Fue una noche de Junio, en el malecón, en la realidad, con miedo más que nada a la soledad. Habíamos estado conversando muy bien, mucho rato, y yo ya tenía bastante claro cuál era el siguiente paso que iba a dar. Tenía que ser rápido, efectivo, brutal. Empezó esa noche, mis alas de mentira a punto de ser construidas, Ícaro listo y preparado para volar.
Nos besamos largamente, con una pasión que hacía años no sentía y hasta había temido no volver a visitar. Tenía que plantar mi semilla profundamente, convencerlo a él, convencerme a mí misma. Pon Pon no iba a ser más el dueño de mis sonrisas, no tenía derecho a mis ilusiones, ni me iba a dejar cayendo en el abismo sin posibilidades de volar. Me gustaba gustarle a Ícaro, me gustaba besarlo, me gustaba abrazarlo y olvidar. Dos semanas después él era mi enamorado y yo estaba triste pero segura en la panza de un avión que me iba a regresar al Bosque una vez más.
No regresaba a Rivendel sino a Lorien, a hacer cardio, a estudiar Medicina, a vivir mi verdad. Conocí a otros estudiantes, me gustó uno, extrañé a Ícaro y a mi malecón, paseé, lloré, sentí, caminé. Estaba sola, muy sola, pero sabía que al otro lado del mundo tenía a alguien con quien volar. Alguien mío, alguien que me quería y que yo quería también. Regresé a Rivendel y recogí mi corazón, corriendo en la noche con mi Elfo, en silencio, con frío y estrellas en el cielo del bosque. Paseamos por Lorien, despidiéndonos de cerca y de lejos, perdiéndonos, encontrándonos, riéndonos. Mi Elfo con Lentes y yo fuimos felices, todo lo felices que dos niños hechos adultos (enamorados hechos amigos) pueden ser.
Regresé al malecón con la miel de los recuerdos todavía en los labios y le di un abrazo a Ícaro con todo un mes acumulado de cariño. Lorien se había acabado y yo tenía un amor en mi malecón. Todo parecía mejor.
Fui feliz, muy feliz. Me gustaba cómo olía, cómo besaba, cómo sentía, cómo dormía. Me gustaba encerrarnos en su carro en la universidad, encerrarnos en mi cuarto, encerrarnos en nosotros dos, secretos, deseados, coquetos, adorados. Pero duró poco. Nos fuimos al carajo metódica y sistemáticamente entre silencios cada vez más fríos y largos. Me costó bastante aceptar que aunque fue mi enamorado yo realmente nunca lo conocí bien. No quise conocerlo, tampoco. Fue mi culpa, su culpa, fue mi gran culpa.
Cuando terminó sentí dolor, dolor que hacía tiempo no sentía, dolor que había decidido no volver a sentir. Dejó un hueco bien grande y visible, casi como una pesadilla, como una verdad que prefería tratar como una mentira. No sólo era él, lo sabía. Era otro dolor también. El dolor que yo había intentado tapar con su presencia. Lo sentía, lo vivía.
Pon Pon estaba cerca. El ICQ estaba prendido. Fue cuestión de tiempo, corto tiempo. Nuestra historia estaba lejos de acabar, lejos de estar terminada. Yo quería y sabía que podía volver a empezar.
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