lunes, 31 de diciembre de 2012

Soundtrack 2012

En realidad este es un Soundtrack póstumo. En su momento no quise hacerlo, pero ha pasado suficiente tiempo como para reparar ese error. Yo viví ese año. Fue uno de los más grandiosos de mi vida.

1) How soon is now – The Smiths
Alexander había estado frío últimamente, a pesar de que habíamos vuelto a vernos. Yo había perdido mi iPod en mi rotación de cirugía y me había comprado uno nuevo que le había encantado. Morrisey iba a venir a Lima, y él me dijo que me bajara la música de The Smiths, a ver qué canciones me gustaban. Me gustó esta porque me hacía recordar un cover de t.A.T.u. y una frase de uno de mis libros favoritos, Middlemarch.

2) Lovesong – Adele
Me bajé el álbum de Adele antes del horroroso 27 de Febrero, pero fue después que escuché esta canción. Creo que habían pasado dos o tres días y yo estaba echada en una de las góndolas esperando que empiece mi guardia cuando escuché esta canción. Era dolor; era dolor tan real como si tuviera una pancreatitis que me estuviese disolviendo por dentro.

3) La Pregunta - J Alvarez
¿Qué tanto escándalo haces?, me decía a mí misma sentada en la tapa del wáter, echada como inválida en mi cama, ¿acaso no sabes lo que todo esto era? ¿Lo que eras? Nadie te obligó a nada. Anda, sal con Josema, deja que alguien te suelte el pelo y te haga olvidar. Se llamó Roger, y era de Flint. Por un momento fuimos Roger & Me.
https://www.youtube.com/watch?v=0JYqspANjkA

4) Canon – Pachelbel
Leo vino todo de azul y puestos los lentes cuarenta y cinco minutos después de que Roger de Flint hubiese dejado la escena. Después de tanto dolor, después de tanto sufrimiento, ¿cómo no querer esos brazos de langosto que querían abrazarme? ¿Cómo no cerrar mis ojos a lo inconveniente cuando el cariño se desbordaba en sus ojazos de tigre? 

5) Sexy and I know it - LMFAO
Leo y yo nos escondíamos del resto, capuchas puestas, en lo oscuro del pabellón. Nos cogíamos de la mano cuando creíamos que nadie nos veía (todo el mundo nos veía), y nos abrazábamos a escondidas para darnos besos de contrabando. Yo me iba a ir pronto, y él estaba en un año menor. ¿Me debí haber dado cuenta en ese momento? Había salido de un secreto para entrar en una negación.
https://www.youtube.com/watch?v=wyx6JDQCslE

6) Infotain me - Ochre
https://www.youtube.com/watch?v=zYnRiDskefo

7) Radio Protector - 65daysofstatic
https://www.youtube.com/watch?v=7jxvy7W9bqo

8) Lovesong – The Cure
Estaba en mi cuarto de Oxapampa cuando escuché la versión original de esta canción. Me tranquilizó en ese momento; Leo estaba en el Facebook, yo conversaba con el Guapo de tiempo en tiempo, la vida hospitalaria era un poco difícil pero nada particularmente siniestro. Hasta ese momento, claro. 


9) Spiritual Man – Toto
Mi arcángel mecherísimo, Leo, me cogió de las manos y me regresó al rebaño que había abandonado por cuenta propia. Con besos me recordó que cariño era una cosa cierta, que abrazar no era extraño, que podía decir “te quiero” sin tener miedo. “Clama a mí y responderé”, había leído en Quilca. Su respuesta había sido yo.

10) Cariñito – Los Hijos del Sol
El Trapiche, la catedral de Madera, la caminata mágica del Huaraco, el Country Fest y Selvámonos en Oxa. Oxapampa era la decisión más controversial que había tomado en el 2011, mi mejor amigo y yo estábamos teniendo problemas por convivencia, y él estaba en un momento desafortunado y sensible. Yo tenía ya miedo, y mi respuesta en vez de la empatía era el total y absoluto estoicismo. Eventualmente iba a estallar una guerra, pero mientras tanto me escondía en MVLL y su Conversación en la Catedral.

11) Glasgow - David Guetta
Conversando con el Principito en la noche Oxapampina, perpetuando la costumbre tal vez reprobable de conversar con hombres que me atraían y no eran Leo. Me lo habían advertido ya, y yo decía que era inofensivo. ¿La verdad? No me importaba en absoluto ofender.
https://www.youtube.com/watch?v=vzE8d5AXImo

12) Home of the Brave – Toto
Regresé de Oxa para ver a Leo; estaba con mi chompita fucsia, mis leggings negras y mis tacos negros. El cariño que me había estado esperando era tan hermoso como me lo había imaginado; había recuperado la inocencia, dándome cuenta que de alguna manera nunca la había perdido. Leo me cantó esta canción, abrazados. Éramos increíblemente felices juntos.

13) Mushanga - Toto
Pozuzo me recibió sin miramientos. Oxa me había aguantado algunas mentiras, Pozuzo ya no. Ya había curado, ya habían pasado cuatro meses, ¿podía por favor dejar de consolarme con huevaditas y enfrentar la vida real? Ese afecto era tan natural como lápiz de labios en un cocodrilo. Una colina no iba a reemplazar a una montaña, no importase cuánta niebla le echase encima.

14) Come away with me – Norah Jones
El río de los renacuajos. El sueño del 25 de Julio, la semana fatídica y mi absoluta incompetencia para seguirme mintiendo. No podía. No podía más, no podía ni quería ni estaba dispuesta a hacerlo. Iba a serme fiel a mí misma, y de paso liberarme del resto.

15) Call me maybe – Carly Rae Jepsen
El mejor 28 de Julio de mi vida. El día en el que iba a ser lo más yo que fui en meses, la verdad dolorosa. Rojo, negro, las veladas amenazas de una guerra terrorista. Gané. El problema fue que no tuve la valentía suficiente para asumir mi victoria.

16) Colibritany - Mi sexy Chambelán
Cuando regresé yo quería terminarlo todo con Leo, pero fui cobarde. Ahora bien, no voy a decir que no hubieron momentos bonitos después de regresar, porque sí los hubieron, muchísimos. Estaba en el 4I, en la mejor rotación de mi vida, la mejor decisión que había tomado en el 2011 (Oxapampa estaba nominada y eventualmente ganó la más controversial) y podía ver videos como éste mientras estaba con Marcelo en el pabellón.

17) Olsen Olsen - Sigur Ros
El 4I había sido claramente la mejor decisión que había tomado en el 2011; sin embargo las razones por las que la había tomado eran de silencio oscuro. Una mañana llegué temprano, cuando todavía no había nadie, y me apoyé en uno de los casilleros. ¿Habría sido el casillero de Alexander? Se me llenaron los ojos de lágrimas, cerré los ojos y lo perdoné. ¿Cómo no hacerlo? Seguía queriéndolo, a pesar del silencio.
https://www.youtube.com/watch?v=8LeQN249Jqw

18) My body is a cage - Arcade Fire
Loli, Marcelo y la vida del pabellón era justo el bálsamo que necesitaba después de la complicada Oxapampa y el brutal Pozuzo. La Medicina, mi carrera y mi identidad me devolvía día a día las fuerzas que había perdido; mis pacientes, mis historias clínicas, mis terapéuticas y mis formidables luchas contra la evidente incompetencia me recordaban la fuerza de mis músculos, el poder de mi mente. Soy médico, y empecé a serlo de verdad ahí.
https://www.youtube.com/watch?v=MQg4Vvm4sbI

19) Fireworks - Katy Perry 
El Teatro Mágico, donde solo nosotros estábamos, abrazados y perdidos en el espacio exterior. Para llegar se tenían que seguir las huellitas blancas que un duende dejaba en la alfombra e ir nadando desde Madagascar hasta Mónaco.

20) The Cave - Mumford & Sons
A Leo le gusta Toto, y por eso escuchábamos Toto. A Leo no le gusta la cerveza, y por eso no tomábamos cerveza, tomábamos Pisquisawer, su forma de escribir Pisco Sour. Para aplastar la palta para el guacamole Leo prefiere que primero se la pinche y luego se revuelva, no que se la aplaste con el tenedor lateralmente. De todas las cosas que le gustaban a Leo y mi desorientada docilidad acataba, esta canción era una de las pocas que me gustaban de verdad.
https://www.youtube.com/watch?v=fNy8llTLvuA 

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23) Dancing on my own - Robyn
Pronto vino la resaca de todo lo sufrido, empozada en el alma. Mi fe se quebró en dos el día que Leo me dijo que esta piel mía, que había sido acariciada y deseada, era motivo de vergüenza. Una tarde que se hacía noche me levanté y empecé a llorar a su lado, sin hacer ruido. No me tocó y no preguntó nada mientras lloraba. Y cuando terminé me eché sin decirle nada tampoco. 

