fútil enfrentándome con la verdad del bikini y el espejo.

Declaro así iniciada mi dietadeunagordita versión 2.0. Intentaré controlar mi compulsión literaria (que ha sufrido una explosión comparable a la explosión cámbrica) a... bueno, intentaré controlarla, no prometo nada.

¿Saben lo que me más me gusta de esto? Hacía tiempo que no respiraba bien, sin disneas. Voy a hacer esto porque quiero, no porque debo. Ayer otro granito explotó (sin corte de pelo de por medio).

Ahorita no extraño ser feliz. Lo soy.

martes, 2 de noviembre de 2010

Fue una noche de enero



Ich habe dich nicht gebeten zu bleiben, doch du bist geblieben.

Yo lo sabía. Hacía tiempo.

Era extraño sentir que la pelota rebotaba a la misma altura que la mía; saber que leer lo que yo decía era igual de importante para él como para mí era leer lo que él escribía. Yo sabía que no era normal eso que sentía, eso que quería. Era deliciosamente sospechoso, como la promesa hecha sonrisa del galán que me ignoraba.

Peligroso, como la marcha de un borracho cruzando la avenida.

Era dolorosamente honesto, genial, inapropiado. Sí, él estaba herido, sí, estaba quiñado, manido, maltratado, sí, yo sabía todo eso. Lo quería así, así lo adoraba. Era entusiasta por la vida. Quería salvar al mundo como Superman; no tenía ni la menor idea de cómo hacerlo, pero para eso estaba yo. Para abrazarlo cuando se cayera, para ser cómplice de sus crímenes, para ayudarlo a arreglar su casa. Yo iba a estar ahí para cocinarle, abrirle la cerveza, putearlo de vez en cuando. Yo iba a estar ahí cuando nadie más quisiese verlo; yo iba a estar ahí consolándolo cuando no mereciese consuelo.

El sabía que yo buscaba alguien para volar. Sabía que para mí la vida no tenía mucho sentido estando sola, aún cuando ese estar sola fuera más un esfuerzo humano que un castigo divino. Él supo que, en cierta manera, yo creé todo. Que yo fui la arquitecta del sueño. Igual le gustaba pensar que era el destino lo que nos había unido. Yo planeaba pararme al costado de las vías del tren con una pashmina amarilla.

Era amor, no era enamoramiento amanerado ni soledad de bolsillo. Era amor con sus cuatro letras, rebeldía negándose a hablar bonito, desafiante, achorada, impertinente, maleducada. Era el amor lo que me daba sentido, el oxígeno que me hacía respirar, que me mantenía viva. Porque yo estaba viva, onerosa y exhuberantemente viva.

Yo sabía que nuestro dolor no era el mismo. Él ha caminado infiernos que yo sólo he sobrevolado. Así lo amaba. Tal vez así todavía lo amo. Mis amigos lo detestan... mis padres aún más. Todos tienen razón. Pero no es por lo que ellos creen, no... no es porque él me vaya a dar más problemas. Es porque prometió, confesó y declaró. Es porque al final, me dejó.

Que tenía que aprender a volar sola, sí, tiene razón. Que nunca nunca nunca iba a volver a enamorarse de mí, mentira. Remember Avatar? I see you. Que yo había sido la palanca que lo había sacado del pozo, me alegro. Igual no cambia nada. Lo único que afirma es que no tiene palabra, ni derecho, ni perdón. Aunque me duela y me desgarre y me arrepienta.

La respuesta era D, Pon Pon. Tú no la marcaste, esa es otra cosa.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Fue una noche de Junio

Fue una noche de Junio, en el malecón, en la realidad, con miedo más que nada a la soledad. Habíamos estado conversando muy bien, mucho rato, y yo ya tenía bastante claro cuál era el siguiente paso que iba a dar. Tenía que ser rápido, efectivo, brutal. Empezó esa noche, mis alas de mentira a punto de ser construidas, Ícaro listo y preparado para volar.

Nos besamos largamente, con una pasión que hacía años no sentía y hasta había temido no volver a visitar. Tenía que plantar mi semilla profundamente, convencerlo a él, convencerme a mí misma. Pon Pon no iba a ser más el dueño de mis sonrisas, no tenía derecho a mis ilusiones, ni me iba a dejar cayendo en el abismo sin posibilidades de volar. Me gustaba gustarle a Ícaro, me gustaba besarlo, me gustaba abrazarlo y olvidar. Dos semanas después él era mi enamorado y yo estaba triste pero segura en la panza de un avión que me iba a regresar al Bosque una vez más.

No regresaba a Rivendel sino a Lorien, a hacer cardio, a estudiar Medicina, a vivir mi verdad. Conocí a otros estudiantes, me gustó uno, extrañé a Ícaro y a mi malecón, paseé, lloré, sentí, caminé. Estaba sola, muy sola, pero sabía que al otro lado del mundo tenía a alguien con quien volar. Alguien mío, alguien que me quería y que yo quería también. Regresé a Rivendel y recogí mi corazón, corriendo en la noche con mi Elfo, en silencio, con frío y estrellas en el cielo del bosque. Paseamos por Lorien, despidiéndonos de cerca y de lejos, perdiéndonos, encontrándonos, riéndonos. Mi Elfo con Lentes y yo fuimos felices, todo lo felices que dos niños hechos adultos (enamorados hechos amigos) pueden ser.

Regresé al malecón con la miel de los recuerdos todavía en los labios y le di un abrazo a Ícaro con todo un mes acumulado de cariño. Lorien se había acabado y yo tenía un amor en mi malecón. Todo parecía mejor.

Fui feliz, muy feliz. Me gustaba cómo olía, cómo besaba, cómo sentía, cómo dormía. Me gustaba encerrarnos en su carro en la universidad, encerrarnos en mi cuarto, encerrarnos en nosotros dos, secretos, deseados, coquetos, adorados. Pero duró poco. Nos fuimos al carajo metódica y sistemáticamente entre silencios cada vez más fríos y largos. Me costó bastante aceptar que aunque fue mi enamorado yo realmente nunca lo conocí bien. No quise conocerlo, tampoco. Fue mi culpa, su culpa, fue mi gran culpa.

Cuando terminó sentí dolor, dolor que hacía tiempo no sentía, dolor que había decidido no volver a sentir. Dejó un hueco bien grande y visible, casi como una pesadilla, como una verdad que prefería tratar como una mentira. No sólo era él, lo sabía. Era otro dolor también. El dolor que yo había intentado tapar con su presencia. Lo sentía, lo vivía.

Pon Pon estaba cerca. El ICQ estaba prendido. Fue cuestión de tiempo, corto tiempo. Nuestra historia estaba lejos de acabar, lejos de estar terminada. Yo quería y sabía que podía volver a empezar.

Fue una noche de Julio

Fue una noche de Julio en Rivendel, un Lunes la verdad. Estaba con mi elfo, de camino al cumpleaños de una elfa de la que sólo había escuchado hablar, nerviosísima por ser el primer día en dos años y medio que había visto mi Elfo con Lentes. Ya me había dado cuenta, pero todavía no quería ver. Maxim Gurki, se llamaba esa elfa. La llegué a conocer muy bien.

