viernes, 4 de febrero de 2011

La relatividad del amor


A veces pienso que Albert Einstein estaba enamorado cuando formuló su teoría de la relatividad. Es que todo tiene sentido. Por ejemplo, el efecto de la gravedad sobre la fibra espacio-tiempo. Sin planetas (o algo con la gravedad suficiente como para hacer que algo orbite a su alrededor), la fibra espacio-tiempo es algo más o menos así.
Todo recto, todo limpio, estrellita insignificante por aquí, estrellita insignificante por allá. La vida transcurre tranquila, las líneas paralelas nunca se cruzan, las amistades pueden seguir contando contigo para un café, la balanza no cambia drásticamente.

Sin embargo, el equilibrio se rompe, no con un planetita pichiruche, sino con un estrellón que deja al sol lamiéndose las heridas el algún lugar de la galaxia. De repente, el espacio-tiempo se curva y ya nada es igual. Sin  darnos cuenta, somos un planeta en órbita de este todopoderoso nuevo sol.
Le intentamos hacer creer a la gente que nada ha cambiado, que todo sigue igual, que seguimos en la misma dirección de antes. Y, la verdad, visto de una manera acuciosa, seguimos en el mismo paralelo que antes nos llevaba adelante. Pero recordemos que en este universo las líneas paralelas sí se llegan a encontrar al final.

De pronto, todo lo empezamos a triangular en torno a él (o a ella, dependiendo del caso). El cine que queda cerca a su casa, la pizzería, la avenida, el micro, la farmacia, el Plaza Vea, el Wong, el parquecito ése, el paradero. El espacio se hace relativo, y el tiempo no se demora mucho en empezar. Lo que en nuestro reloj son quince minutos con él, el reloj de los no afectados por la curvatura del espacio-tiempo que nos concierne dice que son cuarenta y cinco. Y no hay que ser Einstein para darse cuenta que cerca a él, todo corre más lento; con excepción del corazón.

Entonces en nuestros ojos se puede ver un brillo como de estrella, y la luz se irradia de las miradas hasta el final del universo. Nuestra masa se incrementa de tanto postrecito y salidita; el amor engorda, esa es una verdad inconstrastable, y entre tanta masa y luz, bueno, la energía no hace ascos en venir.
Pero a veces tanta energía se sale de control, y todos sabemos que la bomba atómica a veces se queda chiquita comparada con la explosión cósmica que sale del "¿que tu mamá te dijo qué de mí?" o "¿no te parece un poco obsesivo que me llames todos los días?"

Puede ser cuestión de segundos o de años. El final, casi siempre, es el mismo. Y, como los agujeros negros, se sabe que están ahí y que absorben todo; pero no se les puede ver.

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