24) Con te partiro - Andrea Bocelli
La primera vez que dije "te amo" se lo dije a Leo, un martes de madrugada, en un taxi en la vía expresa, abrazada y abrazando. Antes de eso me había dicho lo más doloroso que podía imaginarme y lo que encontré en mi corazón fue perdón. Perdónalo Padre, porque no sabe lo que hace. Así fue cómo de la desesperación nació la esperanza.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Oxa, o mi versión (incompleta) de ella, con taxonómica dedicatoria

(Este post está dedicado para el Amelaninicus pendejus y el Carretus castus, con el motivo de su no tan cercano rural.)


No fue la mejor de mis decisiones. Es más, yo dije por mucho tiempo que fue un error. Sin embargo el tiempo, como el perdón, suaviza los bordes y endulza los sabores, bañándolo todo como una miel que enlentece los recuerdos. Es desde aquí que declaro, sin necesidad alguna de maquillaje, que Oxapampa es bellísimo. Y Pozuzo, aún más.

Sí pues, los primeros tres días daba gritos en la ducha por el hielo fluido que caía por encima de mi cabeza, y la conexión a internet era todo un macho: se iba cuando podía y venía cuando quería. Afortunada yo de tener una cama cómoda y un cuarto para mí misma, claro (que vendrían tiempos en los que no), un par de tomos de Harrison que nunca leí ahí y la irresistible tentación de leer literatura variada en vez de estudiar para el ENAM. Cinco semanas de estar contigo mismo joden, es cierto. Pero Oxa tiene lo suyo para maravillar.

Sin ir muy lejos, el Trapiche mismo y los gatos de la señora Justina (oh, sí, ya la conocerán). Las parrillas de veintipicos lucas, la cantidad extraordinaria de bares (no recomendables) en esa pequeña ciudad y el increíble descubrimiento de que, con un poco de ingenio y su banquito más el router es perfectamente capaz de funcionar. La plaza central, con la tienda de FloralP en la que me gasté considerable parte de mi presupuesto, las salchichas buenazas que ahorita no me acuerdo su nombre y el inefable, necesario y comodísimo Vater Otto. La pizzería del gringo tejano que jamás te dice lo que hace en Oxa pero que hace excelentes pizzas y tacos, la tienda de sánguches buenazos que tienen sucursal en la misma plaza pero que tienen la principal, con pizzas incluidas en el menú, en una callecita de tierra a unas pocas cuadras. Hay hasta su versión de Starbucks, Das Tee Haus, Oxa meets té meets colonias austro-alemanas del Perú. Y por favor no dejen de ir al Charly’s bar y probar el Quito sour. Oxa es Perú, gastronómico Perú, lo que significa que van a engordar.

No, no me he olvidado, también está el hospital. Se los pongo así: ese lugar va a hacer que extrañen, admiren y elogien al HNCH. En serio. Van a extrañar los AGAs, los electrolitos, los turulecos del Perú y balnearios, las TACs y tener asistentes que levanten a residentes que se pongan pitis con ustedes. Porque ahí, la verdad, están solos en la cancha. En la cancha meten goles, no se equivoquen. Yo todavía recuerdo su nombre, así como su última mirada, abrazada a su esposo, intentando respirar. La realidad de salud del Perú no es bonita, ni romántica, y tiene muchas de esas cosas de las que duele hablar. Den gracias por el Epócrates, el Medscape, el CIE-10 y el criterio, que tal vez no en todas, pero en muchas los van a salvar. Den gracias por su universidad y relean esto cuando regresen: “Cayetano, lo máximo.”.

Pero ya es domingo de tarde, 23, y tengo un par de excusas razonables para resumir que, la verdad, ahorita no me da para escribir más. El bosque, el Warapo, el río, las vacas, la aserradera Balarín, las motos y los conductores que nunca usan casco… tantas, tantísimas, muchísimas cosas más. La verdad sólo quería escribirles, contarles una mínima parte como excusa para un post. Todavía falta mucho. Feliz Navidad. 

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Fue el 26 de Febrero

Me habían desinvitado a una fiesta. Yo estaba con mi blusa azul y mis zapatos rojos, iniciando lo que sería la última gloria que iban a conocer. El taxi paró para mis solitarios previos, esperando a que fueran las 11 e ir a saludar a Morpheus por su cumpleaños. No estaba con ánimos de caza, ni en plan de conquista. Simplemente estaba ahí. Esperando.

Entré a Sargento y saludé a Morpheus y a su amigo, Alexander DeLarge. Lo conocía desde hacía tiempo, aunque nunca habíamos hablado. Según mis amigos Alexander se parecía a mi ex, el Elfo, pero a mis ojos había muchísima diferencia. Puse una jarra de chilcano y empezamos a hablar de cosas que a ellos les gustaba. Le pregunté a Alexander en qué quería especializarse, y me dijo que en dirección de cine. Maxim me vino a la memoria y sonreí con su declaración. En ese momento sentía que había que tener huevos para aceptar que después de siete años, quería otra cosa. Lo consideré valiente, hasta cierto punto revolucionario. Pero había algo... algo que me impedía creerle. Sonreí, y brindé. La estaba pasando bien.

Pronto vinieron más personas. El Guapo (otro conocido), Alexander y yo nos separamos del grupo, cada uno argumentando convicciones políticas mientras sorbíamos pisco con algún otro sabor. Le dije al Guapo para bailar, y me respondió que prefería escuchar la música. Touché. Tomé un trago, sonreí, y seguí conversando. Mis labios rojos dejaron huellas en el vaso, mientras mi ego se lamía rápido la herida nueva, caminando. Alexander me dijo de pronto para bailar. Y bailamos.

Era extraño el sentimiento: ser cazada en vez de cazar. Seducida, torpemente pero aún así, ser pasiva, receptiva, mantenerme a la expectativa. Me hizo una pregunta y le respondí que sí. Me cogió de la mano (aunque ya lo había hecho antes) y empezó nuestra historia.

Nos besamos por primera vez en Barranco, en la calle del Sargento, lejos de los ojos de Morpheus y sus amigos. Tuvimos que regresar cuando empezaron a reventarnos los celulares al unísono, y en el éxodo grupal hacia los carros se compró un pan con pollo, que me invitó pero no quise morder. Intercambiamos celulares, miradas y silencios. Morpheus me dijo que no me preocupara por cómo iba a llegar a mi casa (yo le había tenido que prestar dinero a Alexander, y no me había quedado con mucho), que Alexander era un caballero. Alexander me preguntó si me jodía ir en micro, y yo dije que no. Al final otro amigo suyo nos dejó en mi casa, en donde me despedí con un beso en la mejilla y una mirada aterrada de él al temer que se hubiese escuchado un comentario mío.

Los elementos de la historia ya estaban en posición, sólo esperando que se tejieran anécdotas entre ellos. Él, yo, mi casa, el secreto. Morpheus me contó el lunes siguiente que Alexander era un aristócrata, y yo le dije que me encantaba su fonética. Pasaron cuatro días antes de que me llamara, para juntarnos de nuevo. Ansiosa su voz, el tono de su llamada, y sorprendentemente asequible el mío, sumiso. Era un juego que yo nunca había jugado... y que, en realidad, no supe bien cómo jugar.

Después de ese viernes nos juntamos sábados, y miércoles intercalados, de tarde, solos, en mi casa. Era un universo pequeño, de cuatro paredes, con soundtrack de The Beatles y películas de portada. El silencio era patente, oscuro, pero aún lo ignorábamos. Nos teníamos miedo mutuo, creo. Mi elfo aparecía de vez en cuando en sus manos, en sus lentes, y alguna que otra vez lo llegué a escuchar en su voz. Pero era diferente, completamente diferente.

Extraño, quizá, estúpido definitivamente, pero adictivo e irresistible para mí no someterme.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Fue un 12 de Febrero

Era verano, y yo estaba de blanco. Morpheus me había citado en la plaza de Barranco, y por primera vez en nuestras conversaciones no había ningún escote distractor, aunque me enteré mucho después de la importancia de eso. Nos sentamos en el bar, cada uno un chilcano. Y conversamos.

Las cosas habían cambiado bastante desde esa primera vez en el techo de la Cayetano, recién regresada de Iquitos, la cicatriz de mi cabeza aún visible, dolorosa. Los chilcanos eran perfectos, así como perfectas fueron las butifarras y caminata por las calles empedradas hasta que me embarcó en un taxi y nos dijimos adiós. No sabía que era la última vez que íbamos a conversar así.

