He decidido (hace treinta segundos) que voy a hacer este blog un poco más conocido en mi pequeño grupo de conocidos. Lo cual significa que voy a someterme a un escrutinio moderadamente público, con los riesgos que eso conlleva y la responsabilidad que significa.
¿Quiero? ¿De verdad? ¿Soy tan narcisista como para pensar que la gente lo va a leer? ¿Realmente sería tan peligroso? Sé que no soy precisamente popular entre las masas de mi universo universitario (me encanta cómo sonó eso), pero, en la íntima soledad que hay entre los ojos de alguien y la pantalla de su computadora, ¿leerían lo que escribo aquí?
Por ejemplo, no le hablo a mi ex Pon Pon (para mayor información léase Nombres de Incógnito) hace... exactamente cuatro meses. Por no hablar digo que no le mando mails, no lo pokeo, no le mando mensajitos al celular y hasta llegué al extremo de no viajar a Alemania en Julio. La última conversación que tuvimos tuvo un muy dramático final que fue consistente con el histrionismo que usualmente tiñe su forma de actuar. Que me encantaba, no voy a negarlo, pero tengo una vergüenza ajena que probablemente sea una proyección de la vergüenza que me da este núcleo innegablemente histriónico que tengo aquí. Publicar el blog es consecuencia de él, asumo.
Es ambivalente en cierto sentido. Acabo de hacer arreglos en la privacidad de Facebook para que sólo un reducido grupo de personas tenga acceso a las partes de mi perfil que considero privadas; sin embargo, ¿cuál es el punto de publicar estas mismas partes de mi vida en una plataforma social pública? ¿En qué consiste esta necesidad de reforzar mi propia identidad y al mismo tiempo esconderla de quienes no considero dignos de entenderla? ¿Qué miedos escondo, qué placeres complazco, qué escondidos núcleos inconscientes satisfago?
Siguiendo con mi Pon Pon (que era de lo que estaba hablando al principio) desde el punto de vista de la acción el pata ha desaparecido de mi vida de forma tan completa que considerar un retorno no sólo sería incoherente sino bastante improbable. Mentira. Estaba a punto de escribir un post en inglés en el poco probable caso que se encontrara con el blog y llegué al extremo de poner mi website como el único vínculo con el cual un anónimo cibernético pueda contactarme. Porque me borró del Facebook, cosa que ya también escribí en otro post.
¿Pensará en mí? ¿Pienso tanto en él?
Comparando la extraordinaria presencia que tenía su existencia en básicamente cada aspecto de mi vida, la cantidad de tiempo que dedico ahora a pensar en él es... patética. Igual pienso en él, o sea, las vías neuronales no están completamente atrofiadas, pero cada vez que lo hago ya no es en ese afán romanticón/futurista de su imagen aún impoluta de sudor, borracheras y roches. Es más como un... mira lo que te perdiste. Fantanseo frecuentemente con la imagen de una fiesta a la que estoy llegando, manejando un carrazo (Porsche 911 cabrio rojo, de preferencia), por supuesto mío, con un enamorado mucho más guapo que él, mucho más centrado y con quien hablar español pudiese sonar como una complicidad extremadamente sensual.
Igual no le escribo. Me parece sintomático que siendo yo una enérgica (obsesiva) defensora de la política de llevarme bien con el ex (aún cuando sea bastante evidente que éste no tiene tantas ganas de llevarse bien conmigo) haya podido mantener este tipo de constancia durante tanto tiempo sin flaquear una sola vez.
Es en estos momentos en los que me critico por no tener este tipo de obsesividad con ir al gimnasio en vez de estar describiendo detalladamente mi psique actual. Hacer ejercicio es bueno para mí, bajar de peso sería bueno para mí, relacionarme con gente fuera de la universidad (en el caso de que hablase con alguien no universitario mayor de quince años o menor de treinta y cinco) sería bueno para mí.
Voy a terminarla aquí, ponerme el buzo e ir al gimnasio. Apenas den las 7:00. Maldita sea, ya dieron las 7:00.
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