Era verano, muy frío, muy verde y con muchas estrellas. El Bosque sonaba a cuentos y los elfos conversaban en Quenya. Había un elfo alto, muy alto y muy guapo, casi como una escultura del renacimiento; se parecía al David de Miguel Ángel, y cuando fui a Florencia decidí que era él. Fue muy bueno conmigo, muy amable, demasiado. Detestaba cómo su trato contrastaba con la frialdad polar de mi Elfo.


Las cosas fueron de mal en peor, por mi culpa, por su culpa, por la gran culpa de los dos. En un momento me preguntó qué quería y yo le dije que nada, a lo que me respondió que le parecía muy bien porque nada me podía dar. Decidí que David iba a ser mi premio consuelo y nos dimos un perfectísimo beso detrás del estrado de un fest, en una banquita donde me sentí feliz, tranquila, una igual. No duró más que un par de horas, pero me dejó un dolor mucho más manejable que el horroroso dolor que era estar en el otro lado del mundo a sabiendas que la razón por la que había ido no me quería ver más.

Maxim Gurki apareció con su risa y su pelo y sus muchas ganas de hablar. Me hizo sonreír, bailar y una vez hasta me hizo gritar. La pasé bien con ella y gracias a ella. Igual dolía, pero... se podía aguantar.

Mi Elfo con Lentes y yo nos fuimos a Florencia, lo cual la terminó de cagar. Lloré por unas cuatro cuadras, con tacos y ampollas y silencio y soledad. Y justo después nos amistamos. El último día, perfectísimo día, caminamos como escondiéndonos de un futuro y un pasado que no queríamos ni debíamos recordar. Regresamos en el tren, algunas cosas solucionadas, otras todavía por curar.


Después del regreso el Altote vino a visitarnos a Rivendel. Fue muy bonito al comienzo... no tan bonito después. Cada segundo que estaba me hacía más evidente que yo no era de ni vivía en el Bosque. El Altote me gustaba todavía, y aunque no tenía oportunidad la cagué (otra vez). A veces me alegro, a veces me apeno. La verdad, no sé.

Mi último día en Rivendel fui a la fiesta de un elfo que no conocía y en la que no iba a estar ninguno de los otros elfos con los que había hablado. Me aburrí bastante, pero al final en la puerta de la casa me puse a conversar con un elfo medio borracho de polo rojo. No era más bonito ni más alto, pero era diferente a los otros. Le conté una verdad y me contestó otra verdad también.

Regresamos en el carro de mi Elfo con Lentes y no sé por qué toqué el hombro del Elfo de Polo Rojo. Me cogió la mano y entrelazó sus dedos con los míos, y yo besé su dorso y toqué su polo con ganas de llorar. Quería besarlo pero no podía. Tenía que dejar Middle Earth en pocas horas y sólo nos despedimos con un abrazo que me convenció que de todos los elfos que había besado, era justo ése que no besé de quien debería haberme enamorado.


Cuando regresé busqué por todas partes en mi maleta y en mi cuerpo pero no encontré mi corazón. Lo había dejado en el Bosque pero no sabía cuándo, ni dónde, ni con quién. Pensé que se había quedado detrás de un escenario con David, o en un museo de Florencia con mi Elfo. Recién en febrero me di cuenta de que lo había dejado en la mano del Elfo de Polo Rojo, mi Pon Pon. Hablábamos por ICQ casi todos los días y era dueño de casi todas las sonrisas que sonreía yo.

Lo enamoré porque estaba enamorada de él, y por un tiempo él cedió y se enamoró de mí también. Compré los pasajes y saqué la visa al Bosque con planes de canciones, jabones y paseos por Rivendel. Pero un mes antes del viaje estaba frente a la computadora, tirándome una clase que sí venía en el examen, llorando sin el más mínimo pudor.

No quería regresar al Bosque, donde había estado casi un año atrás. Mi Elfo con Lentes ya no me quería y el improbabilísimo contrario se había probado realidad. Siete años habían terminado en tres. David se había marchitado sin vuelta atrás y Pon Pon, mi Pon Pon adorado, mi amor herido me había dejado de hablar. Necesitaba ser feliz, no podía soportar la soledad. Necesitaba volar con las alas de las que me había hablado Pon Pon, en ese salto suicida que era amarse y cogerse de las manos para volar.

Sin embargo yo sabía que podía convertirme en Dédalo y construirme alas de mentira, y hasta conseguir a un Ícaro con quien volar.

Billie Holiday

Southern trees bear a strange fruit,
blood on leaves, and blood at the roots,
black bodies swinging in the southern breeze,
strange fruit hanging from the poplar trees.




"Strange fruit", de Billie Holiday, fue nombrada en 1999 por la revista Times como la canción del siglo. Su letra, el poema de un profesor judío censurando los linchamientos de afroamericanos en la campiña sureña de Estados Unidos, describe gráficamente los cadáveres colgados en los álamos, meciéndose con la brisa. Escena pastoral del galante sur.

La voz de Lady Day no es bonita ni melodiosa cuando canta esta canción. Hiere, como verdades rehusándose a ser ignoradas, como las lágrimas y los gritos de una víctima suplicando piedad. Es esta desesperante belleza la que me cautivó; la brutal honestidad de un dolor que sólo de escucharlo me pone la piel de gallina. La amarga cosecha de una sociedad para la cual la violencia tenía diferentes significados dependiendo del color de piel con el que estaba manchada

Es su misma naturaleza la que hace que esta canción trascienda las barreras de la estética y se convierta en arte. Es lo que comunica, lo que dice y lo que deja de decir, lo que defiende y describe, es esa voz incisiva que acerca la mirada a una escena que sabemos que no queremos atestiguar. Que, sin cubiertas ni mentiras, muestra la verdad así como es. Muy alejada de esa versión edulcorada y descafeinada que muchas veces terminamos por comprar.

domingo, 31 de octubre de 2010

De granitos y crisis existenciales

Me corté el pelo.

Me corté el pelo varias veces, en realidad. Primero el corte en esa peluquería cara, luego el corte con la tijera de mi mamá en mi baño, después el corte en la peluquería barata con mi amiga y por último, el corte de gracia, ayer por la tarde. Ha sido una larga travesía desde el anodino pelo largo hasta el controversial pelo corto. Me siento bien de haber llegado a la meta.

El miércoles tuve una crisis existencial, del tipo de crisis que llevan largo tiempo cocinándose. En virtud de mi reciente (y horrorosa) rotación en dermatología, diré que mi crisis había seguido una evolución parecida a la de un granito.

¿Un granito? Sí, me explico.

La fisiopatología del acné (o como me gusta llamarlo, "vida, pasión y muerte de un granito") empieza con el bloqueo del conducto pilosebáceo. Este es un conducto pilosebáceo normal.

Está la epidermis (la rosadita), la dermis (melón), el pelo, las glándulas sebáceas (amarillas). Todo bien, todo normal, nadie le ha hecho daño, no le ha pasado nada. Hace (varios) años yo era así.

Pero no sería una historia interesante si el protagonista no sufriera.

El acné, como la mayoría de los problemas de las personas, tiene más de una condición a la que culpar. Pero inicia con algo. En mi caso, fue un accidente. En el caso del conducto pilosebáceo, es el crecimiento de la epidermis debido a que algunas hormonas decidieron salir a pasear.

¿Ven la diferencia? Sutil, ¿no? Nada muy grosero, nada brutal. Simplemente un tapón que podría ser fácilmente removido.

Pero olvidamos que las glándulas sebáceas no obedecen a tapones ni a buenas intenciones. El inconsciente tampoco.

Es así como mi crisis fue evolucionando. Lentamente, casi inadvertida, opacada por el ruido de los otros aspectos de mi vida, creciendo y llenando espacio con dolor, rencor y sed de una justicia que evidentemente nunca iba a llegar. Y fue creciendo, como el grano recién tapado, fue creciendo y llenándose de cosas que no estaban concebidas para quedarse dentro por mucho tiempo.

Se inflama. Y duele. Ese es el momento cuando nos damos cuenta que está ahí, que existe y que ha alcanzado un tamaño suficiente para que le prestemos atención. Duele a cada momento que lo tocas, aún cuando es por casualidad.

Podríamos dejarlo ahí, que viva solo y que evolucione lentamente a su final. Pero duele. Y se ve feo. Sabemos que no debemos tocarlo, que debemos seguir un tratamiento, que debemos dejarlo ser, olvidarlo, ignorarlo. Pero es imposible. Queremos verlo salir, queremos verlo derrotado y expulsado de nuestro territorio. Buscamos obsesivamente esa cabecita blanca o negra que nos diga que ya está. Que es vulnerable.

Pero no llega. Y aplastamos y aplastamos y gritamos y lloramos, pero la cabecita blanca pocas veces llega. Lo que queda es esto.

Que duele aún más.

La cosa se salió de control cuando se llega a este punto, porque de todas formas sabemos que cuando se solucione va a quedar una cicatriz. Un hueco vacío en el lugar donde se había acumulado todo lo que no queríamos tener. ¿No se puede regresar al inicio sin esta consecuencia final?

No. Siempre queda así.

Felizmente en la vida las crisis no tienen cicatrices visibles. A menos, claro, que se tome en cuenta mi pelo.

martes, 26 de octubre de 2010

Maxim Gurki

Maxim Gurki is probably the coolest elf i found in the Forest back in 2008. I was lonely, sad and in extreme need to be cared after. Unknowingly she stepped up to the probably not so pleasant job and took me under her indie wing.

It was her who taught me how to breathe new air when all i wanted was to cry. She didn't know, but back then i was living what i felt like the worst time in my life. I was alone, unprepared and irrevocably away from home. And i didn't even speak Quenya well enough to communicate with the Rivendel world. It didn't mean anything to her. She was great, she was there, and even though i never asked her to stay she stayed.

She has been there every time i've needed her. She's been there, on the other side of the laptop, on the other side of the world, on the other side of the phone. She's been there when i needed to remember, she's been there when i needed to forget. Little by little, bit by bit, she has turned into this extremely important, extremely dear part of me.

Maxim was the reason why i shouted "Freiheit" in the Stuttgart Schlossplatzt; Maxim is one of the reasons i decided to return to the Forest in the first place. She was the one who told me about my favorite flower, Vielleicht. So delicate that even thinking about it could cause it to break. "Let it flow", she said. I'm so fortunate that after two years the flow we followed led us together again.

Apología de la flojera

Una de las cosas que más se aprecian de una persona es su capacidad de desempeñarse con entusiasmo en las tareas que le encomiendan. Sean estas desafiantes intelectualmente o emocionalmente denigrantes, esta cualidad es siempre bienvenida, elogiada y, muchas veces, esperada.

Es fácil al inicio. Por ejemplo, al comienzo no me importaba salir de la cama quince minutos antes para poder maquillarme (bueno, la modesta versión que tengo de maquillarme) antes de ir a la universidad. O escoger mi ropa, por ejemplo, cosas que combinen... de repente hasta hacer unos abdominales la noche anterior. Quería dar una buena imagen, acorde con la buena imagen que tengo de mi identidad interior. Me sentía poderosa, femenina, adulta. Iba en el micro con la dignidad intacta, la autoestima elevada.

Luego me chocaba con la mole de concreto que es la realidad: las mujeres que me rodean son infinitamente más femeninas que yo y mi gran proeza de ponerme máscara de pestañas y desenredarme el pelo cae mucho más cerca del "mínimo indispensable" que del "excede expectativas". ¿Ropa combinada? Frecuentemente discutible. ¿A la moda? Sencillamente irrisorio.

Mi dignidad de micro se había topado con una cultura hasta entonces desconocida: la cultura de la belleza. Lo peor es que me ha quedado muy en claro a lo largo de cinco años que la cultura de la belleza de mi universidad palidece mortalmente al ser comparada con la cultura de belleza de otras universidades. Hay toda una dimensión de la feminidad que conozco pero me rehúso aceptar como mía. Yo soy una mujer, pero no soy así.

¿Así cómo?

Así como que no me preocupa si mi pelo está ordenado o no. Como que no me parece mal ir a una fiesta en polón y zapatillas. O que no le veo el punto a arreglarme para ser vista por un grupo de personas cuyos máximos exponentes masculinos son mis amigos (con los cuales la mínima esperanza de tener una relación está un poquito más allá de la siguiente galaxia). Que cuando salgo (en las pocas ocasiones que salgo), mi motivo de arreglo personal es única y exclusivamente el no sentirme abrumadoramente opacada (y a veces ridiculizada) cuando me enfrento ante el batallón de estrategias embellecedoras de las otras, más cultas, exponentes de mi género.

¿Por qué no tomo cartas en el asunto y convierto mi cuerpo en un digno paradigma de la cultura femenina? ¿Por qué no le hago caso al peluquero (estilista?) que me cortó el pelo la última vez y me hago esa iluminación dos tonos más clara? ¿Por qué no renuncio a dar improductivas vueltas en la cama y me doy en trabajo de hacer algo estético por mi cara recién despertada?

Por que me da flojera.

Me da flojera. Y es un círculo vicioso, lo sé. Me da flojera arreglarme, me siento intimidada frente a mujeres arregladas, evito encontrarme con mujeres arregladas (que generalmente acompañan a hombres arreglados), dejo de salir, me da más flojera, y cuando intento encontrarle una razón a arreglarme, la única razón que me parece aceptable es intentar encontrar una pareja. Cosa que no quiero. O bueno, cosa que digo que no quiero cuando afirmo mi compromiso con la soltería.

¿De verdad estoy comprometida con la soltería? ¿Estoy al tanto de lo que escribo en este blog? ¿Qué parte de "estoysolaquierounenamorado" no entendí?

La parte que implica el continuo salirelfinparaconoceraalguien (que jamás conozco) para conquistarloyforzarmeunarelacionquenoquiero. Y he ahí el quid de mi dilema. La premisa es: si sé, si tengo por seguro basándome en evidencias pasadas, que
1) Salir pocas veces me divierte (y generalmente me molesta, habiendo sacrificado tiempo, ego y plata)
2) No voy a tener enamorado
3) Yo me siento bien con mi cara lavada y mis rollitos de más
¿para qué diablos voy a quitarme sueño, plata, y horas que podría dedicar a hacer otras cosas que me gustan?

¿Por ejemplo?

Escuchar música en la oscuridad y leer.

Suena ridículo.

Sí, es cierto. Y he de confesar que, en este video, la admiro



pero...

... me da flojera.

viernes, 22 de octubre de 2010

Disnea (hambre de oxígeno)

Extraño ser feliz.

Hay una muy tangible diferencia entre no estar triste y ser feliz. Entre no querer seguir sola y estar enamorada. Entre decir "te quiero" y sentir "te amo".

Es algo muy pequeño y muy sagrado ese sentimiento de amar y saberse amado. El cómo lo demás se vuelve ajeno, lejano, innecesario. Como si le hubieran bajado el volumen a una película aburrida. Como si nada más fuera importante. Porque nada más lo es. Porque no tengo pesar en admitir que el otro se convierte en mi oxígeno. Aunque sepa que está mal y que debería valerme por mí misma no puedo negarlo. No quiero negarlo. No quiero asfixiarme en un mundo en el que no tenga el derecho de respirarlo.

Igual me ahogo tranquilamente. Aprendí hace tiempo que soy como esa garrapata de la que hablaba Patrick Süskind, abrazada a una hoja de césped alto, esperando días, meses, tal vez hasta años que alguien pasara y le diera la sangre necesaria para vivir. Y mientras tanto economizaba hasta la última molécula, paciente, desesperada pero consciente que no tenía otra solución. Preparándose exquisitamente para ese momento cuando se dejase caer. Soñando con ese día en que saciase su hambre.

Tengo hambre de amor. Tengo hambre de promesas que me alegran el presente con un futuro aún mejor. Me alimento de recuerdos antiguos que mastico como chicles que ya han perdido el sabor. Y me duelen los brazos de estar encaramada a mi hoja de césped, me duelen las piernas de estar parada en la mitad de mi desierto, cerrando los ojos, imaginando un mañana diferente, una lluvia, una presa, una canción. Hambrienta de respirar el oxígeno que hace la diferencia entre la alegría y la resignación.

miércoles, 20 de octubre de 2010

De Dogmas y... demás?

Mi mejor amigo se acaba de escandalizar porque estoy despierta a esta hora y, para colmo de lo inaudito, escribí un corriente "jajaja" en el msn. Dice que he trasgredido un par de dogmas que daba por sentado: 1) Gabriela se acuesta a las 10 y 2) Gabriela no escribe "jajaja" en msn.

Bueno, Gabriela no sale a caminar en el malecón a las nueve de la noche. Y se suponía que no le aguantaba pulgas a nadie (especialmente al enamorado cojudón). Gabriela no se pone piercings ni se pinta el pelo, y aún cuando me he sentido tentada a hacerlo varias veces, el seguir los principios es más asunto de actuar acorde a ellos que de no cuestionarlos.

La verdad, la verdad no es ni estática ni precisa. De verdad, decir la verdad es bien difícil. ¿Quién soy? Yo. ¿Podría dar una respuesta más específica? Sí. ¿Quiero darla? No. Gracias. Next.

Justo hoy estaba leyendo uno de mis libros favoritos y mi camote actual, Middlemarch. Obra clásica de la literatura inglesa del siglo XIX (diecinueve, 1800 algo), habla sobre lo que me encanta leer: gente. Las historias de la gente, la inocencia, la malicia, la gloria y la miseria. El mundano aburrimiento del día a día. La extenuante eternidad del tiempo que no quiere pasar. El amor, por supuesto. El matrimonio, la mentira, la testarudez y su querida compañera la estupidez. La belleza y el efecto que ésta tiene en nosotros.

(Sí, me gusta explayarme en este tipo de oraciones compuestas sólo por frases descriptivas.)

Hay una parte del libro en la que describen la conversación de mi par favorito de personajes como la de dos niños muy amigos haciéndose confidencias sobre pájaros. ¿Cuán perfectamente tierno puede ser eso? ¿Cuán puro, cuán verdadero? Confieso que me gustan los gorriones. Y que me dan frío sus patitas.

Probablemente siempre me gusten los gorriones. Este hecho es una parte muy concreta y específica de mi identidad que no tiene muchas posibilidades de cambiar, a menos que un gorrión me ataque salvajemente y cambie por completo mi perspectiva sobre los de su especie. Pero hay cosas que sí cambian, por razones que a veces no tienen tanto sentido. Hay cosas que en realidad nunca tuvieron una verdadera razón de ser.

domingo, 17 de octubre de 2010

It's early morning, no one is awake

Hay una canción de Björk que se llama Hyperballad, recientemente interpretada por la grandiosa Robyn en el Polar Music Prize de este año.



Adoro esta canción.

Es más, he estado mirando este espacio vacío por un par de minutos sin saber qué escribir que le haga justicia. Yo creo que hay cosas que son demasiado bonitas como para que su descripción sea apropiada, a menos que sea una maestra en el arte.

Justo hace poco tuve un pequeño problema con el asunto. Estaba indecisa entre poner el "like" a la foto de un amigo, precisamente porque lo mucho que me gustaba. Si bien no tengo una religión definida (ni una fe, poniéndonos a ello), el concepto de sagrado no me es ajeno, para nada. Hay cosas, momentos, lugares sagrados, y en su calidad deben ser respetados. Mi cama, por ejemplo. Esos cuatro días en Regensburg. Los croissants, el queso mozarella y los tomates de desayuno.

Mi puca blanca de cuando tenía dieciséis. La ratita de peluche. El amaretto. Ese castillo en ruinas de Zavelstein, el manantial de Riedenburg, el canal, la playa de Weltenburg, el bosque de Ottenbronn. El malecón de Miraflores, el jirón Álvarez Thomas, la calle Dinamarca, la calle Buenos Aires, la barrera psicológica uno y la barrera psicológica dos. La Aurora en la noche. Porta en el día.

Esa noche cuando agarramos a dedados los restos de las salsas de chocolate del postre que acabábamos de comer. Esa mañana cuando abracé con todo el cariño acumulado de un mes a mi enamorado. El concierto de The Killers en Read my Mind. Ese perfecto beso detrás del escenario, sentados en la banquita al costado del jardín de niños. Esas tardes de invierno correteando por la casa. Y las vacas, por supuesto. Las vacas que cantan el blues.

La canción de Björk habla de un ritual que hace todos los días, muy temprano en la mañana. El ritual la ayuda a sentirse bien con su enamorado cuando regresa a su lado, antes de que él se despierte. Es como una reafirmación de la propia identidad, en solitario, sin que nadie más se de cuenta.

