jueves, 12 de septiembre de 2013

Té de menta

Las hojitas verdes del té que acabo de preparar siguen en el cuello de la jarra de vidrio, pero van cayendo. Una a una, lentamente, como si estuvieran en un sueño sin ninguna prisa por despertar. El té está cargado, brillante. Como si fuera un vidrio líquido con olor a menta. 

Hoy es un día especial. Se supone que hay una razón especial, una ceremonia, pero no es por eso. Acabo de tomar café, y sólo puedo comparar el efecto en mi cerebro como estar borracha al revés. Pero no importa; pocas cosas importan, en realidad. Todavía me arrepiento de algunas. De muchas otras, no. 

Oh, sí, ayer escribí un mail largo, de esos. No espero que me lo respondan, tampoco. Sonrío, pensando, recordando el destino de mis otros mails largos, a otras personas, en otros tiempos. Las hojas de menta siguen cayendo. Hay un montoncito en el fondo, casi como un reloj de arena pasando el tiempo. 

Tenía que hacerlo. Tenía que escribirlo, tenía que decirlo. Me siento un poco ridícula, dramatizando sobre tonterías. No es que haya sufrido un gran agravio, y desde cierta perspectiva fue positivo que viviese esto en carne propia, para tener una experiencia de primera mano. Racionalizo para no sentir dolor. 

Son pequeñas concesiones, las buenas intenciones que terminan en algún círculo de Dante. Aceptar, olvidar, conformarse. Perdonar. Son cosas que se dicen, se sienten y eventualmente se olvidan. Sí, los sentimientos son efímeros, pero eso no los hace menos verdaderos. 

Las hojas menta sólo son una delgada línea en la superficie de la jarra. Se acaba mi tiempo. Vendrán otros. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario