Me sonríes entre los bordes y las esquinas de los cuadros,
escondido en la maleza de los árboles del bosque,
tus dedos culpables manchados de chocolate de noche de verano.
Guiñas tus ojos verde cocodrilo de pestañas desordenadas
detrás esos cristales que te sacabas en las tardes,
cuando en el mundo estábamos solos tú y yo.
Tu alma tiene mucho de la mía,
y la mía tiene huellas de ti, del bosque y del malecón.
y la mía tiene huellas de ti, del bosque y del malecón.
Es por eso que la negra selva huele a ti,
y la brisa del mar a mí, y por eso mi país soy yo.
Pero no estás aquí, hace tiempo, y yo tampoco estoy ahí.
Y tu vida no es la mía hace ya bastante atrás.
Mi corazón acostumbró a mis manos a escribirte,
y por ti mi amor aprendió a hablar en otra lengua,
mis deseos dejaron de escaparse en susurros para convertirse en mails.
Juntos saltamos al precipicio sin alas ni paracaídas,
vivimos en esa casita cuyas lunas un día, desesperada, martillé.
Pero no pudimos olvidarnos, ni siquiera separarnos,
porque aún después de despedirnos, wir geblieben sind.
porque aún después de despedirnos, wir geblieben sind.
Sigues conmigo, igualito, al otro lado la pantalla,
ciudadano de ese mundo en el que una vez quise vivir.
Eres peligroso como la marcha de un borracho cruzando la avenida,
dolorosamente honesto, genial, inapropiado,
mi superhéroe caído, mi imbécil ex enamorado.
Me asaltas de vez en cuando con un recuerdo, bonito,
cuando solo en tu carro me cantabas "I'm yours".
Tu olor se mezcla con el del cigarrillo y me coge desprevenida,
mientras cierro mis ojos sin que te des cuenta para volverte a ver.
A ti fue a quien abracé cuando regresé del bosque,
fue tu mano la que tomó la mía caminando en el malecón.
A veces te extraño, dormido a mi lado,
convirtiendo mi cama por primera vez en un lugar feliz.
Y aunque ya no estamos juntos, aunque todo eso ya pasó,
los momentos sagrados que vivimos lo seguirán siendo,
aún cuando sepamos que ni tú eres para mí ni para ti soy yo.
Mi piel no entiende cómo te metiste debajo de ella,
cómo mis brazos se acostumbraron tanto a tu cuerpo,
cómo en mis oídos resuena tu voz, cómo mis labios extrañan tus besos
(ni siquiera somos patas).
Con la tele prendida de fondo y los Beatles de testigo nos juntábamos
en silencio, caleteando en la tarde de mi casa solitaria,
tus lentes en el mueble, al costado de tus llaves y tu pudor
(te encanta).
Pero decidiste tú solo despertar del sueño de la ultimate heist movie,
yo de Penny Lane confundida entre esos “¡para, para, para!”
y tu afán de terminar la película aún sin empezar
(creo que en Viernes Santo eso es pecado mortal).
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