Son cosas sagradas, como esa flor de la que hablé hace tiempo. Son cosas tan etéreas y frágiles que tocarlas es peligroso; a veces pensar en ellas ya las lastima. Sin embargo esa canción habla de esta costumbre tan personal, tan significativa y al mismo tiempo tan secreta... y lo hace con tanta simpleza, con tanto amor. Confesando que sólo podemos apreciar la seguridad de estar con alguien si es que sabemos que no saben lo terribles que somos cuando estamos solos.

jueves, 14 de octubre de 2010

Privacidad, Obsesividad y Ejercicio

He decidido (hace treinta segundos) que voy a hacer este blog un poco más conocido en mi pequeño grupo de conocidos. Lo cual significa que voy a someterme a un escrutinio moderadamente público, con los riesgos que eso conlleva y la responsabilidad que significa.

¿Quiero? ¿De verdad? ¿Soy tan narcisista como para pensar que la gente lo va a leer? ¿Realmente sería tan peligroso? Sé que no soy precisamente popular entre las masas de mi universo universitario (me encanta cómo sonó eso), pero, en la íntima soledad que hay entre los ojos de alguien y la pantalla de su computadora, ¿leerían lo que escribo aquí?

Por ejemplo, no le hablo a mi ex Pon Pon (para mayor información léase Nombres de Incógnito) hace... exactamente cuatro meses. Por no hablar digo que no le mando mails, no lo pokeo, no le mando mensajitos al celular y hasta llegué al extremo de no viajar a Alemania en Julio. La última conversación que tuvimos tuvo un muy dramático final que fue consistente con el histrionismo que usualmente tiñe su forma de actuar. Que me encantaba, no voy a negarlo, pero tengo una vergüenza ajena que probablemente sea una proyección de la vergüenza que me da este núcleo innegablemente histriónico que tengo aquí. Publicar el blog es consecuencia de él, asumo.

Es ambivalente en cierto sentido. Acabo de hacer arreglos en la privacidad de Facebook para que sólo un reducido grupo de personas tenga acceso a las partes de mi perfil que considero privadas; sin embargo, ¿cuál es el punto de publicar estas mismas partes de mi vida en una plataforma social pública? ¿En qué consiste esta necesidad de reforzar mi propia identidad y al mismo tiempo esconderla de quienes no considero dignos de entenderla? ¿Qué miedos escondo, qué placeres complazco, qué escondidos núcleos inconscientes satisfago?

Siguiendo con mi Pon Pon (que era de lo que estaba hablando al principio) desde el punto de vista de la acción el pata ha desaparecido de mi vida de forma tan completa que considerar un retorno no sólo sería incoherente sino bastante improbable. Mentira. Estaba a punto de escribir un post en inglés en el poco probable caso que se encontrara con el blog y llegué al extremo de poner mi website como el único vínculo con el cual un anónimo cibernético pueda contactarme. Porque me borró del Facebook, cosa que ya también escribí en otro post.

¿Pensará en mí? ¿Pienso tanto en él?

Comparando la extraordinaria presencia que tenía su existencia en básicamente cada aspecto de mi vida, la cantidad de tiempo que dedico ahora a pensar en él es... patética. Igual pienso en él, o sea, las vías neuronales no están completamente atrofiadas, pero cada vez que lo hago ya no es en ese afán romanticón/futurista de su imagen aún impoluta de sudor, borracheras y roches. Es más como un... mira lo que te perdiste. Fantanseo frecuentemente con la imagen de una fiesta a la que estoy llegando, manejando un carrazo (Porsche 911 cabrio rojo, de preferencia), por supuesto mío, con un enamorado mucho más guapo que él, mucho más centrado y con quien hablar español pudiese sonar como una complicidad extremadamente sensual.

Igual no le escribo. Me parece sintomático que siendo yo una enérgica (obsesiva) defensora de la política de llevarme bien con el ex (aún cuando sea bastante evidente que éste no tiene tantas ganas de llevarse bien conmigo) haya podido mantener este tipo de constancia durante tanto tiempo sin flaquear una sola vez.

Es en estos momentos en los que me critico por no tener este tipo de obsesividad con ir al gimnasio en vez de estar describiendo detalladamente mi psique actual. Hacer ejercicio es bueno para mí, bajar de peso sería bueno para mí, relacionarme con gente fuera de la universidad (en el caso de que hablase con alguien no universitario mayor de quince años o menor de treinta y cinco) sería bueno para mí.

Voy a terminarla aquí, ponerme el buzo e ir al gimnasio. Apenas den las 7:00. Maldita sea, ya dieron las 7:00.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Tell me about yourself

Estoy sentada pasivamente en mi cama, tomando una cerveza y revisando las actualizaciones del sitio estadounidense al que estoy virtualmente suscrita. El artículo que llamó mi atención fue "Top 10 Residency Interview Questions", y si bien no estoy interesada en hacer mi residencia en USA, leer las preguntas sí me parecía interesante.

Pregunta número uno, en orden de frecuencia: Tell me about yourself.

Well, what can i tell you about myself? Mi identidad se reparte equitativamente entre lo público y lo privado, y no sé cuánto de quién soy sea apropiado para el público en general. ¿Qué puedo decir de mí que no suene ni a un terrible cliché ni a una declaración psicopática? Ha quedado establecido hace tiempo que no estoy en el espectro normal y si bien el no encajar nunca me ha parecido particularmente trágico, llegado el momento de definirme, el no tener referencias cercanas es difícil.

Sin embargo creo que es esta misma dificultad la que me ha hecho tan fácil saber qué soy y qué no. Soy una firme creyente en la equidad en salud y educación. Considero de importancia fundamental la relación que tenemos los humanos con nuestro medio ambiente. Creo en la necesidad de cariño para el buen desarrollo de los niños y de los adultos, creo en la libertad de pensamiento y de expresión y soy taxativamente intolerante con el uso de la violencia como medio para alcanzar el poder.

No soy ni mainstream ni Indie, ni considero que alguno de los dos tenga más mérito que el otro. No sigo las modas, pero si hay que algo que me queda bien y está de moda me gusta usarlo. Me gusta la manera en la que pienso, hablo y escribo, y a menos que sea una extraordinaria contribución afín con mis maneras, no planeo cambiarla por alguien a quien pretenda caerle bien. Aún así, creo que hablar con un niño en términos de adulto es tan improductivo como hablarle a un español en alemán.

Respeto profundamente el ambiente en el que me encuentro, pero no por eso voy a renunciar o negar lo que creo. Mantengo una mente abierta hacia diversas formas de pensar, diversas culturas y diversas estéticas, pero no voy a dudar un segundo en defender los principios por los cuales rijo mi vida. No planeo pelearme con nadie ni cambiar su forma de pensar, pero voy a hacer todo lo posible porque no se impongan a otros aprovechando su debilidad o abusando de su autoridad.

¿Qué puedo decirle a un entrevistador sobre mí? Que quiero hacer cardiología en su departamento. Que me gusta la Medicina porque me hace conocer todo lo humano; que no conozco otra plataforma para alcanzar de una manera tan completa la experiencia de personas reales que viven día a día con glorias y miserias. Que la cardiología me hizo rabiar cuando la conocí por primera vez pero que su lógica me cautivó de una manera tan irrevocable que ahora me confieso enamorada de ella.

¿Ustedes creen que me contratarían o que me interconsultarían a psiquiatría?

viernes, 8 de octubre de 2010

Viernes en la noche II

Una de las cosas que más extraño de tener enamorado no es estar enamorada.

Extraño poder estar con mi ropa de casa echada en mi cama, tapada con el edredón y acurrucada junto a su cuerpo. Extraño oler su piel y quedarme dormida, escuchar el televisor, abrazarlo, saber que puedo dar rienda suelta a toda mi necesidad de recibir y dar cariño.

Extraño tener mensajitos de texto en mi celular. Extraño poder conversar con alguien que sé que me tiene muy alto en sus prioridades. Poder decir no, no quiero salir, quiero quedarme contigo. Quiero cocinarte y acariciarte la cabecita y escucharte decir tonterías que puede que no me interesen pero igual me gusta oír.

Extraño ser la enamorada. Extraño arreglarme porque quiero verme bonita para alguien que sé que lo va a apreciar. Extraño que me venga a visitar, que nos encontremos en un lugar, saber que entre todos los mails en su bandeja de entrada probablemente lea primero el mío.

Extraño caminar de la mano y que me abracen en público. Extraño besar. Extraño que me besen. Extraño lavar los platos en la cocina y sentarme en la mesa, caminar con sus zapatos, tener seguridad, dejar de fingir que no me duele estar sola.

Pero no lo extraño a él. Me extraño a mí cuando estaba con él.

viernes, 1 de octubre de 2010

Chocolate y personalidad

Terminé el capítulo de personalidad, el más esperado de toda mi rotación de psiquiatría y descubrí que soy... yo. (Si sospecharon narcisista, sí, tienen algo de razón.)

Bajé un kilo. Que probablemente regresó a su lugar después de las dos morochas que nos ganamos hoy en una competencia por encontrar al personaje con el trastorno de personalidad más acorde con el que había salido en el papelito (a saber, narcisista, evitativo y esquizotípico) y el plato de frejoles que almorcé. Afortunadamente, creo que voy a salir a montar bicla en un rato. Es evidente que es mi ego quien dijo ese "creo", que no tiene mucho que ver con lo que quiera mi id o mi superego (en el hipotético caso de que mi superego exista).

El profe/doc de la clase de hoy estaba muy rico, muy... muy rico, pero pude superar mis impulsos eróticos (tomen, histriónicas y limítrofes, ah, sí, hola hipotético superego) y aprender sobre los diversos mecanismos de defensa que las personalidades normales y anormales utilizan para mitigar la angustia nacida de los conflictos entre los impulsos del id y la represión (también conocida como civilización) del superego.

Claro que busqué y clasifiqué acuciosamente a cada componente de mi universo emocional, pero por su bienestar social y el mío declino seguir el impulso a describir en lujo de detalles las pequeñas miserias y glorias que definen cada una de sus personalidades. Lo dejé para el placer maravilloso de mi hoja de excel. ¿Obsesiva? Quizá (mecanismo de negación).

Sin embargo, hojita de excel o no, lo que buscamos todos, en nuestras sanas o patológicas maneras es la felicidad. El problema es lo parecido del mecanismo de acción de la felicidad y del chocolate, y lo perturbantemente parecidos que son el chocolate y el amor.

martes, 28 de septiembre de 2010

Otra vez

Sí, la dieta de una gordita ha regresado a la vida. Porque... me voy a Iquitos en dos meses y en tres vienen mis amigos David y Maxim Gurki de Middle Earth, a pasar enero en el malecón. Si bien mi imagen corporal ante la promoción me importa... mucho más me importa mi imagen ante esos dos elfos.

Y la dieta, la dieta. Se fue un poco al carajo la dieta porque hoy no hice ejercicio y me volví loca en la cocina sin saber qué hacer. Se suponía que iba a escribir el viernes para comentar mi gran esfuerzo y éxito, pero me conozco y sé que no lo voy a hacer. Nunca la inspiración es tan perfecta como cuando tengo exposiciones o exámenes.

Estaba leyendo los antiguos posts y algunos otros blogs que me gustan. Me parece sintómatico que no me guste ningún blog peruano, pero también es bastante obvia la aversión que le tengo a ese concepto muy peruano (latino también?) de la nacionalidad como una ambivalencia entre el orgullo de la propia cultura y el racismo evidente que mora muy tranquilo en el centro de la identidad. Gastón es blanco. Mis amigos también.

En fin, el propósito del anterior párrafo era... era. Era que toda esta experiencia... ya fue, se me fue la idea. Paso a comentar mi último escarceo con una relación, sobre el cual escribí un par de mails.

El pata es estadounidense, perfectamente congruente con mi evidente afición a relacionarme con personas de otro lugar. Infectólogo, treinta años, negro, ligeramente subido de peso. No puedo evitar de una manera u otra sentir un tinte racista en mi rechazo hacia él. Sin embargo, si la misma historia hubiese pasado con un chino o un blanco rojo y saludable estoy segura que el final habría sido el mismo: yo despidiéndome única y exclusivamente por cortesía, rechazando así su patético pedido de regresar a su hotel con él.

Me dio miedo y se lo conté a mi nuevo juguetito de Internet. Ah, no había escrito sobre el juguetito: se llama... mejor no digo su nombre y es egipcio. A falta de un Pon Pon es un político. Lo conocí ese día en el aeropuerto de Middle Earth en la cola para comprar mi ticket de tren hacia Lórien. Fue amable e interesante, y le dejé mi msn para algún día conversar. La primera vez que me habló me preguntó inocentemente si había probado la cerveza bávara. Le dije que estaba viviendo en una ciudad de Bavaria ese mes y no volvimos a hablar gran cosa hasta el Mundial.

Me preguntó por qué Perú no estaba en el Mundial y yo le respondí que comparándose con el futbol sudamericano, el fútbol peruano era malo. No sé cómo siguió la conversación, pero estoy segura de que fui yo quien la guió, seductora veterana en las trincheras de hacer que un hombre a miles de kilómetros se enamore de mí. Eventualmente quiso venir a visitarme (actualmente trabaja en Arabia Saudí) y, tras un momento de flaqueza y gracias a la conchudez de mi par de elfos visitantes, retiré la invitación para enero.

Quiso venir a un tour por sudamérica en marzo, y aunque volvió a intentarlo y yo a aceptar, pude desembarazarme graciosamente con un mail que declaraba mi miedo hacia la posibilidad de enamorarme de él en esa semana de amor y luego romperme el corazón con su partida. Los resultados dicen que fui lo suficientemente melodramática como para que su idea de venir a verme en algún momento no volviese a rondar por su cabeza; además, la dosis fue tan perfectamente adecuada como para que después de unas semanas y un muy calculado "i miss you" lo pusieran de nuevo en uso, disponible para mis horas de conectada soledad.