Llegué a la casa de Josema temprano, y Oaks también estaba ahí de colado. Previamos con Coca-Cola y ron, contándonos novedades y confesando mínimas verdades, sonriendo, esperando. Josema me contó que básicamente me había arreglado una cita con un amigo suyo que había conocido en Arequipa, un inglés, mochilero él, dudosamente recomendable. Acepté y tomamos otro taxi hasta cerca del Malecón.

Ojos azul bebé enmarcados por pestañas perfectas, un piercing que ya no recuerdo en qué ceja, mirada penetrante. Su bulto en la nariz, rezago de una pelea de bar, le daba un aire de masculinidad que aminoraba la feminidad de sus labios rosados, guardianes de la lengua también perforada. Su voz era tan grave como los crímenes que después le conocí, y aunque era un súbdito sin título me trató como un caballero de alta cuna, el suyo un estándar alto que el aristócrata que conocí poco tiempo después jamás llegó a arañar. Pero me estoy adelantando. Todavía era el 12, no el 26.

Nos tomamos algunas chelas, bromeamos un poco, presumí otro poco más de mi recientemente aceptado electivo en Bristol y me encontré a mí misma como no había hecho en meses, segura, sensual. Eventualmente nos dimos un beso de buenas noches que fue interrumpido por un escándalo de puerta con Josema y Oaks de protagonistas, ellos tocando y yo saliendo con cara de "váyanse a la mierda, me estoy divirtiendo por primera vez en meses". Y era cierto.

El 2010 fue un año duro, casi en todo momento. Pon Pon y sus promesas rotas, el horroroso y depresivo Julio, la crisis existencial de los granitos teóricos y al final el elefante rosado de Noviembre, con su indeleble huella en mi cabeza. Iquitos había sido el empujoncito final hacia el precipicio del cual fui bajando poco a poco con Morpheus, escalón a escalón.

Enero 2011 había empezado bien, por suerte. David y Maxim Guorki habían venido a visitarme por todo el mes, y las dos primeras semanas de externa en psiquiatría en Febrero se presentaban tranquilas e interesantes. Mi caballero inglés me dejó en la puerta de mi casa y compartimos otro beso, cómplices honestos. Me gustaba, le gustaba. No sabía si lo iba a ver de nuevo, y tampoco me importaba. Había roto el hechizo, eso era todo. Había despertado a una no tan bella durmiente que había estado llorando por todo un año, lista ya para secar lágrimas y generar sonrisas. Ese 12 de Febrero empezó mi vida como la conozco ahora, y yo regresé a mi casa la madrugada del 13 haciendo sonar sin miedo mis tacos blancos de madera.

jueves, 14 de junio de 2012

La balada del antihéroe y la indecisa

No toda relación entre un hombre y una mujer tiene que pasar por el gusto, aunque sería conchudo negar que Dom me gustó la primera vez que lo vi, así como la segunda y la tercera. A lo que me refiero es que en la época en la que empezamos a ser importantes el uno para el otro yo ya estaba con Leo y él con Mariana, y aparentemente ambos estábamos satisfechos con nuestras relaciones.

Dom es residente de cirugía, y nos conocimos cuando hizo en su rotación de gastro en mi pabellón de medicina interna, el 4I. Marcelo (mi co-interno) y él estudiaron en el mismo colegio y se conocían superficialmente. Últimamente me veo rodeada de ex-alumnos del Milton, que por esas casualidades nada casuales del destino limeño es el mismo colegio donde estudió Alexander.

Era agosto, hacía frío y yo estaba en el asiento de atrás.  Estábamos en camino a la casa de Marcelo, chelas y raje en la agenda. Dom volteó, esa sonrisa entre narcisa y fashion que los hijitos de papá tardan poco en perfeccionar:
- Un toque grande tu polo, ¿no? –dijo, con sorna en la voz.
- Es de Leo. –respondí, con un leve timbre infantil.
- Leo tu no-enamorado.
- Whatever makes you sleep at night, sweetie. –respondí en un tono condescendiente que hizo reír a Marcelo, mirándome a través del espejo retrovisor.
- En realidad tú y Leo son idiotas. ¿Creen que no sabemos? Estaban agarrando con las capuchas puestas fueran del pabellón. –respondió Dom, un poco picado.
- Tienes un gran futuro en la NSA, Dom, no lo desperdicies. –respondí, sonriendo ampliamente.

Lima estaba gris, húmeda y un poco hipocritona en sus grados centígrados, como siempre. Dom abandonó la pulla, tocó un par de veces el vidrio de su ventana con los nudillos y miró a Marcelo, levantando las cejas.
- ¿Tienes chela, no? ¿O vamos al grifo? –dijo.
- Tengo, tengo. Hace un frío de mierda. –respondió Marcelo, frotándose un brazo.
- Hace un frío de Lima. –respondí yo, sonriendo. Acababa de regresar a Lima después de haber pasado diez semanas en Oxapampa y Pozuzo con Qaleidoscopio, lo que me hacía sentir un cariño muy tierno por los defectos de mi ciudad.

Ya en la casa de Marcelo nos instalamos en la salita de los sillones rojos, iPod de Dom en los parlantes, mis pies fuera de mis zapatillas y recogidos a un costado en el sillón. Le mandé un mensaje a Leo avisando que iba a llegar tarde y me dispuse a escuchar todos los chismes que fueran necesarios hasta que la malta con lúpulo hiciera el gentil favor de ponerme en bandeja el único que quería escuchar: la versión de Dom sobre su relación con una chica de mi promoción, Camila.

Me detengo en ese momento para exhortar a todo el que busque una historia trascendental y filosófica en el sentido más tradicional a que deje de leer: no es mi intención hacer una gran crítica social ni una disertación sobre las causas que marcan el sino de nuestra existencia. Me gustaría ser una heroína cuya biografía inspirase grandeza de alma y alguna otra cualidad positiva en quien la lea, pero tengo la decencia de admitir que no lo soy. Me limito a exponer con toda humildad mi historia a quien pueda serle útil o entretenida.

¿Siguen conmigo? Perfecto, continuemos.

La historia iba así: a fines de Mayo Dom gileó con Camila, quien no poco antes había estado en plan de cazar a Leo, mi actual enamorado. Según se decía y se colegía, Camila seguía un poco desorientada por haber terminado recientemente una relación larga. El gileo entre Dom y ella en sí no tenía mucho de raro: residentes e internos emparejándose en una rotación es una de las bases de la vida social hospitalaria. Si quiero ponerme pesada podría argumentar que estéticamente Camila es mucho más proceso que materia prima y Dom es un carilindo, pero el detalle que me interesaba eran las dos versiones del mismo suceso, situación que encontraba parecida a la yo que había vivido hacía relativamente poco con Alexander.

Según Camila el asunto había sido de lo más serio, con intenciones definidas y formalidades presentes: citas propiamente dichas, visitas en la casa de cada uno y hasta la presentación semi-oficial al papá. Según Dom, el asunto había sido “una huevada y por ahí se escapó un beso, pero cuando te pregunten niégalo todo, yo estoy con Mariana, jamás terminé con ella. En todo caso yo no soy ningún héroe, y si una chica se me regala como Camila va a pasar por caja de hecho. Pero si te preguntan tú no sabes nada”, fina cortesía de Marcelo.

¿Por qué me interesaba la (discutible) inocencia contrastada con el genuino espíritu pendejo de un hombre aparentemente nacido para tomar y desechar lo que quiera? La empatía toma las formas más inesperadas, un saludable recordatorio de que todos compartimos una considerable porción de ridiculez humana por mucho que intentemos desligarnos de ella.

- Mira, lo que te pudo haber dicho Camila… –empezó a argumentar Dom, ya por su segunda cerveza.
- Camila no me dijo nada. –respondí, cortándolo. – Yo me enteré por mis amigos, en Wasabi. – lo cual era parcialmente cierto.
- ¿En Wasabi?
- En la mesa del arbolito. –sonreí. Era un dato irrelevante que aun así le daba carácter y autenticidad a mi versión de los hechos.
- ¿Qué sabes? –preguntó, frunciendo el ceño con un poco de sorpresa pero sin llegar a sentirse amenazado.  
- Nada de primera mano. –dije yo, con exactitud y lo que consideré una conveniente dosis de (fingida) humildad.

Estaba a punto de aprender dos lecciones en ese momento, aunque no lo sabía. Me sentía muy digna, con la espalda muy recta y la consciencia aceptablemente limpia. Dom tomó un trago de su cerveza, tiró la cabeza para atrás y me miró directamente a los ojos.
- Yo también sé una historia de segunda mano, de Óscar, de la promo del año pasado.

