domingo, 29 de junio de 2014

Inesperado (fue un miércoles de noche)


Estaba molesta. Está bien, la había visto venir, probablemente yo misma lo había causado con un (des)afortunado mail, pero el asunto es que estaba molesta y era un miércoles de mañana.

Salí de la clínica tranquila, caminando lentamente hacia y desde el metropolitano. El helado de vainilla con mermelada de fresa que había hecho tan afanosamente la tarde anterior estaba derretido en la refrigeradora, pero sabía igual de bien. Me comí un par de porciones y le dediqué un rato a mi cuento de turno antes de ponerme a estudiar.

Eventualmente bajé a la cocina y cuando después de una hora subí a mi cuarto encontré mi pobre celular acribillado de mensajes, llamadas perdidas y bombardeos varios en absolutamente toda plataforma que un contacto tendría para comunicarse, llegando hasta un "ya no me quieres?" medio desesperado. También había un mensaje de texto. De Howard.

Howard? Howard! El querido, querido Howard, esa rara criatura que se llama a sí mismo artista y que otros insisten en llamar periodista, filósofo, marketero y hasta escritor. Un hombre que no tiene país propio, pero que podría llamar a tres su casa. Howard, preguntándome si estaba menos loca de lo que me recordaba. "Nope", le respondí en el medio de una sonrisa.

Devolví la llamada perdida y me encerré en mi cuarto a oscuras, escuchando música. ¿Cuánto había cambiado mi día en una única hora? Me imaginé a Howard llegando al aeropuerto, y a mí saltando hacia sus brazos de bienvenida. Me imaginé caminando con él de la mano, inconsciente del envidioso y retrasado resto.

Pero prendí mis luces pronto, y Kanye West dejó de cantar Gone en mis oídos. Hay mucha distancia entre nosotros, y la mayoría de ella no está compuesta de kilómetros. Mi amiga me devolvió la llamada, estacionada en la puerta, y regresé a la realidad. Y en esta realidad, ella había llegado con un baguette.

Stephany King y Jimmy Hendrix (su enamorado) no sólo habían traído pan, sino también jamón y queso. Pusimos café en la cafetera, Stephany se empeñó en hacer capuccino y Jimmy empezó a atacar los pedazos de baguette sin el menor rastro de piedad. Improvisé un pan al ajo y para la hora que mi mamá llegó de su guardia ya habíamos arrasado con lo que quedaba en la cocina.

Después de pedir un muy innecesario permiso, Stephany se echó en la panza de su chico y se tapó con una azul y cuadriculada mantita. No pasaron más de diez minutos para que se quedase dormida, mientras Jimmy y yo conversamos de celebraciones linguísticas en inglés roto y mi mini versión de Simone de Beauvoir y su Segundo Sexo. Stephany ya estaba bien dormida cuando coincidimos en que el gran respeto que se le debe tener a un adulto autónomo no está necesariamente exento de carajos y desahuevadas.

Pero finalmente la conversación llegó al hecho de que esa mañana y tarde había estado molesta, y en la razón detrás de ello. Jimmy estaba sentando cómodamente sirviendo de almohada a su enamorada y acariciando su cabeza dormida, y mi compañía era un cojín muy a la moda.

- Estoy segura de que hay muchos patas que quisieran estar ahí. -dijo él, señalando mis piernas cruzadas.
- No creo -dije, mirándolo. Recogí el cojín y le dije una vuelta en el aire. -Si alguien quisiera ya estaría aquí.
- Oye, estoy seguro que deben haber un huevo de patas que quisieran...
- La pura y dura evidencia dice que no. Stephany te tiene a ti. Yo tengo a mi cojín.

Jimmy me miró, tan seguro y concreto en su posición aventajada, con una expresión que rondaba por igual irritación y resignación. ¿Podría estar tan equivocado? ¿Podría no tener razón?

- A ver -le dije -vamos a hacer un experimento. Sugiéreme tres cosas, lo primero que se te ocurra, para que mi compañía deje de ser un cojín. No digo que vaya a seguirlas, pero sí te digo que voy a pensarlas bien y tomarlas en cuenta. Tres cosas.
- Tres cosas.
- Tres sugerencias.
- Bueno... primero que nada, deja de tener expectativas.

Acarició la cabeza de rulos rubios de su enamorada, una de las mujeres más excelentes que conozco. He de confesar que en ese mismo momento dejé de tomarlo en serio. ¿No tener expectativas? ¿Estar dispuesta a entregarme con brazos abiertos, a volver a tirarme de precipicios emocionales a la espera de que me crezcan alas? No, no, ya me he caído y me he roto lo suficiente. Expectativas tengo, y aunque la lesbiana soledad tenga sus muy horribles defectos, la prefiero a volver a forzarme una mentira más por la garganta.

- Deja de pensar que existe un pata con el que debes estar, y ábrete, deja de ser tan cobarde y sal, conoce gente, deja de tener miedo, deja de conformarte con alguien que sólo es un pasatiempo.
- Ya es tarde -le dije. -Despiértala.

Eran las once, y Stephany todavía estaba un poco grogui después de despertarse. Entre los dos buscaron la llave del carro, y mientras ella se fue al baño o al comedor a recoger una cosa, yo sonreí mirando a Jimmy hacer espacio para la laptop en la enorme cartera.

- ¿Qué cosa? -preguntó.
- Que qué bonito es tener enamorado.

Yo estaba sentada, todavía con las piernas cruzadas, y él bajó su cara muy cerca a la mía, como desafiándome.
- Entonces ten uno tú.

Se fueron y lavé todo con un inesperado cariño. Ya en la noche, deseándole dulces sueños por teléfono a Stephany, se me ocurrió deseárselos a Howard también. Sí, no había sido ni la mañana ni la tarde ni la noche que yo había esperado, pero había resultado mucho mejor. De repente hasta Jimmy tenía razón. Y ahí fue donde caí en la cuenta, lo que me escribí en mi escritorio y me ha estado mirando desde fines del año pasado, probándose una y otra vez como cierto.

En mi muy aleatoria vida, la esperanza es una buena idea. 

Bueno, eso espero.

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