Justo el día del infectólogo tuve una conversación con él, en la que llevé mis riendas un poco más allá de la cuenta (bastante) y logré que de forma muy natural hablase de mí como su esposa. Después del comprensible sentimiento de victoria me sentí mal, especialmente porque en realidad no siento nada por él. No me gusta físicamente, me parece interesante intelectualmente y no me resuena absolutamente nada a un nivel emocional. Es más, por mucho que hemos tenido conversaciones sobre eso, no tengo ningún deseo de tirar con él. Lo utilizo, es obvio, y quisiera pensar que me utiliza también. Sin embargo mi narcisismo puede más y me siento culpable.

Yo creo que la culpa es al dolor como lo ajeno es a lo propio. Sentimos dolor cuando algo nos hace daño, como un mecanismo de alerta para alejarnos de eso. Para mí la culpa es un mecanismo de alerta que nos dice que estamos dañando a alguien más. Recordando mi comportamiento desde que se inició la etapa de relaciones de mi vida (allá cuando mi Elfo con Lentes vino de Rivendel) mi actitud hacia las relaciones ha sido la mayoría de veces inmoral. He intentando (y la mayoría de veces tenido éxito) manipular cada la situación en la que me sabía querida y reconocía la falta de reciprocidad de ese cariño en mí. Y en la etapa en la que el otro recuperaba en control me he arrastrado de maneras indignas, perfectamente consciente que sufría por alguien a quien no quería en realidad.

Con Ícaro fue así. Fui asquerosamente egoísta aún en el momento en el que parecía más dependiente de él. Fui egoísta desde el inicio, seduciéndolo en pos de terminar con una soledad que no quería (ni podía) aguantar más. Maté insensiblemente sus primeros intentos de establecer intimidad conmigo y después me quejé como una necia de la falta de conexión emocional que tuvimos. Si bien no todo fue malo (viví con él momentos muy felices que guardo con mucho cariño), empezó mal y por tanto terminó mal. Al final estaba dispuesta a empeñar mi orgullo con tal de escapar a la temida soledad.

Y es que es difícil vivir con ella, y es más difícil vivir sin ella también. Con el trascurso de los años me he ido convenciendo que no es ella quien me persigue, sino que es al revés. Que la busco como aliada en una resistencia que lleva varios años y que va a demorar unos más en terminar. Como le escribí ayer al juguetito, estoy soltera, soy soltera y estoy comprometida con mi soledad. He aceptado que lo más probable es que no tenga una relación y que debo lidiar con las consecuencias de mis decisiones y los objetivos que me he trazado.

Creo que Pon Pon fue el único al que amé de verdad. Pero hoy que escuchaba la canción de Eminem con Rihanna "love the way you lie" pensé que había una gran posibilidad de que si hubiésemos estado esa hubiese sido nuestra historia. Entre su constante redescubrimiento y mi cojuda perseverancia habríamos encontrado lo más infernal en el alma del otro, demasiado parecidos y apasionados para vivir en paz. Todavía pienso en él, pero ya no miro a vielleicht. No sé si haya muerto o siga viva; no creo que sea bueno saberlo tampoco.

Terminó con la enamorada, aparentemente. Ya me había borrado del Facebook hace tiempo, antes de estar con la enamorada, justo después de ese escrito que publiqué en mi perfil y en el que no estaba taggeado pero que sabía que era para él (también porque yo se lo mandé). Mientras el tiempo pasa y su recuerdo se diluye no puedo dejar de pensar que, bien mirado, él fue mi primer amor.

Me pregunto cuándo volveré a enamorarme y si para hacerlo tenga que bajar de peso, como evidentemente creo que debo hacer. Me voy a mi cuarto a escuchar música y bailar en la oscuridad.

jueves, 3 de junio de 2010

Carajo...

Bueno, mi ex (Pon Pon) tiene nueva enamorada. En Facebook y todo. Ouch. Descarga de adrenalina en el corazón, taquicardia, miedo, pena, horror. Terror. Y yo con nueva dieta. Leche y plátanos y lo primero que pienso es en sexo ahorita que me doy cuenta. Sexo que está muy, muy lejos de mi realidad actual.

Puta madre. Pick your battles, pick your battles, breathe in. Cálmate. Tranquilízate. Pasa saliva, báñate, deja de quedarte dormida en vez de salir a la calle. Breathe out. Ya lo sabías, ya lo sabía, ya me había dicho, no es una sorpresa. Lo sabía desde hace bastante tiempo. Claro que no es lo mismo, claro que duele. Pero peores dolores he soportado. Ya está. Mejor.

Carajo.

lunes, 24 de mayo de 2010

Fue una noche de Febrero

Fue un noche de febrero. Estaba usando mis aretes nuevos y no sabía muy bien qué esperar. Lo vi entrando a la sala de su tía, en la oscuridad. Parecía un elfo del bosque, un elfo rubio con lentes. Era extraño, callado, bonito. Me gustaba, pero no pensé que yo le iba a gustar.

Apenas nos sentamos me di cuenta que olía raro: a bosque justo antes de llover. Conversamos un poco, un poquito, casi nada. Cuando salí pensé que nunca lo iba a ver, pero habló de mí un par de días después. A las dos semanas su tía me invitó a una reunión, algo así como una bienvenida. Me arreglé para ir a la reunión, y me puse mis aretes blancos. Era la primera vez que iba a una reunión con chicos y chicas.

Llegamos demasiado temprano. Él tenía una cara de recién despertado, asustadizo de cada mirada que le hacía. La pasó mejor cuando vinieron un par de anónimos, y mucho mejor cuando llegó el Altote, de lejos el hombre más alto que había visto. Era guapo, con ojos profundos y conversación increíble. Opacó a mi Elfo con Lentes en pocos segundos, monopolizando mi conversación.

Después llegó el Pelo de Escoba. Me dio un beso de saludo, se sentó en el medio y se sintió con derecho de dominar la mesa. Me gustó, mucho, pero no pude evitar esconderme un ratito en el comedor donde rondaba mi Elfo con Lentes y decirle, apenas audiblemente, que me parecía que era muy guapo. Él me dijo que le parecía que era muy guapa también. Mi mamá pasó por ahí y me dijo un "desentusiásmate Gabriela" que ella parece haber olvidado pero que yo guardo celosamente en mi memoria.

Inesperadamente el lunes que siguió a ese domingo entré en un frenesí de mensajitos de texto con el Pelo de Escoba que duró por varios días. Pero el siguiente domingo mi Elfo con Lentes me llamó en una llamada muy confusa, diciéndome que quería salir conmigo. Trajo como ofrenda de paz un pedazo de käsekuchen y salimos a caminar por el malecón. Me demoré y me hice la sueca por largo rato hasta que me gritó que me quería. Que me amaba, la verdad. Caminamos hasta mi casa de nuevo y le conté a mi papá. Le dije a mi Elfo que lo iba a llamar al día siguiente a las cuatro de la tarde, y así lo hice, muy puntual. Yo también lo quería. Sospechaba que eso nunca iba a cambiar.

Le mandé un mensajito al Pelo de Escoba que decía que estaba con mi Elfo. Se molestó, obviamente. Me mandaba mensajitos igual... preguntándome si estaba besándome con mi enamorado, qué qué demonios estaba haciendo. Yo sonreía. Me sentía una reina.