Si hubiera tenido algún líquido en la boca habría hecho un escándalo, pero mi saliva sola bastó para atorarme.
- Que te lo gileabas abiertamente, el pata tuvo feelings y todo… mientras estabas con otro.

Bajé la mirada involuntariamente y le di un sorbo a mi botella sin ninguna elegancia: el amargo de la espuma era dulce a comparación del trago que Dom me había hecho pasar en dos oraciones. 

Me despedí pronto y en el taxi camino a la casa de Leo pensé en la poco sistemática pero efectivísima forma en la que se propaga la información de la vida mundana. Yo me había enterado del asunto de Camila y Dom a través de conversaciones semi –interesantes una tarde mientras comía sushi con mis amigos; Dom probablemente se había enterado de la historia de Óscar en alguna de las docenas de reuniones entre internos y residentes siempre hambrientos de chismes.

¿Acaso mi historia con Leo no ha sido y sigue siendo la comidilla de turno? Interna con externo, ambos con personalidades muy definidas y fama de raros: somos una pareja improbable por decir lo menos. En caso de que no haya quedado claro a estas alturas, la mayoría de mis amigos y en especial Qaleidoscopio (tengo un dolorcito opresivo en el pecho cada vez que lo menciono) no creen que debería estar con él. Admito que Leo es un gusto adquirido que a veces me desespera, pero nadie me abraza como él, y en el momento en que lo necesitaba no hubo nadie que me diese el cariño que él me dio. Así que sí, no será el más perfecto de los hombres, pero en el día en el que se jugaba el juego él vino (todo de azul y puestos los lentes) y jugó bien.

Leo ya había apagado las luces de su casa cuando llegué. Estaba sin polo, exhibiendo el cuerpo por el que trabaja tanto; sé cuán profunda es su disciplina y lo admiro por ello, aunque he de admitir que a veces su constante búsqueda de admiración me exaspera un poco. Abrió la reja sonriendo, y me abrazó con un brazo. El olor de su barba me embriagó de seguridad.

- ¡Hola! –me saludó, un tono de sorpresa fingida en su voz, como si no hubiera estando esperándome. Me sentí reconfortada: su tono predecible se sentía como un bálsamo.
- Hola. Pof. –dije abrazándolo. “Pof” es una abreviación que significa “te quiero” en su idioma.
- Pof. ¿Me ayudas a cortarme el pelo? Parece colifor. –dijo, ya entrando a la casa.
- Sí claro.

Me saqué las zapatillas en la sala y caminé hacia el pasillo donde está su cuarto, dejando huellitas blancas de talco en el parquet oscuro. Su mamá se había ido de viaje, como de costumbre, y su abuela ya estaba dormida.

Leo se sentó en la silla de su escritorio, extendiéndome un par de tijeras. Dejé mi mochila a un lado mientras escuchaba las instrucciones que tenía respecto a su pelo.  
- ¿Qué tal con Marcelo? –preguntó mientras se examinaba en dos espejos. Sonreí agradecida: usualmente Leo no extiende su interés más allá de él mismo o lo que le atañe directamente. – Pensé que te ibas a demorar más. ¿Estuvieron con Dominic?
- Sí, sí.
- ¿Y de qué hablaron? –dijo, aún mirándose en el espejo.

Sentí una discretísima forma de presentación de celos de su parte, y por algún motivo me hizo sentir peculiarmente halagada.
- De Camila. –respondí, mirando atentamente al reflejo de sus ojos. Se sobresaltó un poquito en los trapecios y los deltoides, aunque lo disimuló muy bien. – Dom y Camila. Sabías, ¿no?
- Maso. Creo que todo el mundo sabía en esa época.

Expresó cierto disgusto en las comisuras de los labios y desvió los ojos del espejo. No le gusta que le recuerde a Camila y a veces la critica espontáneamente, una muestra poco sofisticada pero agradable de lealtad hacia mí.
- Yo me enteré el mes pasado. –dije.
- Las mentes pequeñas discuten otras personas. Las mentes grandes discuten ideas. –dijo él, pretendiendo zanjar el tema filosóficamente. Sonreí, me acerqué a darle un beso y cogí las tijeras del escritorio.

Le corté el pelo mientras él me dirigía desde los espejos. Olía a recién bañado y el pelo le caía por la espalda, pegándose a su cuerpo. Cuando terminamos intenté sacar la mayor parte con una escobilla y fuimos a lavarnos los dientes para dormir.

El ritual que tenemos es uno de los más bonitos que yo alguna vez haya tenido, y definitivamente el que más ternura me despierta. Nos lavamos los dientes en el baño mientras él me da pataditas en las nalgas, repitiendo “monga” con el tono del niño pequeño que es en su alma. Me saco los lentes de contacto y dejamos la ropa doblada al costado de la cama, él haciendo poses de fisioculturista amateur tan graciosamente que no puedo evitar sonreír. Se echa en el lado derecho de la cama, aprisionando la manta debajo de su hombro, y yo me hecho en el espacio que queda, abrazados.
- Abrazo, apierna. –dice, y entrecruzamos las piernas antes de darnos un beso.

Dormir con Leo me tranquiliza; echados en su cama, la luz del poste por la ventana y acurrucada bajo su barba el resto del mundo guarda silencio y sólo existimos los dos. Por muy difíciles que sean los problemas que me esperan fuera de esa cama, mientras estoy ahí no pueden molestarme.

Nos despertamos con el sonido de buque que es su despertador. Desayunamos leche con polvo de proteínas sabor a vainilla, él en su taza azul y yo en la taza de panda que siempre me da cuando desayuno en su casa. Esquivamos exitosamente a su abuela, que insiste en llamarme “la chiquita” a pesar de que soy tres meses mayor que Leo y estoy un año más adelantada en la universidad. Caminamos de la mano hacia el Metropolitano, él agarrándose a los pasamanos y yo a su cuerpo, mi cabeza en su pecho, su corazón latiendo como un metrónomo lento y preciso. Nos bajamos, aún de la mano, caminando en la mañana del hospital que guarda tantos secretos. Eran las seis y cincuenta esa mañana cuando nos despedimos en la puerta del 4I.

Pasé a través de mi fila de pacientes, saludando con cortesía a la mamá de Marujita, mi paciente crónica. Entré al cuartito, que es donde pasamos la mayoría del tiempo que no estamos con los pacientes.

- Buenos días. –escuché detrás mío. Dom, con una sonrisa en la voz.
- Buenos días. –respondí, sin muchas ganas de hacerle caso. Abrí mi casillero y me acordé súbitamente de Alexander. ¿Cuál habría sido su casillero? ¿De repente ése?
- Ayer me pasé de la raya. –escuché. Su tono era neutro, descriptivo.
- Sí. –concordé, con la misma neutralidad.
- Te pido disculpas. Traje una ofrenda de paz.

Volteé a mirarlo y había dos cafés en la mesita donde hacemos las evoluciones.
- ¿Tregua? –preguntó.
Cogí uno de los cafés sin decir nada pero sin poder reprimir del todo una sonrisa.

A partir de ese día la relación entre Dom y yo se hizo más fluida, tal vez porque ambos habíamos destilado el veneno que teníamos guardado para el otro y en el proceso ganamos respeto mutuo. No digo que haya sido un intercambio particularmente maduro o adulto, pero cuando su rotación en el pabellón terminó seguimos reuniéndonos para almorzar.

A inicios de Setiembre Dom organizó una de las legendarias reuniones en su casa, una parrillada ecléctica en la que internos y residentes se reunían en pretendida armonía para conversar de lo mismo que conversan todos los días. Leo y yo ya estábamos haciendo macerados y nos aparecimos con uno de coca, yo en tacos, leggins de cuero y una chompa blanca holgada.

Si bien yo ya sabía que Dom estaba en el mismo Olimpo económico de Marcelo, me imaginaba que su casa sería más el templo de un dios secundario, no un Pérgamo en todo derecho. Cuando llegamos fuimos escoltados hacia el jardín, donde una parrilla perfecta estaba siendo manejada por un cocinero. Una barra blanca de empresa de catering era atendida por un par de barmen y el jardín estaba amoblado con asientos de cuero blanco. Saludamos a Dom y le dimos el macerado, que Dom agradeció con entusiasmo, pero no pude evitar sentirme como Felipito cuando le regaló una flor a Mafalda y dijo haberse sentido como si le hubiera regalado un terrón de azúcar a Fidel Castro.

Leo y yo estábamos en territorio ajeno, perfecto para abrazos que iban a pasar sin miraditas y besos que no iban a suscitar preguntas estúpidas. La música fue subiendo de volumen y el jardín se fue llenando de personajes conocidos y desconocidos. Leo se fue a conversar con otras personas mientras yo hablaba con ex residentes míos y otros internos. Se me acabó el primer chilcano de la noche y dejé el grupo en el que estaba para acercarme a la barra, mirando a mi alrededor.

