Quería huir, porque sabía que no iba a poder evitarlo
Pero estaba encerrada conmigo misma,
y muy a pesar mío iba a empezar a gritar la verdad.
Miraba hacia afuera, pero sabía que no había escapatoria,
a pesar de que llamara o pretendiese que me importara.
Aquí supe que mis mentiras o se iban a aceptar como tales
o me las iba a tragar.
Y empecé a llorar,
y llorar,
sin poder parar, sin poder negarlo.
Lo siento, lo siento mucho,
pero no podía hacer nada más.
Y descubrimos el río de los renacuajos,
miles, millones quizá,
y no pude evitar pensar en eso que nunca había dicho
ni hecho ni dejado de desear.
Conteniendo un llanto de mi grito sólo canté,
canté para callar, pensando en ti.
Avergonzándome en pleno derecho de lo que había hecho
y lo que me habían hecho a mí.
Lo siento, ya lo he dicho.
Pero en ese río no podía ni quería mentir.
La neblina de mi desesperación había cubierto
montañas intentando confundirlas con colinas,
pero yo me daba cuenta.
Esa belleza era otra, era sagrada.
Y yo empezaba a cometer sacrilegio,
buscando un Dios que me pudiese consolar.
Aquí fue donde soñé ese sueño contigo y los otros,
ese sueño de siesta de Pozuzo que me impidió seguir mintiendo.
¿Qué cosa podía hacer?
Era mucho más grande que yo, no era una cuestión de decisión.
Cuando pasó ni siquiera lo sabía,
y cuando terminó no supe qué hacer.
Entonces decidí dejarme de inocencias
y ser quien soy, así.Estaba preparando una traición,
que no era más que una prueba de lealtad,
no sólo a mí misma sino a ti.
A ti.
Regresé a donde estaba con el triunfo en mi alma,
sin arrepentimientos.
Quise estar contigo, pero estaba sola.
No servía de nada la belleza,
o la felicidad sin compartirla.
Tú no estabas ahí.
Y fue entonces que volví a disfrazarme,
a edulcorarme, a descafeinarme,
a regresar a otra boca cobarde a quien mentirle.
Intentando ser miel cuando mi alma es
(tú lo sabes, ya te lo he dicho)
y siempre será ají.
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