martes, 29 de agosto de 2017

Cuando querías irte

Cuando querías irte pensabas en el dolor.
Te traspasaba como el aire que respirabas
(poco aire, dicho sea de paso, mucha sed),
la sonrisa rota que inopinadamente era parte de tu propio ser.

Cuando querías irte llorabas a gritos,
cantando las lágrimas que querías callar.
Cuando querías irte llorabas porque no tenías raíces,
ni credo ni himno ni canción para entonar.

Cuando querías irte bailabas en la noche en tu cuarto solitario,
imaginando las fiestas que luego tu alma iba a gozar.
Cuando querías irte dejabas que tu cuerpo dictase el ritmo
al que tu mente iba luego querer bailar.

Y en esas fiestas imaginadas, esas euforias ofrendadas,
encontrabas uno de los pocos momentos en lo que cual actriz
inefable, innegable, imprescindible ireemplazable eras
en tu mente (y tu esperanzada imaginación) feliz.

Y cómo no extrañarlos ahora que la luz inunda,
que el fuego incendia las venas que antes no conocían calor.
Cómo no recordar los muchos años que cerrar los ojos
era la única forma de callar el dolor.

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