Era verano, y yo estaba de blanco. Morpheus me había citado en la plaza de Barranco, y por primera vez en nuestras conversaciones no había ningún escote distractor, aunque me enteré mucho después de la importancia de eso. Nos sentamos en el bar, cada uno un chilcano. Y conversamos.
Las cosas habían cambiado bastante desde esa primera vez en el techo de la Cayetano, recién regresada de Iquitos, la cicatriz de mi cabeza aún visible, dolorosa. Los chilcanos eran perfectos, así como perfectas fueron las butifarras y caminata por las calles empedradas hasta que me embarcó en un taxi y nos dijimos adiós. No sabía que era la última vez que íbamos a conversar así.
Llegué a la casa de Josema temprano, y Oaks también estaba ahí de colado. Previamos con Coca-Cola y ron, contándonos novedades y confesando mínimas verdades, sonriendo, esperando. Josema me contó que básicamente me había arreglado una cita con un amigo suyo que había conocido en Arequipa, un inglés, mochilero él, dudosamente recomendable. Acepté y tomamos otro taxi hasta cerca del Malecón.
Ojos azul bebé enmarcados por pestañas perfectas, un piercing que ya no recuerdo en qué ceja, mirada penetrante. Su bulto en la nariz, rezago de una pelea de bar, le daba un aire de masculinidad que aminoraba la feminidad de sus labios rosados, guardianes de la lengua también perforada. Su voz era tan grave como los crímenes que después le conocí, y aunque era un súbdito sin título me trató como un caballero de alta cuna, el suyo un estándar alto que el aristócrata que conocí poco tiempo después jamás llegó a arañar. Pero me estoy adelantando. Todavía era el 12, no el 26.
Nos tomamos algunas chelas, bromeamos un poco, presumí otro poco más de mi recientemente aceptado electivo en Bristol y me encontré a mí misma como no había hecho en meses, segura, sensual. Eventualmente nos dimos un beso de buenas noches que fue interrumpido por un escándalo de puerta con Josema y Oaks de protagonistas, ellos tocando y yo saliendo con cara de "váyanse a la mierda, me estoy divirtiendo por primera vez en meses". Y era cierto.
El 2010 fue un año duro, casi en todo momento. Pon Pon y sus promesas rotas, el horroroso y depresivo Julio, la crisis existencial de los granitos teóricos y al final el elefante rosado de Noviembre, con su indeleble huella en mi cabeza. Iquitos había sido el empujoncito final hacia el precipicio del cual fui bajando poco a poco con Morpheus, escalón a escalón.
Enero 2011 había empezado bien, por suerte. David y Maxim Guorki habían venido a visitarme por todo el mes, y las dos primeras semanas de externa en psiquiatría en Febrero se presentaban tranquilas e interesantes. Mi caballero inglés me dejó en la puerta de mi casa y compartimos otro beso, cómplices honestos. Me gustaba, le gustaba. No sabía si lo iba a ver de nuevo, y tampoco me importaba. Había roto el hechizo, eso era todo. Había despertado a una no tan bella durmiente que había estado llorando por todo un año, lista ya para secar lágrimas y generar sonrisas. Ese 12 de Febrero empezó mi vida como la conozco ahora, y yo regresé a mi casa la madrugada del 13 haciendo sonar sin miedo mis tacos blancos de madera.
Hola de nuevo. Ojalá puedas instalar el widget de Seguidores para leerte desde mi Blogger.
ResponderEliminarSaludos, soy tu fan lector-.