Estar constantemente en el hospital, que es básicamente el objetivo del internado, te pone en contacto con algunas realidades y te aísla de otras. La realidad de la fragilidad humana es mi compañera de todos los días, la realidad de la escasez de recursos, el sufrimiento, la pobreza, lo poco que parece importarle la salud de la población peruana a los políticos que nos gobiernan, la realidad de que los que fungen de jefes no necesariamente saben más que tú: todas esas realidades son el universo en el que me muevo y en el que me siento cómoda, especialmente cuando se trata de Medicina Interna.

Pero esa noche caminé los ¿quince metros? ¿veinte? que me separaban a la barra de chilcanos y me choqué con una realidad con la que la vasta mayoría de peruanos no se chocan: Lima linda. Lima linda, que es como le digo yo, es la Lima que viaja al extranjero todos los años, veranea en Asia y come sushi para celebrar; la Lima para la que pagar lo que mis pacientes no pueden por una tomografía de emergencia es un precio más que aceptable por un par de zapatos.

Esa realidad estaba cristalizada en un grupo de chicas extremadamente bien arregladas que conversaban mirando intermitentemente sus celulares, sentadas con las piernas cruzadas y el pelo largo con reflejos rubios cayéndole sobre los hombros. Era imposible no notar la congruencia de su estética y su fonética, las Daisy Buchanan limeñas con voces llenas de dinero, el acento inconfundible de la clase alta limeña. Ellas son las bonitas que no necesariamente son bonitas pero se hacen bonitas en el racismo peruano que la identifica como blancas; ellas son las que están a la moda y bien maquilladas porque sus mamás, que han conseguido mucho de lo que tienen por haber estado a la moda y bien maquilladas, las acompañaban a comprarse zapatos elegantísimos mientras todavía estaban con uniforme de colegio. Ellas son las enamoradas, las futuras esposas. Ellas son lo que yo no.

Bajé la cabeza involuntariamente y de la nada recordé el rayadísimo Salmo 23: “y aunque camine en el valle de la muerte, no temeré”, acompañado a la foto de un pollo caminando frente a algún KFC. Sonreí la primera vez por la ironía de utilizar un texto sagrado para una ocasión tan profana, y la segunda porque al sonreír en ironía había contrarrestado lo muy intimidada que me sentía, así que se podría decir que me ayudó. Últimamente he estado flirteando un poco con el catolicismo en el que fui criada gracias a la enternecedora influencia de Leo.

- Nunca me dijiste por qué te interesaba la historia de Camila. –escuché detrás mío, mis manos apoyadas en la barra. Dom modula la voz en una forma innata, prodigiosa en seducir sin esfuerzo para luego dejar sin remordimiento.
- Empatizo con ella. –respondí en fingida compostura, sorprendiéndome al pensar que el probable futuro esposo de las chicas lindas limeñas se sentía mucho menos intimidante que ellas.
- Por favor. La desprecias. –se puso a mi costado, apoyando su espalda contra la barra. Bajé la cabeza, negando ligeramente.
- Empatizo con ella. –repetí. –Sé qué se siente ser el daño colateral de un pendejo.

Frunció el ceño y me dio una mirada escéptica.
- ¿Tú?
- La historia que crees conocer la conoces a medias. –respondí mirándolo a los ojos.  
- Ilumíname.
- Tú primero.
- No hay mucho que decir. No me gusta, nunca me gustó en serio, pero tampoco iba a desperdiciar la oportunidad.
- No eres ningún héroe.
- Exacto. –sonrió, aunque creí entrever una gota de vergüenza en su semblante. Soslayó su expresión con un sorbo de su nuevo chilcano y siguió mirándome, expectante.
- ¿Habría sido sólo una vez, o más? –pregunté. El barman dejó mi chilcano en una servilletita frente a mí.
- No sé. Fácil. –miró al costado y levantó la mano en un saludo inespecífico.
- ¿Un año, tal vez? –continué, en voz más alta, y volteó a mirarme de nuevo.
- ¿Un año? Ni cagando. Yo nunca terminé con Mariana.
- Yo nunca estuve con Alexander. –dije, y le di un sorbo a mi chilcano. Nos miramos fijamente. –De tu cole, Medicina Cayetano.

Demoró unos segundos en atar cabos y la sorpresa se dibujó en su cara.
- ¿Alexander DeLarge?
- Un año. Óscar fue mi intento de darle celos. No funcionó. No me quería.

Le di otro sorbo a mi trago y miré rápidamente a mí alrededor. Leo conversaba con Marcelo no muy lejos de ahí.
- Bueno, ya tenemos nuestros tragos. –dije, forzando una sonrisa.
Me escabullí rápidamente y al llegar a Leo lo abracé, escondiendo mi nariz en su brazo. Me abrazó de vuelta, inconsciente de mi agitación. La dulzura de su fuerza me acogía, librándome de enfrentarme a lo incómodo.

Poco después las personas empezaron a bailar y yo comencé a mover los hombros en Glasgow, de David Guetta. Sentía las ganas de bailar que están entre las hijas naturales de la música y alcohol (de todas las hermanas una de las menos peligrosas), pero también sentía cierta nostalgia por las épocas en las que no tenía enamorado o en todo caso a alguien que fungiera de uno. Recordé las fiestas con Josema que invariablemente comenzaban en San Isidro y terminaban en Miraflores, en las que siempre conocía a un pata que terminaba de personaje de cuento en mi blog.

- Oye, ¿Dom no tiene flaca? –me preguntó Leo, regresándome a la realidad.
- Claro. Mariana. –respondí sorprendida, tal vez un poco avergonzada.
- Bacano.
- ¿Por? –pregunté. Sus ojos apuntaron a una mesita de tragos, en una esquina poco iluminada del jardín.
- Mira.
- La puta madre.

Hice el ademán de levantarme pero el brazo de Leo se me puso de baranda, tocándome ligeramente el muslo que él tenía más lejano.
- No es tu roche.
Sus ojos enormes me miraron, casi una advertencia. El silencio hacía eco, como subrayando una sugerencia que mi docilidad escuchó como orden.
- True.

Ni Dom ni yo hicimos alusión al asunto en la extendida recapitulación de la fiesta en el hospital, a pesar de desmenuzar concienzudamente sus pormenores. El siguiente miércoles en la noche yo ya había sacado a Rex a pasear y estaba echada en mi cama viendo tele, la mayor parte de mi pizza casera en el refrigerador. Mi mamá todavía no regresaba de su guardia, eran casi las nueve de la noche y mi celular sonó. Dom.
- ¿Aló? –contesté.
- Hola ¿Estás en tu casa? –preguntó. Su tono era animado, tenía una sonrisa en la voz.
- Sí. –respondí, con la misma sonrisa en los labios.
- Toy cerca. ¿Te caigo?
- Cáeme.

Me levanté de la cama preocupada por el estado calamitoso de mi buzo y mi cara lavada. Me puse rímel, ropa y una casaca encima, y no pasaron más de tres minutos entre la tela en mi espalda y el sonido del timbre en mis oídos. Estaba a punto de abrir la puerta de la sala cuando escuché la llave de mi mamá en la reja.
- Buenas noches, señora. –escuché, la puerta entreabierta. –Soy Dominic, un amigo de Gabriela. Espero no molestar.
Abrí la puerta del todo.
- Hola mami. –dije, con la mejor de mis sonrisas.
- Hola, hijita. ¡Pasa, pasa! –le dijo con reconfortante confianza a Dominic, que bajó la cabeza en un gesto muy cortés. – ¿Ya sacaste a Rex? –continuó, mirándome.
- Sí, hice pizza también, ¿quieres?
- No, no, coman ustedes nomás.

Mi mamá entró a la sala con su paso corto, abarcándonos en una mirada amable pero perspicaz, muy parecida a la que me dio cuando se enteró de Óscar en la época de Alexander.

Dom entró a la sala con un porte majestuoso: estaba en zapatillas, jeans, un polo verde agua y una casaca ploma, pero había algo muy elegante en la forma en la que se llevaba.
- ¿Qué hacías por aquí?
- Vine a visitar a Guti, ¿pizza? –preguntó con los ojos muy abiertos y las cejas levantadas, rompiendo el hechizo.
- Pizza. –respondí, asintiendo con la cabeza.