La primera cita oficial que tuvimos fue en el Regatas, y ahí, en el muelle, fue nuestro primer beso. Le confesé que en mí había un dragón, y él me dijo que podríamos luchar contra el dragón juntos. No entendía, obviamente. Lo quise aún más por ello. Nos veíamos, salíamos, casi no nos besábamos porque nos teníamos miedo mutuo, creo. Era bonito, era extraño, quería y no quería verlo, no quería quererlo para no tener que extrañarlo. Pero cuando le hice la fiesta de despedida no pude evitar abrazarlo.

Mi Elfo regresó al Bosque, a su pueblo en Rivendel. Dos días después el Pelo de Escoba me invitó a una fiesta, en la que su hermano le hizo mucha propaganda pero no pasó nada. Después de eso pareció olvidarme; y justo después de eso el Altote se hizo mi mejor amigo. Mi único amigo hombre, la verdad. Me gustaba mucho, pero yo todavía no entendía, no entendía nada la verdad. A veces me arrepiento de no haberlo besado; a veces me alegro de no haberlo hecho. Yo le gustaba mucho también, y me gustaba gustarle. Pero también quería gustarle al Pelo de Escoba, que ya no me hacía caso; y pensaba todos los días en mi Elfo de Rivendel.



Mi Elfo y yo nos escribimos cartas, y me puso de chapa sweetdragon. Me encantó, y yo le puse dreammaker, por un poema que le había escrito una semana después de irse. Terminé el colegio, conocí nuevas personas, entré a la universidad. Tenía tiempo y ganas, estaba lista para enamorarme de verdad. Mi Elfo con Lentes regresó de Rivendel a quedarse varios meses, conmigo, a mi lado, sus manos en las mías, su boca besando la mía. Me enamoré, profunda y desesperanzadamente, hallándome perdida entre sus pestañas desordenadas y sus ojos verde cocodrilo, en sus labios rosados, en su sudor frío, en los latidos rápidos de su pecho junto al mío. Era pasión sagrada y libremente elegida, felicidad cómplice y adorada, locura bellísima, confianza probada.

Pero se fue, como siempre, y el Altote también se fue y yo me quedé aquí, en la realidad. Mi mundo me decía que olvidara a mi Elfo con Lentes, que lo dejase ir, que conociera a nuevas personas, que me enamorara. Ellos no sabían, por supuesto, que yo había decidido que lo quería a él (y a nadie más que a él). Que, hasta que se demostrase un muy improbable contrario, él era el hombre con el que (en un futuro que se sentía muy lejano) me iba a casar.

Había decidido conscientemente que si tenía que esperar siete años, siete años iba a esperar.

viernes, 21 de mayo de 2010

Tercer día

No sé si es cierto que un clavo saca otro clavo, pero en mi muy modesta experiencia no lo es. Ha pasado más de un año desde ese día que estaba llorando al frente de mi laptop diciéndole que lo quería, ha pasado un enamorado, peleas, viajes, amigos, ha pasado de todo y ahorita que entré a su facebook y encontré una nueva foto de perfil sentí la descarga de adrenalina en el corazón. Maldita sea. Todavía no lo he olvidado.

Mentira, ¿a quién engaño? No lo quiero olvidar. Me gusta complacerme en la autoindulgencia y alucinar que eventualmente estaremos juntos. Que cuando me dijo que se quería casar conmigo... bueno, ambos sabemos que lo dijo de verdad, pero la distancia entre mi casa y la suya es 10 670 km, kilómetros más, kilómetros menos (gracias google earth). Me mataría si supiese que estoy escribiendo esto, pero felizmente no sabe español.

Es una de las personas que más me conoce, arriba entre los cuatro grandes, y lo cierto es que lo vi unas tres o cuatro veces, no más. Y durante ese corto, cortísimo tiempo que estuvo presente en mi mundo, no le hice mucho caso. Excepto el último día. Todo lo demás fue Internet, por supuesto. Gran invento, gran maldición.

En fin. Ayer tomé la limonada, que estaba fea la verdad, y en el almuerzo me comí un pedazo pequeño de causa. Llegué a mi casa y comí un plato de sopa. Hoy me pesé y no había subido... había bajado 300 gr, que bien pueden ser pichi o algo más. Igual no pierdo esperanza. Quiero tener una relación saludable con la comida... y sacar once in for all la comida procesada de mi dieta.

En las últimas semanas pre blog fui haciendo una lenta transición, con recaídas, claro está. Me siento mejor, la verdad. Bueno, ahorita no mucho; la foto esa y el hecho de que no nos hablamos en ¿cuántas semanas? ¿cinco? me tiene movida.

Bah, todo es simple histrionismo. Espero que la reunión "familiar" hoy salga bien.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Bueno...

Hoy tomé una botella de agua con gas, una manzana verde, un pan de yema y un plato de sopa de arroz. Así que de mi dieta de limonada quedó la intención y mañana (el eterno mañana) no voy a tener la excusa de que oops, no la hice. Está en la refrigeradora, con muy poco azúcar y mucho limón.


Me gusta comer. Pero no lo necesito. Me gustaría irme a dormir ahorita: he escrito demasiados mails, leído demasiados requisitos y estoy intentando organizar a mi grupo cercano para que volvamos al hogar materno: Media Naranja y sus caipirinhas, claro está.

Los dejo con una canción que mi ex tomaría como evidencia inexpugnable de mi imputada posesividad. Tiene un punto, el muchacho, pero no sé cuánto de verdad y cuánto de puchero tenga el asunto.

Día 1

Son las ocho y treinta y ocho de la mañana y hoy decidí que voy a empezar mi dieta. Soy una más de los millones de gorditas alrededor del mundo que quiere bajar de peso y cree que con el firme propósito de hacerlo va a tener dentro de poco el cuerpo de Alessandra Ambrosio



¿Por qué negarlo? Alucino bastante con el cuerpo que quisiera tener mientras la balanza me jode con el cuerpo que realmente tengo. Mi IMC está rozando sospechosamente el sobrepeso, y si bien no paso de una respetable talla 30 de pantalón, yo sé que por mi estatura debería sentirme cómoda en un 26.

Voy a intentar una de esas dietas que los nutricionistas, las mamás y la gente con sentido común dicen que NO debes hacer: la Master Cleanse Diet, también conocida como la dieta de la Limonada. Consiste en tomar Limonada (¡oh sorpresa!) y sólo limonada por 14 días. Se añaden algunos laxantes naturales como agua tibia con sal y tés laxantes; probablemente tenga que usarlos. Beyonce bajó 10 kilos con esta dieta y según ella fue lo más difícil que hizo en la vida. Probablemente lo sea, especialmente para una gordita que encuentra difícil resistir los sanguchones, las pizzas y las papitas Lays: me declaro completamente culpable.

Mi objetivo es lograr lo que Beyonce logró. ¿Mis posibilidades? No muy buenas, la verdad, pero la promesa vale el esfuerzo. Catorce días de limonada y agua con sal.

¿Lo lograré?