¿Me conoces lo suficiente para
saber que casi nunca hago lo que debería? ¿Que, detrás de esta indiferencia,
todavía arde un dios en mi médula, polvo mordido y enamorado?
Me miro y cierro los ojos
recordando que una vez me acariciaste, me besaste y me tuviste. Los abro, y se
acaba el sueño, un recuerdo que no debería ser usado porque todo parece
confundirse con la realidad.
¿Curaré algún día? Si el mismo
dolor del que me quejo es la evidencia de que una vez fue placer. ¿Qué sería
olvidarte, sino aceptar lo inaceptable? Renunciar a ti sería como entregarme a
la muerte.
Callo. Escucho, espero, extraño.
Recuerdo que no todo era hermoso y sé que no eres perfecto, pero eres lo que mi
alma anhela.
Son rapsodias oníricas en la
oscuridad de mi cuarto. Me reconozco como una pagana convertida inmersa en tu
sincretismo. Probablemente Dios me entiende, y espero que me perdone, pero
hasta ahora no he podido obligarme a dar el primer paso hacia la contrición.
Cómo, irresistiblemente, te
extraño.
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