Entramos a la cocina, Dom mirándolo todo con curiosidad. Abrí la refrigeradora, él la congeladora gemela y jaló algunos cajones, husmeando. Como si me leyera la mente cerró la puerta, sobresaltado.
- No te molesta que mire, ¿no?
- No. –sonreí. La rigurosa (obsesiva) organización en la que mi mamá mantiene mi casa es digna de ser vista.
- Estaba escuchando a Sinatra en el carro. –dijo, sentándose en una silla. –No sé por qué me hizo pensar en ti.
- ¿Qué canción? –metí tres pedazos de pizza en el hornito.
- My way. Una pregunta, ¿quién es el pata que siempre aparece en tus fotos de portada?
- ¿Has estado stalkeando mi Facebook?
- ¿Qué, pensabas que era un deporte exclusivamente Cayetanense?
Nos reímos en complicidad, mirándonos a los ojos.
- Qaleidoscopio. –respondí.
- Qaleidoscopio. –repitió.
- No estamos en un buen momento ahorita. –el hornito hizo “clin” y me puse un par de manoplas para sacar la pizza. – En realidad no nos hemos hablado desde que regresamos de Pozuzo.

Guardamos silencio, el ruido de mi colocar los pedazos en los platos protagónico y deliberadamente alto.
- ¿Y qué tal Pozuzo, vas a hacer tu SERUMS ahí? –dijo respetuosamente después de un tiempo prudencial. Me encantó que a pesar de ser usualmente tan incisivo hubiese entendido que el tema Qaleidoscopio era demasiado serio para bromear sobre él.
- No voy a hacer SERUMS. –dije, forzando una sonrisa. Ése tampoco es un tema fácil para mí. –La verdad no sé qué voy a hacer después de la universidad. Se supone que me voy a ir a USA; es la única forma de hacer especialidad y no hacer SERUMS.
- No es la única forma, pero te entiendo, el SERUMS es una mierda. Aunque si te vas con alguien es tolerable. Guti y yo, por ejemplo… –levantó la mirada y entendió en ese instante que mi versión de Guti no estaba disponible y él estaba metiendo el dedo en la llaga inadvertidamente. –La pizza está increíble, ¿en serio la hiciste tú?
- ¡Sí!, Marcelo me pasó la receta. –dije, cerrando el tema con entusiasmo.

Qaleidoscopio, Pozuzo, SERUMS, Leo. Durante el último año y medio se me ha acusado de insensible y debo admitir que lo he sido. Mi insensibilidad, a veces rayana en crueldad, es la razón principal por la que no he hablado con Qaleidoscopio desde que regresamos de Pozuzo.
Podría decir que Pozuzo tiene la culpa de que haya decidido no hacer SERUMS. Haber salido de madrugada con un papel higiénico en la mano y una almohada en la cara para silenciar mi llanto a gritos definitivamente no le da puntos a favor, pero tengo que admitir que la culpa no es de Pozuzo, mucho menos de Qaleidoscopio. Lo que pasó es que en Pozuzo las mentiras que me había estado diciendo a mí misma para mantener a raya el dolor dejaron de funcionar.
Quiero dejar algo en claro: yo quiero a Leo. Cuando estoy con él y me abraza, cuando me escondo debajo de su barba, cuando dormimos juntos en su cama, en ése momento no hay ayer ni hay mañana, y yo lo quiero, lo quiero muchísimo. Pero la razón por la que salí llorando esa madrugada es que me di cuenta de que por mucho que lo quiera, por mucho que lo quiera querer, mi piel sigue llena de cicatrices con forma de dedos. Y esos dedos son los de Alexander.
He sido y sigo siendo insensible con el resto porque yo misma siento que estoy sangrando, estoy llorando amoratada en el piso frío y no puedo decírselo a nadie porque quiero a un hombre al que no le importo. Además, ¿cómo puedo pedir compasión sabiendo que yo soy traidora? Estoy con Leo aunque sé que lo dejaría en el instante que Alexander viniese.
Como dije antes, me gustaría ser una heroína que inspirase coraje, me gustaría haber remontado el más doloroso rechazo de mi vida con sabiduría y fortaleza, me gustaría no haber herido a mi mejor amigo y no haberme metido a una relación con un chico muy brillante pero con el que soy obviamente incompatible.
Dom y yo terminamos lo que quedaba de pizza y lavamos los platos. Fuimos a la sala y él conectó su iPod al equipo. Hacía frío de Lima de nuevo y estiró su brazo, mirándome en una invitación a que me apoyara en su hombro. Lo hice y me tocó el pelo, acariciándome la cabeza un poquito.

- When you try your best, but you don’t succeed… –empezó a cantar Dom, volteando a mirarme. –When you get what you want, but not what you need…
Sonreí con pena. Esa canción me hace acordar a Alexander.
- When you feel so tired that you can’t sleep… ¿Quieres bailar?

Dom me ofreció su mano, sonriendo. La cogí y nos paramos el uno frente al otro en la alfombra, y él levantó la mano que le había tomado hasta ponerla detrás de su cuello.

- And the tears come streaming down your face, when you lose something you can’t replace. When you love someone but it goes to waste… –canturreó, bajando su cabeza hasta mi oreja. – Lights will guide you home, and ignite your bones, and I will try to fix you.

Fue el momento, el frío, su olor. Fue el sonido de su voz susurrándome, como si fuese un trovador cantando a propósito la historia que yo había vivido, un Hamlet recreando en escena lo que había sido real. Fue el silencio en la canción, fue que no había podido decírselo a nadie, fue que lo que siempre callaba llenaba mi cabeza casi todo el tiempo. Volteé la cabeza y acerqué mis labios a sus oídos.

- Alexander se va a ir a USA. Y también hizo su rotación de Medicina Interna en el 4I. –susurré.

Me abrazó, cogiendo mi cabeza con una mano y apretándola contra su pecho, mis lágrimas luchando encarnizadamente para derramarse en ríos, mi cara a punto de romperse en un sollozo.

- Yo tampoco sé qué carajo hago con Mariana. –susurró de vuelta.


Inspiré profundamente, balanceando mi cuerpo junto al suyo. Seguimos abrazados por un largo rato después de que se acabó la canción.

viernes, 11 de mayo de 2012

De física, Dios y su mecherísimo arcángel Miguel

El asunto de mi agnosticismo empezó con una botella de Kola Inglesa, cuando tenía 8 o 9 años. Estaba mirando la botella, absorta, mientras me decía muy lentamente que la gaseosa no se caía porque estaba contenida en la botella. ¿Pero por qué no se caía el mar, si no tenía botella? Imaginé en ese momento toda la inmensidad del mar y alejé rápidamente el pensamiento, con temor a que me engullera. ¿Por qué no se caía el mar? ¿Por qué, si la tierra era redonda, no se chorreaba por los costados? Lentamente una palabra que había leído en el diccionario cobró sentido, aunque en una escala mucho más compleja de lo normal. Y entendí en ese instante el concepto de gravedad. 



Newton y sus fórmulas me sedujeron, al punto de escribirlas como el nombre de mi (inexistente) enamorado en las últimas hojas de mis cuadernos. Era imposible, intolerable que un hombre, Asperger sospechado y misántropo conocido, hubiese penetrado el código de lo impenetrable, hubiese empezado a conversar en la lengua de Dios. Philosophiae Naturalis Principia Mathematica me parecía mucho más Palabra del Señor que una biblia en la que el protagonista entraba en berrinches e inundaba el mundo, se dividía cual insconsciente de Freud y cometía filicidio por neglicencia y para colmo se ofendía en su extraordinaria magnificiencia porque alguien no había ido a celebrar su Santa Resurreción domingo a domingo de fiesta de guardar. 


Colegio de monjas así que mejor calladita, aunque siempre se me salía el comentario de más. Evangelion no ayudó, con los ángeles que venían a destruirnos, aunque yo siempre razonaba que para el bienestar del mundo mejor sería que sí, que nos mataran. Que éramos lo peor que le había sucedido a la Vida, profanando su equilibrio, su perfecto bienestar. Después de Newton vino Einstein, Hawkings y un descubrimiento mas bien tardío de Max Planck. Los comentarios de mi papá resonando en la distancia, que el cerebro humano es lo más cercano a la perfección que la naturaleza pudo llegar. Y que lo perfecto es enemigo de lo bueno. ¿Y acaso el cerebro y la mente humana no eran lo peor que le había pasado a la naturaleza? ¿Acaso no se habían vuelto enemigos? 


No mejoró cuando empecé a estudiar la historia, concilio tras concilio, papa tras papa, siempre lo mismo, siempre igual. ¿Quienes era los bárbaros, quiénes los cínicos? ¿Ante quién me iba a confesar? ¿Quién podía perdonarme, quién castigarme? La teología se me hacía cada vez más irrisoria, y el peso de la trascendencia se perdía una vez más. ¿Qué importaba, si yo estoy hecha de células hechas de moléculas hechas de átomos que son nada en un 99.9%? ¿Qué soy yo, sino nada? Y si mis cuantos a veces existen y a veces no, ¿qué dice eso de mi existencia? Ya no hablemos de juicios ni de infiernos ni de cielos. ¿Dónde está Jesús, dicho sea de paso? A la velocidad de la luz hace 2000 años ni siquiera habría dejado la Vía Láctea, y ya que resucitó en cuerpo y alma, ¿su masa se habría hecha infinita? A menos que hiciera un puente de Einstein-Rosen, y ya que es dios... o la proyección freudiana del id del dios asesinado... nacido de una virgen, ¿partenogénesis? Ya no peques de ingenua, ¿pero quién iba a castigar semejante pecado, la verdad?



Tenía 17 años y estaba en búsqueda de un marco mío propio moral. Porque el hecho de que no haya dios no quita que haya cosas malas, buenas, y las que no son ninguna de las dos. Tampoco quitaba que de vez en cuando mirara al cielo y dijera gracias, o que en la música encontrara algo que creo que es muy parecido a lo que encuentran los fieles en la oración. Pero lo de las gracias es un rezago de infancia, casi como mi cola perdida de cuando era embrión. ¿Y cómo culpar a la música de ser tan perfecta si habla en matemática, que tampoco existe, como escaleras que se caen después de llevarme al techo? Ideas, no tangibles, no punibles, no admirables. ¿Qué es real, al final? Vale igual que estemos en The Matrix o en el decadente mundo real. 

Pero ayer haciendo evoluciones en piso (ajeno) mi muy razonada, relajada y confianzuda certeza tambaleó por la metafórica reencarnación del mecherísimo arcángel Miguel. Inocente él, agradeciendo en plena consciencia la intervención divina en hechos perfectamente justificables, metió el sable en el único punto flaco de mi blindadísimo ateísmo. El muy audaz se atrevió a llamarme angelito, y por ese instante mi amígdala se zurró en mi corteza y dijo perfectamente clara, que si yo era su angelito entonces era innegable que existía Dios. Años de cultivar ecuanimidad, de rechazar fanatismos y disecar cuidadosamente la moral de la religión se fueron al tacho. Yo, un angelito. Punto para Dios.

Claro que hay explicaciones. Que la oxitocina mi vieja amiga, que los neurotransmisores, que las dendritas invasoras. ¿Pero y los cuantos que se separan y que sin embargo comparten información a galaxias de distancia? ¿Y la dualidad cuántica visible, y el ser y no ser? ¿Qué acaso eso no es el dios del que los otros (ellos) hablan, que es y no es? ¿Y si... y si... y si mejor me dejo de cojudeces? 

Es que no creo ni quiero creer en un dios que se ofende si no lo alabo, porque mi dios sería tan grande que no necesitaría que un coro le esté diciendo que es lo máximo todos los días mientras arde de admiración por toda la eternidad. No creo que mi dios sea más dios porque en un momento fue humano, por lo menos no más dios que si hubiera sido celecanto o libélula. Pero de repente sí existe dios, y todavía no lo descubro.  Quizá esto no sea más que la pelea invertida (rociada con pisco y en marco de fisiopatologías) entre el arcángel Miguel y una autoproclamada Lucifer. Porque esta vez él lucha por meterme de nuevo al paraíso que tan despectivamente abandoné. 

Porque esta lucha, que probablemente el mecherísimo varonazo con el que contiendo gane, me convenza que tras esa nada que 99.9% soy, existe trascendencia. Que tal vez, y sólo tal vez, ahí se encuentra Dios.

lunes, 23 de abril de 2012

Roger & Me

Era una fiesta con Josema, para variar. De esas que empiezan en San Isidro y terminan en Miraflores. ¿Algo más? Bueh… también hablaba inglés. Pero esta vez no era drug dealer.

Ubicándonos un poco era viernes de noche, como la vez pasada ya más de un año atrás. Tacos blancos, vestido rosado de lunares, escote, strapples, vincha y delineador. Vodka de Pharmax, jugo de pera de Gloria, jato de franceses de intercambio en la que la palabra “fashionista” me parecía tan apropiada como “tibio” para describir el sol. ¿Se entiende? El pata… era de Estados Unidos. De Flint. Michael Moore, anyone? Esta es la historia de Roger & Me.

Mis amigos lo miraron de arriba a abajo, cuando se acercó. Pinta de gringo tenía de aquí a la otra cuadra, y los dos (amigos míos) están tan hechos a la Europa vieja que todo lo que repte a este lado del atlántico es motivo de arrugada de nariz, sonrisa comedida y un “aj” que generalmente no necesita nada más. Pero, puestos a ello y sin ganas de matar ya tantas neuronas atraqué al gileo y sonreí un poquito de más. “Por lo menos no le des nuestro vodka, es un ladrón de trago.”, fue la única advertencia. O.K. Nada de trago. Como si lo necesitara.

Detalles, que bailamos un rato, me contó maso su vida y yo le mentí maso la mía. Que nos fuimos a Larcomar en un micro atestado de Australianos preciosos y fumadísimos, y que aunque el plan era Gótica nunca llegamos a entrar. Y sí… la hicimos larga para las cuatro cuadras que son hasta mi casa.

Grande fue mi sorpresa al día siguiente cuando me llegó un mensaje suyo invitándome a salir. Pero mi destino del día era sala de partos, y le dije que no, dejando la posibilidad abierta un poquito nomás. Peor mi sorpresa el domingo, que me volvió a escribir, ahora para cenar. Caminamos un rato de parque en parque de por mi casa, algunos silencios incómodos pero la firme determinación de su parte de conocerme. Escéptica como me enseñó a serlo el putísimo febrero 2012 (gracias en gran parte a la colaboración de Alexander DeLarge), inicié un ataque a medio motor con las típicas repelentes insinuaciones de estar en plan de una relación de verdad, pero el Roger de Flint no se espantó. Es más, siguió caminando. Y me preguntó si quería salir una vez más.

Google chat va, google chat viene, el lunes en la noche estaba en el Terrazas no-viendo el partido de tenis de turno con su Roger más. Y empezó la duda. Alexander DeLarge me había dejado hacía tres semanas, y yo había sentido el dolor en toda su honestidad y sin nada de anestesia. El punto de quiebre lo determinó una canción de reggaetón en mi (nuevo) iPod y un poema de Luis de Góngora en las últimas páginas de uno de los libros de Pérez-Reverte sobre El Capitán Alatriste. Un sacerdote culterano del siglo de Oro español hablando sobre la fugacidad de la belleza y de la vida, de la necesidad del disfrutarlos antes de que se todo se convierta “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada” y un reggeatonero narrando que “…hoy voy a hacerte olvidar, el pelo te soltaré, haré una historia con tu cuerpo que en tu mente plasmaré” si la chica en cuestión lo aceptara. Carpe diem. Let’s do it.

Cordero era la palabra que más se me venía a la mente, arreglándome. Polo azul, shorts gris claro (no tengo beige, que hubiera sido perfecto), sandalias del color de mi piel, aretes, pulsera y anillo. Engalándome como un cordero a punto de ser sacrificado, un tributo a lo Catniss Everdeen. Cada paso se sentía como entrar voluntariamente al matadero. Pero como siempre digo, para ganar es necesario invertir.

Roger me soltó el pelo ese martes. Y, sorprendentemente, le hizo olvidar a mi mente la historia que mi cuerpo había plasmado en ella, las cicatrices los dedos de Alexander, aunque fuese sólo por un momento. Hubo un predecible aumento exponencial en el flujo de SMS post. Oh, baby, it feels so good. Too good.

Es rico gustarle a alguien. Subir el volumen y dejar los hombros caer, reír, mirar a los ojos y saber. Simplemente saber. Bembos con ají y kétchup, malecones de la mano, rones, hielos. Amigos, piscos, porn-star wannabes, confesiones de madrugada de viernes santo y mundos pequeñísimos. Sí. Todo eso es genial. El problema, como siempre, son las emociones. Que no llegaron a los extremos del controversial Noviembre 2011, pero sí hicieron acto de presencia.

El inicio del fin fue una guitarra, protagónica frente a la pared blanca de su cuarto. Le pregunté si tocaba, y me dio un concierto de tarde de otoño que se resiste a dejar de ser verano. Las cuerdas hicieron vibrar el aire que hizo vibrar mis tímpanos, cuyo ritmo calmó los latidos de mi corazón y me dijo que escuche, que no hable. Porque esos dedos me estaban contando una historia que no era mía para ser interrumpida. Porque dentro de mi Roger de Flint había mucho más de lo que habría sospechado. Más de lo que, siendo honesta, me había importado.

