Me quiero ir de nuevo, como hace años. Me quiero ir a un lugar en que no
hablen español y que nadie me conozca y pueda llorar sin vergüenza. Otra vez
quiero tener hambre de comida y de Perú, de internet, de cariño. Quiero
vagabundear sola en tardes que no sean de malecón. Encontrar refugio de la
lluvia en una quinta. Robar wifi en un café. Desayunar queso y tomates al borde
de un río.
Quiero conocer gente nueva y tener conversaciones profundísimas con ellos
sabiendo que nunca más los voy a volver a ver. Guardar recuerdos entrañables de
desconocidos en los que confié y no me defraudaron. Quiero parar. Parar la
cadena de acontecimientos e irme, huir, volver a ver esos atardeceres a las
diez de la noche, las sonrisas de los ancianos que entendían perfectamente qué
es ser joven.
Quiero enamorarme de las nubes en el cielo y las flores que crecen en las
piedras de iglesias mucho más antiguas que mi fe. Cerrar los ojos, estirar los
brazos y sentir el viento haciéndome cosquillas en la nuca; escuchar canciones
a las que unía con una cerveza en la mano, un lunes de noche de verano en una
plaza. ¿Por qué tener un motivo para celebrar? ¿Por qué necesitar una razón
para ser feliz? Quiero olvidar, dejar ir, dejarme ir.
Quiero volver a cocinarme, a extrañar, a disfrutar de esos pequeños
contactos, de esos roces entre las yemas de los dedos. Quiero volver a abrazar
a Hildrun saliendo del tren en Weil der Staat. Volver a perderme en los bosques
de Bayern con Mi Elfo, cenar con Kosti y Hammad, bailar hasta el amanecer con
el Dr. Schneider. Quiero regresar al cumpleaños de Maxim y volver a conocer a David,
volver a escondernos detrás del estrado, debajo de ese árbol, al costado del
jardín de niños, él con su gabán a cuadros y yo con mi vestido negro.
Quiero volver a jugar a las escondidas en los museos de Florencia, ampollas
incluidas, quiero volver a tropezarme porque el Ferkel angurriento del Elfo me
cubría los ojos para que no vea al David de Miguel Ángel. Quiero entrecruzar
los dedos con Pon Pon y volver a despedirme de él, aunque esté borracho, quiero
volver a correr en la noche a tocarle el timbre y al final no hacerlo. Quiero
echarme en un jardín a contar las estrellas.
Pero la Gabriela que fue a Alemania nunca va a regresar. La chibola que se
ponía una manta de capa y fingía ser un vampiro quedará riendo en un recuerdo.
Stuggi y mi grito de Freiheit, Calw y el Cubar, Stammheim y el fest, Holzbronn
y David, esa película malísima con Johnny Depp hasta la madrugada. Hirsau y la
caminata por las cascadas, Johannes sin zapatos, El Altote rescatando un par de
canastas abandonadas. Regensburg y el Heim, Tübingen y el
Desoxyribonukleinsäure, Weltenburg y la chela. Ottenbronn y mi Elfo diciendo,
todavía un poco molesto conmigo,
que "cuando sea viejo y tenga Alzheimer, tú serás probablemente lo
único que recuerde."
Quiero irme, sí, quiero huir, quiero meterme en la panza de un avión y
escapar, quiero regresar a esos momentos, olvidar que ya terminé la carrera y
no vale dar un paso atrás. No vivo en el Bosque, sino en el Malecón.
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