Siempre había dicho que no escribía de cosas que pasaban en su momento porque eran demasiado sagradas para ser usadas como carne de literatura. Abrazos, recuerdos, tardes, en fin. Sentía que si escribía sobre ellos iba a perderlos, para siempre, convertidos en personajes de cuento.
Sin embargo ninguno pasó la prueba del tiempo. Mis héroes, mis elfos, mis semidioses, de todos he escrito. Del único que no escribí fue, coincidentemente, del único que se quedó conmigo. Y encuentro en este silencio algo mucho más sagrado aún.
Lo único que voy a decir es que recuerdo esas tardes caminando en Salaverry tal y como imaginé que las iba a recordar.
Hace un mes tenía esta necesidad imperiosa de escribir, de contar mi historia, de ponerla ahí para que alguien, de repente, se interesara en leerla. Para que alguien fuese mi testigo, mi cómplice. Alguien que supiera de lo que estoy hablando, que entendiera lo que estoy sintiendo.
Ahorita, en este momento, no quiero seguir escribiendo capítulos, quiero disfrutar leyéndolos.
No necesito. Quiero.
Te quiero.
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