Me quité el anillo ese día y terminé apresurándome hacia el ascensor, casi corriendo las diez cuadras hasta mi casa, avergonzada, impúdica, atestada de culpa. ¿Tan rápido había olvidado a Alexander? ¿Había concebido, había dejado traslucir algún sentimiento? ¿A quién engañaba? Yo no estaba bien. Yo no podía querer. ¿Por qué quería mentirme? ¿Ignorar las lágrimas que había llorado un día anterior? Roger no era para mí, así como yo no era para él. ¿Pero acaso había sido yo de alguien? Esa lealtad a Alexander que sentía haber traicionado, ¿acaso no era ficticia, inexistente? ¿No había sentido el denigrante sabor de metal en mi boca, la metafórica sangre en mi espalda? ¿Qué no recordaba bien? Había sido rechazada por el aristócrata. Suplida. Sorry.

El mío fue un mail de disculpas superficial, tentativo. La respuesta de Roger fue extensa, larga como la racha de emociones que la tarde de guitarra suscitó. Honesta. Lloré un poquito al recibirla. Un poco más al responderla con igual de honestidad.

Me respondió que lo había sorprendido. Que había roto la cajita de vidrio en la que tan diligentemente me había encasillado, que había volado su mente, que le había recordado que las personas interesantes se encontraban en todos lados y que había una razón para emocionarse. Si era verdad o caricias profilácticas al ego de una probable mujer despechada, no lo sé. Lo que sé es que reboté. And just like that, curé.

Al día siguiente salí, y sí, plan Ferrari, mi esencia es así. El siguiente viernes estaba yo con mi falda de lentejuelas mate, polo con apliques tejidos, la misma vincha y los tacos blancos, caminando en busca del limón, abrazada fuera de la reja por uno que no me quería dejar ir. Y es que enamorarse, como me enseñó Roger, no es el único final feliz.

martes, 10 de abril de 2012

Humores

Últimamente me estoy bajando en el paradero Ricardo Palma del Metropolitano, aunque no es el que queda más cerca a mi casa. Aparte de caminar, que me encanta, lo hago porque me gusta mirar a la gente. Cada uno tiene sus motivos para el people-watching, y el mío es muy simple: crearme primeras impresiones.

Puede que no suene muy políticamente correcto, pero la verdad yo no soy objetiva. Y en los últimos años he estado cultivando esta subjetividad. Jugando al error a veces se llegan a conclusiones correctas, como Max Planck y sus cuantos "discretos" de energía. ¿Qué si asumo que la gente está hecha de pedazos "discretos", posibles de ser ordenados en formas predecibles, si bien nunca perfectamente imitables? Probabilidades, matemáticas inconscientes, instinto, prejuicio. Nunca he sido orgullosa, de eso doy fe. Pero sí, estoy llena de prejuicios.

Nada es absoluto, evidentemente. Newton no discrimina entre la pelota que rebota en el vagón del tren y la que rebota en la vía afuera, y yo no discrimino sobre quién es bueno y quién es malo. Todo es relativo, hasta el mismo tiempo, como al mismo tiempo una persona puede ser el amor de la vida de alguien y la maldita perra de otra. El prejuicio, una vez aceptado, me libera de tener que justificar mis juicios de valor ante alguien. Vale decir "yo creo que es así" y darle a los otros -ellos - la libertad de dejarme persistir en mi error.

Va en orden descendiente, parece. Primero lo que veo. Con las personas de en Larco nunca llega más allá, pero es suficiente. Adivino formas, historias, sonrisas, escribo cuentos en mi cabeza de los que ellos son personajes, nunca protagonistas. Cada uno esconde miserias y maravillas de que sus cuerpos sugieren, sus medias sonrisas, sus hombros caídos. A todos los entiendo cuando no me importan. No me ciego.

Escuchar viene después. Escuchar con los ojos cerrados y con los ojos abiertos, ver cómo la verdad se delata en las comisuras de los labios, en las cejas, cómo sube un tono, baja otro, una letra se hace larga y se dice a sí misma que no. Que no es cierto, que está mintiendo, que es sólo un mecanismo de defensa para que el otro no se de cuenta. Escuchar involucra no hacer preguntas, dejar que cada uno cuente su historia, que la maquille, que la mienta, la deconstruya. Lo más importante no es lo que dicen, sino lo que quieren comunicar. Lo más importante no es la mentira, sino el por qué quieren mentir. O por qué quieren confiarme una verdad.

Lo difícil son los olores. Porque puedo cerrar los ojos y no ver, puedo ponerme el iPod y no escuchar. Pero una vez que un olor se mete dentro no sale. Para oler a alguien tengo que estar cerca, muy cerca, y un olor nunca puede callarse u ocultarse como un grano o una mala noticia. Detesto el olor de las personas del Metropolitano, las personas que no conozco y que tampoco quiero conocer. Es una cercanía forzada, personas que sólo me interesaría ver de lejos, con pinzas. Sin embargo no es el sudor mismo lo que me da asco.

Mi mamá les llama "humores", y me gusta esa palabra, porque involucra tanto sentimiento como olor. El humor es lo que sale de adentro, la máxima expresión de realidad. Mi prejuicio es máximo cuando se trata de los humores, y me involucro emocionalmente sin opción a dudar. O me gustan o no, no hay un punto medio. Aceptación o rechazo. Y la gran mayoría del tiempo es rechazo. Lo cual no es un problema.

El problema es cuando los acepto.

El problema fue cuando el tinte ácido del sudor del chico que estaba sentado en el sillón me gustó. Y cuando aprendí que el miedo también olía, el mismo miedo que su boca callaba y del que sus manos daban pistas. De eso hace años, pero nunca lo he olvidado. Cuando aprendí que lo que sale de una persona es el verdadero (adorable, despreciable, ineludible) yo.

Soy prejuiciosa porque las primeras impresiones de los humores no cambian. No hay secretos revelados, no hay versiones ni interpretaciones. Son. O no. Los humores no son sujetos a objetividad ni a razones. Por eso siempre les creo. Y me duelen cuando los pierdo, me desgarran cuando los extraño. Se meten debajo de la piel, y ahí se quedan siempre. Aunque me digan que los olvide, que los deje ir, que no valen la pena. Son ellos, míos. Como yo fui en un momento de ellos. Como (para qué engañarnos) lo sigo siendo.

domingo, 5 de febrero de 2012

Soundtrack 2011 - IV (Q4)

The best was saved for the last. Yes, it took me a long time, but i'm on the hospital all day.

Corner - Allie Moss
Sometimes i just want to be good, for someone. But it's very rare when they actually let me. This is one of those very rare, very precious times.


Rolling in the deep - Adele
Decidir es fácil; lo difícil es asumir las consecuencias. Especialmente cuando se supone que es lo mejor para mí.


Strangers in the Night - Frank Sinatra
Fue un 12 de Noviembre, yo con vestido blanco, intentando olvidar la verdad. Pero no pude. Óscar no era Alexander; era sólo un patita romanticón intentando hacerse el patán. Fue una cita muy linda, pero terminé llorando, porque por más borracha que estuviese (él) nunca iba a ser su igual.
https://www.youtube.com/watch?v=hlSbSKNk9f0&spfreload=10

For now - Thomas Feiner
You tell me, my love: it's not love if it's not forever. But let me tell you; a scene can be much more to remember than the play itself. - Nightwish


Fix you - Coldplay
Nunca son las palabras. Muy pocas veces los hechos. Lo que duele es lo que comunican. Por lo menos a mí me duele. 


Call your girlfriend - Robyn
When music possesses me, i don't care whether it was meant to be happy or sad. 


The Blue Cafe - Chris Rea
"Are you dating him?"
"No! He's married. And so are you. You shouldn't be saying that."
"I'm not dating you. Yet."


Flaws - Bastille
When love is so great it transcends the two people who initiated it, a family is forged.  


I'm a fool to want you - Billie Holiday
Love and pain are the places where the best music comes from. She embodies them both.


Lewis and Clark - Tommy Emmanuel
I think that if your love (all that it is, with its quirks and glories and flaws) was to be made a song, that song would be this. Ich habe dich nicht gebeten zu bleiben; doch du bist geblieben.


No Beef - Afrojack & Steve Aoki ft. Miss Palmer
https://www.youtube.com/watch?v=LWlmVW3xWM4

Breathe 2am - Anna Nalick
My best friend, Stephany King and me singing along coming back from the hospital somewhere along Av. Arequipa, unfathomed by the traffic and happy, very, very happy. https://www.youtube.com/watch?v=U2yiphu8Ff8

Not as many as former quarters, i know. But don't be fooled by the numbers.